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La sandía, fruta imprescindible en verano

El verano sin la sandía es difícil de entener y así lo dicen los poetas, desde Miguel Hernández hasta Pablo Neruda han sacado el sabor de la sandía en forma de poema

Cadena Ser

Salamanca

La sandía es el verano. Lo dicen los poetas y quién soy para llevarles la contraria. Pablo Neruda es, posiblemente, el que más insistió en la idea: “el sabor del verano intenso…”, escribió, y entre las cosas que pedía a la vida estaba que el verano fuese “redondo como una sandía”. Juan José Tablada, también insistió en ese maridaje de verano y sandía a su modo: “Del verano, roja y fría carcajada, rebanada de sandía”. César Mermet escribió, probablemente, el más bello poema dedicado a ella: “Es el verano/ el verano se hace visible/ en el póstumo instante del sol la sandía se revela abierta/ en dos, cargados barcos de delicia liviana…”. Y al abrirla, como diría Andrew P. Debicki aparece “tachonada de balas negras”.

Hay algo criminal en el acto de abrir la sandía. Miguel Hernández ya se percató: “Cuando el cuchillo la reclama/ los polares cerquillos, tiene al cabo/ para frescas hacer, claras las voces, un rojo desenlace negro de hoces”. ¿Tétrico, verdad?

Tiene su punto el relato “La sandía”, de César Caudo Mendoza, que termina:”… colgado de la pared el cuadro de pintura mostraba un conjunto de frutas donde sobresalía un pedazo de sandía. El resto era naturaleza muerta”. Un texto interesante porque nos lleva a la “Naturaleza muerta con sandía”, de Frida Kalho, al cuadro del mismo título de Giuseppe Recco, o al de Dalí, de 1924, incluso al bodegón de Luis Meléndez. Los pintores también han echado mano de la sandía, casi siempre para potenciar con su color el cuadro. Ninguno tan intenso como el de Manuel Ángeles Ortiz, de 1964, o el de Roser Brau “Sandía cruzada”.

Descubrir el color de la sandía pasa por meterle el cuchillo: “Cual si de pronto entreabiera el día/ despidiendo una intensa llamarada/ por el acero fúlgido raspada/ mostró su carne roja la sandía”. Salvador Rueda es de los que dedicó a la sandía otro de esos poemas que es preciso leer y recordar en verano, cuando tenemos una delante. Neruda también descubrió ese lado trágico de la sandía: “de qué se ríe la sandía/ cuando la están matando”, necesario si queremos acceder a lo que el mismo escritor describía como “cofre de agua plácida”. Y tanto, dicen el agua es sobre todo lo demás agua y por ello la elogiaron desde la Medicina Hipócrates y Dioscórides, mientras Plinio El Viejo insistía en su carácter refrescante. Mark Twain dejó escrito que al comer sandía uno descubría lo que comían los ángeles.

La historia y la botánica dicen que comemos sandía desde el 5.000 antes de Cristo, que pudo surgir del actual desierto del Kalahari y de ahí ir subiendo pasando, como casi todo, por Egipto. Corominas da cuenta del origen árabe del nombre, dato del que se hizo eco Rubén Darío: “sonrosadas cebollas, melones y sandías/ que hablan de las Arabias y las Andalucías…”. Alberti también aludió a ese carácter sureño de la sandía: Rota. ¿Dónde están tus huertos, tu melón, tu calabaza, tu tomate, tu sandía…?”

Entre sandía y sandía, este verano, quizás sea buena idea leer la novela gráfica de Javier de Castro “Sandía para cenar” o “El rey de la sandía”, de Dany Wallace, o “El azúcar de sandía”, de Richard Brautigan. Y sobre todo no ser “sandio” ni “sandia”, como dicen Corominas o el propio Juan Ruiz, Arcipreste de Hita. Por si acaso.

 

 
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