"Me avergonzaba oler a pescado": las mujeres pobres han trabajado toda su vida
"Me acomplejaba oler a pescado y enseñar mis manos", cuenta Blanca Rodríguez, una de las mujeres olvidadas en la pesca en Canarias recogidas en el libro "Somos costeras", de Gloria Cabrera
Gloria Cabrera: la voz de las mujeres en Hoy por Hoy Las Palmas
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Gran Canaria
sGloria Cabrera ha escrito uno de los libros más bellos que existen sobre el trabajo olvidado de las mujeres de la pesca en Canarias. Blanca Rodríguez, una de las entrevistadas por la antropóloga, escondía sus manos para que nadie viera los callos que tenía entre los dedos a consecuencia de cortar las sardinas antes de meterlas en una lata. Era el duro trabajo de las conserveras que dieron trabajo a muchas mujeres en Canarias.
Era tan solo una niña, como la mayoría de las mujeres que trabajaban entonces. "El machismo dominante en nuestra cultura pone el acento en lo que los hombres hacían, eso las ha mantenido a ellas absolutamente invisibilizadas", explica Gloria en Hoy por Hoy Las Palmas. En su libro, "Somos Costeras", la investigadora demuestra que las mujeres eran la columna vertebral de la sociedad y la economía canaria de entonces.
Precisamente por eso, Gloria Cabrera pone en duda el planteamiento de la incorporación de la mujer al mundo laboral como un hecho novedoso. "Falso de toda falsedad, en Canarias las mujeres pobres han trabajado toda la vida", sentencia. Su investigación abarca el papel de la mujer desde las conserveras hasta la administración de las empresas pesqueras, pasando por la captura de la carnada, la preparación de las artes, la reparación de los barcos o la conservación e intercambio del pescado.
Subir descalzas un risco para intercambiar pescado por hortalizas
Las mujeres de La Graciosa subían el imponente Risco de Famara para intercambiar el pescado por hortalizas en la isla de Lanzarote. A menudo lo hacían descalzas, para no estropear el único par de zapatos que tenían. "Se iban pueblo por pueblo e intercambiaban el pescado por papas o frutas, a veces hasta con niños de pecho: por un lado la cesta y por el otro el bebé", explica Gloria. El mundo del mar era un espacio principalmente asignado a los hombres, sin embargo, eran ellas quienes sostenían el mundo entero en tierra firme.
"En aquella época el trabajo infantil se permitía, había muchas bocas que mantener. A los once años se hacían más altas, se espigaban, y se ponían a trabajar", explica Gloria. Teresa Rodríguez cuenta que empezó a trabajar en una conservera con trece años. "Nos escondíamos cuando venía el encargado, o alguna inspección. Salía de casa a las cuatro de la mañana y volvía a las nueve de la noche. No veía a mi madre a lo largo de todo el día", cuenta Rodríguez.
Reunir a cinco mujeres en la conservera para optar a una vivienda
Ángela de la Cruz a penas veía a su madre, que pasaba toda la semana trabajando en la capital y tan solo volvía a casa el fin de semana. "A los trece años salí del colegio y me puse a trabajar, trabajamos juntas lavando pulpos", cuenta Ángela, que pudo optar a una de las casas baratas, como se llamaron entonces a las promociones para las familias más pobres en Canarias. Carmen Aguiar sufría fatigas por el olor a pescado en el interior de las naves de la conservera, pero hacía caso a las advertencias de su madre. "Tienes que aguantar, porque nos quitan la casa", sentenciaba.
Carmen Martín tuvo diez hijos en Antigua, un municipio remoto en Fuerteventura. No dudó ni un segundo cuando le ofrecieron la posibilidad de optar a una vivienda digna en Lanzarote a cambio de reunir a cinco mujeres para trabajar en las conserveras. "Teníamos camas, agua y luz. De aquí no me voy ni soñando", decía Carmen. "Doña Carmen es una verdadera heroína de Canarias. Sacó adelante a su familia de diez hijos y ahí sigue, con 94 años, cada vez que habla de estos temas parece que rejuvenece veinte años", explica la investigadora.
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Ellas siguieron cuidando, esta vez de los turistas
Félix Hormiga describe en "La vieja a veces bebía" el ambiente de aquellas mujeres esclavizadas y condenadas a prácticamente arrancarse la piel para quitarse el olor maloliente de las lamas y la sangraza podrida del pescado. "Un olor que se respiraba en todo el puerto (...) Aquellas pobres criaturas que no hacían más que hurgar de dónde poder sacar para adelante a la familia. Los dueños alimentaban a los perros de la fábrica con mejor comida que la que ellas podían comprar con un salario miserable", cuenta Hormiga.
La economía de Canarias comenzó a cambiar de forma radical a partir de los años sesenta con la llegada del turismo masivo. Las conserveras se hundieron de golpe y muchos de aquellos empresarios se transformaron rápidamente al turismo. La calidad de vida mejoró para muchas familias, pero ellas siguieron cuidando, ejerciendo de camareras de piso en los hoteles y apartamentos. "Pero los guiris no se comen, si algún día el turismo se hunde, tendremos que aprender a empatar un anzuelo de cero", sentencia Gloria.
Javi Rodríguez
(La Palma, 1991) Periodista vinculado a la Cadena SER en Canarias desde el año 2009, apasionado de los...