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Coronavirus Covid-19

¿Debemos preocuparnos por la nueva variante del coronavirus?

La preocupación se ha extendido rápidamente, provocando inmediatamente restricciones de viaje y de movilidad. Pero, ¿está justificada esta alarma?

Sillas vacías en una terraza de una céntrica calle de Barcelona, Catalunya (España), a 21 de diciembre de 2020. Debido al incremento de la curva de la pandemia en Catalunya y ante "la posible llegada de una tercera ola que incremente el nivel de presión sobre los recursos sanitarios", desde hoy los locales de restauración solo pueden prestar servicio durante el desayuno y la comida, "con el objetivo de evitar largas sobremesas" sin mascarilla y en un entorno con alto riesgo de transmisión. / David Zorrakino (EUROPA PRESS)

Sillas vacías en una terraza de una céntrica calle de Barcelona, Catalunya (España), a 21 de diciembre de 2020. Debido al incremento de la curva de la pandemia en Catalunya y ante "la posible llegada de una tercera ola que incremente el nivel de presión sobre los recursos sanitarios", desde hoy los locales de restauración solo pueden prestar servicio durante el desayuno y la comida, "con el objetivo de evitar largas sobremesas" sin mascarilla y en un entorno con alto riesgo de transmisión.

Madrid

Toda Europa se ha visto, de repente, convulsionada por la notificación por parte de las autoridades británicas de una nueva variante del SARS-CoV-2. La preocupación se ha extendido rápidamente, provocando inmediatamente restricciones de viaje y de movilidad. Pero, ¿está justificada esta alarma?

Todos los virus mutan

En primer lugar, debemos recordar que todos los virus, bacterias, parásitos y organismos superiores van a mutar de una manera natural. La capacidad del ADN para hacerlo espontáneamente es una de sus propiedades intrínsecas, y gracias a ella, se ha generado la evolución de las especies.

Estas mutaciones, a veces, confieren una ventaja al organismo en el que se ha producido de cara a su propagación futura y en otras ocasiones es justo lo contrario, con lo que las consecuencias de ese cambio no se transmiten con éxito a la descendencia. Aquí podemos encontrar las claves de la diversidad genética, no solo entre especies, sino también entre individuos pertenecientes a una misma.

¿Es esta la primera mutación del SARS-CoV-2?

Pues no. El virus originario de Wuhan se fue transformando en algunas variantes ligeramente diferentes que hoy colonizan el planeta. En lo que respecta a Europa, a finales de marzo se detectó por primera vez la variante conocida como D614G, y que contenía el cambio de un aminoácido de la proteína de espícula del virus, es decir, la proteína más externa y responsable de la formación de esa corona tan característica. Este pequeño cambio dio como resultado un virus con mayor capacidad de transmisión que el original, al infectar de manera más eficiente. Tanto es así, que para el mes de junio casi todos los virus circulantes en Europa ya eran de esta variante.

La mutación en otro aminoácido dio lugar a la variante llamada 20A.EU1 y aparecida en España en el mes de junio. Esta también se propagó muy rápidamente, lo que en principio indicaba que tenía una ventaja selectiva aún mayor. No obstante, esto último no está del todo claro, puesto que se ha asociado recientemente a la intensa movilidad personal del verano más que a su mayor transmisibilidad.

¿Por qué esta variante es tan especial?

Por varias razones. La nueva variante, llamada VUI 202012/01 (Variant Under Investigation; variante bajo investigación, año 2020, mes 12, variante 01) acumula, sorprendentemente, un total de 17 mutaciones. De entre estas mutaciones, 8 se sitúan en la proteína de espícula, mientras que las restantes afectan a otros elementos.

De entre las mutaciones encontradas, hay 3 que producen preocupación.

La primera es la llamada N501Y, que representa un cambio del aminoácido asparagina por tirosina, y que afecta directamente al sitio de unión del virus al receptor que le va a permitir entrar en la célula.

La segunda es la P681H, en la que una prolina es sustituida por una histidina.

La tercera es la pérdida (deleción) de los nucleótidos 69 y 70 que codifican la proteína de espícula.

¿Qué significado biológico tienen estas mutaciones?

Se ha demostrado que la primera (N501Y) permite que el virus se una al receptor de entrada con mucha mayor afinidad, por lo que infectará con más facilidad. La segunda (P681H) está situada justo al lado del sitio de corte de la furina, lo cual va a permitir que la membrana del virus se funda más fácilmente con la de la célula en la que va a entrar, a fin de permitir su tránsito hacia el interior. Y la tercera (deleción 69-70) se ha implicado en mecanismos del virus para evadir la respuesta inmunitaria.

Es decir, tenemos dos mutaciones que van a permitir una entrada mucho más eficiente y otra más que puede contribuir a que el sistema inmunitario no reconozca al virus, escapando así de su control.

Cada una de estas mutaciones sería preocupante por separado, así que podemos entender que todas las alarmas se hayan encendido cuando se superponen las tres. Esto, sin contar con las restantes 14 mutaciones de las que aún no conocemos si pudieran tener algún significado biológico relevante. Pero, como mínimo, el aumento de la transmisibilidad es evidente.

La primera vez que se detectó esta variante fue el 20 de septiembre, y hoy representa más del 10 % de los virus circulantes en el Reino Unido, con un rápido crecimiento en las últimas dos semanas.

Es decir, se trata de una variante con una gran capacidad de infección, estimada en un 70 % mayor a la del virus predominante, incrementando el índice de reproducción en al menos un 0,4. Eso es mucho, por lo que estamos ante una variante que debe preocuparnos, igualmente, mucho.

¿Cuál es el origen de esta variante?

Esta acumulación de mutaciones es muy sorprendente, puesto que, recordemos, el SARS-CoV-2 muta muy modestamente. Aunque es imposible saberlo, la hipótesis más plausible en este momento es que esta variante sería el resultado de cambios ocurridos en un solo paciente, probablemente uno inmunodeprimido y de larga evolución clínica.

Esto habría hecho que el virus estuviera dentro de ese paciente durante muchas semanas, en las que habría ido acumulando las sucesivas mutaciones en un entorno de un tratamiento infructífero así como una ineficaz respuesta inmunitaria, para acabar liberando esta nueva variante, con todas las mutaciones juntas.

¿Es más virulenta? ¿Qué pasa con las vacunas?

Son dos grandes preguntas para las que no tenemos aún respuesta. Mientras que la aparición de esta variante coincidió con una rápida expansión de la covid-19 en el Reino Unido, evidencia indirecta de su mayor transmisibilidad, no se vio acompañada de mayores índices de mortalidad o complicaciones en los hospitales.

Esto podría sugerir que la nueva variante no es más virulenta que el virus parental, pero hay que introducir un matiz importante: la mayoría de los pacientes examinados eran menores de 60 años, por lo que no sabemos qué ocurrirá cuando otros de más edad se vean afectados. Y, en relación con las vacunas, los cambios producidos no parecen afectar a elementos estructurales del virus, por lo que la eficacia de las vacunas, a priori, no se vería afectada, pero es evidente la urgencia de estudiar si esto es así.

¿Qué podemos hacer ahora?

Reaccionar. El Centro Europeo de Control de Enfermedades Infecciosas hace algunas recomendaciones inmediatas.

En primer lugar, es necesario buscar mediante secuenciación esta nueva variante en muestras de virus, para controlar su extensión. En el caso de España, esto es muy relevante, dada nuestra relación con el Reino Unido. Baleares y Canarias, la costa mediterránea y Andalucía (por la proximidad a Gibraltar) deberían ser prioritarias. La elección de las muestras debe ser cuidadosa, para asegurar una buena representatividad de las mismas.

Debemos, además, estar especialmente vigilantes ante posibles cambios en los patrones epidemiológicos.

Y por supuesto, hacer lo que ninguno queremos: imponer restricciones y limitar la movilidad.

Ignacio J. Molina Pineda de las Infantas, Catedrático de Inmunología, Centro de Investigación Biomédica, Universidad de Granada

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

 
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