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Veinte años luchando en Afganistán y los veteranos se preguntan: ¿para qué?

Se cumplen dos décadas de los atentados del 11-S que coinciden con el final de la guerra que pretendía castigar a sus responsables y acabar con el terrorismo

775.000 jóvenes estadounidenses han formado parte de esa ocupación, alrededor de 2.500 han fallecido y decenas de miles han resultado heridos

Tras la caótica retirada de Kabul, se cuestionan si ha merecido la pena

Veinte años luchando en Afganistán y los veteranos se preguntan: ¿para qué?

Veinte años luchando en Afganistán y los veteranos se preguntan: ¿para qué?

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Washington

¿Por qué hacemos esto? ¿Cuál es el objetivo final? ¿Para qué? Son las preguntas recurrentes que martillean la cabeza de Jonatan Fernández.  

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La primera vez que llegó a Irak fue en 2003, tenía 20 años. Se recorrió el país por tierra, suministrando gasolina a las tropas estadounidenses que estaban en primera línea de combate. No era su misión buscar armas de destrucción masiva (la obsesión política tras los atentados del 11 de septiembre), y obviamente, no las vio. Tampoco vio nada en ese país que pudiera considerar una amenaza para su familia en Estados Unidos o para su país en general.

Desde entonces se pregunta: ¿por qué hacemos esto? ¿Cuál es el objetivo final? ¿Para qué?

Llegó a Afganistán en 2013 por primera vez. Ascendido a francotirador. Era la avanzadilla sobre el terreno. Identificaba enemigos, dónde se albergaban, qué armas tenían. Había diferentes grupos, menciona Al Qaeda y, sobre todo, los talibán. Pero también los soldados del ejército afgano contratados por el enemigo para matar a efectivos estadounidenses. “Les pagaban 10.000 dólares por cada cabeza americana”, dice.

Jonatan Fernández, en Afganistán.

Jonatan Fernández, en Afganistán. / CADENA SER

Jonatan Fernández, en Afganistán.

Jonatan Fernández, en Afganistán. / CADENA SER

Jonatan recababa información en las comunidades y la comunicaba a la base militar. En una de ellas, en la de Paktiyá, al este de Afganistán, las recibía Thomas Hoban.

Thomas pertenecía a la Décima División de Montaña. Hacía labores de inteligencia, identificaba fortalezas enemigas, apoyaba las misiones con fuerzas convencionales y no convencionales dirigidas, descifraba los patrones de la insurgencia. “Mantenía a los nuestros con vida”, resume.

Los dos están ya retirados del ejército. Los dos con secuelas físicas y psicológicas, como la mayoría de los 800.000 jóvenes que han sido desplegados en Afganistán en la guerra contra el terror.

Secuelas entre las tropas estadounidenses

Según el Departamento de Defensa, 2.365 estadounidenses han muerto y más de 20.000 han resultado heridos durante los veinte años que ha durado la ocupación.

“Las secuelas son como el cáncer”, dice Thomas. “Se reproducen y se propagan en todos los aspectos de la vida de uno”. Y es que la primera batalla se libra en terreno pero, la segunda, se vive en casa, aprendiendo a lidiar con la nueva realidad del soldado retornado. “Alcoholismo, depresión, divorcios, suicidios… tengo un montón de compañeros que se han suicidado”. Es lo que el ex sargento llama “el coste humano de la guerra”.

La tasa de suicidios entre los veteranos es superior a la de los civiles. Según el Departamento de Asuntos de Veteranos, más de 6.000 se quitan la vida, cada año, desde 2008.

Fin de la ocupación, vuelta a las pesadillas

El fin definitivo de la misión en Afganistán ha despertado recuerdos y emociones en los veteranos que han visto con enfado, tristeza y vergüenza el caos del operativo de salida.

Thomas se acuerda cuando, ya en 2013, Estados Unidos empezó a cerrar bases en Afganistán. “Entonces no pensábamos que íbamos a permanecer durante mucho tiempo más pero llegamos hasta 2021. Hemos estado ocho años retirándonos”. Había tiempo para planificar y que la retirada fuera ordenada. “Al final, lo arruinamos bastante”.

Para los veteranos es difícil gestionar emocionalmente ver cómo, en cuestión de días, los talibanes se han hecho con el control del país. Cómo están negociando con el ejército estadounidense, convirtiéndose incluso en los garantes de su seguridad durante dos días de evacuación.

Es difícil para quienes se han jugado la vida combatiendo contra los talibanes, verlos ahora vestidos con uniformes americanos. Conduciendo sus vehículos blindados, llevando sus armas avanzadas, sus dispositivos de visión nocturna, pilotando sus blackhaws. Es difícil encajar que “los talibanes tienen mejor equipamiento militar que muchos países del mundo”, reconoce Thomas, “cortesía de los contribuyentes americanos”. Según datos oficiales, EE.UU. ha invertido casi dos billones y medio en esta invasión.

Pero la guerra es así. Una decisión política tomada desde un despacho en Washington hace que tus enemigos durante las últimas dos décadas, dejen de serlo de inmediato. Que los derechos de las mujeres afganas ya no justifiquen la ocupación. Que la lucha por la seguridad ya no sea prioridad nacional.

Los militares acatan las órdenes del comandante en jefe, “lo contrario sería traición”, recuerda Thomas. Pero es difícil encajarlo.

“Los veteranos nos sentimos perdidos”, reconoce Jonatan. “Se cumplen 20 años del 11-S, llevamos todo ese tiempo luchando por la libertad y la seguridad de América para retirarnos así, con los talibán otra vez en el poder, incluso más reforzados”.

A los que Estados Unidos deja atrás

“Somos el país que no deja a ningún hombre atrás”, dice Thomas amargamente. “Esta retirada da mucho miedo”. El veterano teme que el cierre de esta misión siente un precedente y que los aliados dejen de confiar en Estados Unidos. “Todas las ramas del ejército nos entrenan para eliminar el enemigo, luchar y no rendirnos nunca. Estamos en ese punto. Tenemos que preservar nuestros valores, no podemos dejar a nadie atrás”.

Pero la realidad es que Estados Unidos acabó su misión en Afganistán dejando alrededor de 200 estadounidenses en ese país y miles de colaboradores afganos que quieren huir por temor a las represalias de los talibán.

“Ese era el temor de los afganos, que les dejáramos abandonados”, lamenta Jonatan. Y eso es precisamente lo que ha pasado. “Es muy inquietante vivir con ese peso”.

No es una derrota… pero se le parece mucho

Thomas cree que estas dos décadas de guerra han merecido la pena porque, al menos durante ese tiempo, han evitado otro ataque en territorio estadounidense. Asegura que no han perdido la guerra pero reconoce que no han eliminado la amenaza. “Ahora los talibanes son más letales, ha surgido ISIS-K… no quiero imaginar lo que nos podemos enfrentar dentro de diez años, quizás cinco”.

Cuando le pregunto a Jonatan si cree que el mundo, hoy, es más seguro que hace 20 años, le sale una risa nerviosa. “Queremos creer que sí”, dice ya con semblante serio, “el problema es que las creencias opacan los hechos y dan falsa sensación de seguridad”. Quiere creer que estos 20 años de guerra han merecido la pena pero, cuando se detiene a analizar los hechos, no titubea. “No. No ha merecido la pena”. Por las víctimas en Afganistán, por las secuelas de los que retornan, por los riesgos de los que se quedan. Y se sigue preguntando ¿por qué lo hemos hecho? ¿Cuál era el objetivo? ¿Para qué?

 
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