Lo que queda de Franco en Madrid: testimonios de la desmemoria
Un paseo por Madrid en busca de la huella del franquismo con el historiador David Pallol y con Rosa María García y Chato Galante, presos durante la dictadura
Madrid
Un paseo por Madrid en busca de la huella que el franquismo dejó en la capital. Hablamos con Rosa María García y Chato Galante, presos durante la dictadura y miembros de la asociación La Comuna y con David Pallol, escritor e historiador.
Reportaje: "Lo que queda de Franco en Madrid, testimonios de la desmemoria"
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La Puerta del Sol, "un lugar maldito"
Chato rodea el edificio con la agilidad de un guía y señala las ventanas a ras de suelo por el que el viandante, ese género frío de las ciudades modernas, debe detenerse para poder prestarle atención. Porque esa sucesión de ventanas, que delatan la profundidad del edificio, son el testimonio mudo de que en este lugar, la Real Casa de Correos y sede del gobierno de la Comunidad de Madrid, un día hubo muertos. Y los hubo porque Chato, 70 años recién cumplidos, la cabeza envuelta en blanco sulfúrico, dice que los vio. Y que estuvo a punto de ser uno de ellos. “Desde estas ventanas se escuchaban los gritos de los torturados”, y “desde aquel balcón tiraron a Enrique Ruano” dice. Las ventanas asoman a la Calle del Correo, epicentro de Madrid que durante años, “fue un lugar maldito”. “Por esta calle no pasaba ni cristo porque podías llevarte la sorpresa de oír gritos y en general era de mal agüero pasar por aquí”.
Chato Galante (Madrid, 1948) estuvo en aquellos calabozos hasta en cuatro ocasiones y pasó seis años en la cárcel de Carabanchel. Dice que el motivo fue militar en una organización estudiantil. “Tengo una relación cercana con este lugar. Aquí conocí a Billy el niño, el que; por cierto, siempre tuvo una fijación personal conmigo”. Pasó por aquí cuando el edificio fue la sede de la Dirección General de Seguridad, el brazo sanguinario del régimen durante cuarenta años. “Normalmente te traían en un camión y atravesabas esta puerta”, explica y señala la puerta de la calle el Correo, “accedías al patio y a la derecha te hacían la ficha. Luego te llevaban al calabozo, y a partir de ahí te subían a la última planta a hacerte el interrogatorio. Pero el interrogatorio eran torturas. Te daban palizas, jugaban a dispararte con una pistola sin bala o te esposaban a un radiador para que te abrasaras la mano”.
Ha tardado años en volver por este lugar, pero ahora lo hace con cierta asiduidad para narrar lo ocurrido. Porque Chato sigue siendo activista, ahora desde la asociación La Comuna, presxs del franquismo. También se ha querellado contra “Billy el Niño” por crímenes de lesa humanidad. Preguntado sobre la exhumación de Franco, afirma rotundo que lo más importante es “liquidar las sentencias del franquismo”.
La Puerta del Sol es ahora un edificio administrativo y alberga el poder ejecutivo de la Comunidad de Madrid. “Y sin embargo, no hay una puñetera placa que recuerde qué se hacía aquí”. “Hay una placa para las víctimas del atentado de Atocha y también para los que se levantaron el dos de mayo. Entonces, ¿por qué nada recuerda las víctimas de la dictadura?”
Moncloa, una metáfora del imperio
David reconoce que la pregunta sobre qué hubiera sido de la arquitectura madrileña sin el franquismo es un ejercicio de historia ficción. Porque su impronta es tan reconocible que este lugar, la Plaza de Moncloa y sus alrededores es, dice, “una metáfora del imperio que Franco quiso implantar”. En la plaza, donde se ubica el Arco de la Victoria, da comienzo la Avenida de la Memoria. Ironías del callejero o el esputo impertinente de la desmemoria de años.
David Pallol (Madrid, 1966) vivió su infancia durante los últimos años de la dictadura. Es historiador del arte y autor del libro Construyendo un Imperio: guía de la arquitectura franquista en el Madrid de la posguerra (La Librería, 2016). “La arquitectura es una forma de legitimación del poder”, explica. “Estamos en la única de las entradas que se concibieron para el Madrid de la posguerra, el nuevo Madrid de un estado franquista. Se construyó para ser una entrada imperial, para que el viajero que llegara desde El Escorial se encontrara con la España eterna”. “Por ejemplo”, dice, “la Junta Municipal de Moncloa era inicialmente el monumento a los mártires de la cruzada. Dentro había una cruz inmensa del arquitecto Rafael Aburto, y todavía podemos ver que los elementos decorativos son cruces y espadas”. “La arquitectura del edificio, así como la del Ministerio del Aire, tiene una impronta fascista que se trasladará a muchos otros lugares de Madrid y de todo el país”, explica. “Por ejemplo, el zócalo de granito o el ladrillo rojo encuadrado. El ladrillo representaba a la masa que había que contener y encuadrar siempre. Y finalmente, la pizarra; que representa el elemento ario y que evoca a los Habsburgo”. Toda esta lógica arquitectónica y decorativa se lleva también, cuenta David, a muchos edificios de la alta burguesía construidos en la época, sobre todo en el barrio de Salamanca “aunque de una forma más sutil e incorporando terrazas”.
Por último, señala el Arco de la Victoria; el apoteósico monumento que evoca la victoria de los sublevados. “Lo importante con este tipo de monumentos es, sobre todo, saber qué representa y no ocultarlo. Puede haber un monumento fascista como este; pero, ¿por qué no resignificarlo? Lo mínimo sería que hubiera una placa explicativa. Sin embargo está casi abandonado”.
La cárcel de Yeserías, o volver a los dieciocho
“Hace poco tuve acceso a la ficha de mi ingreso en la prisión de mujeres de Yeserías”, dice Rosa María García, los ojos brillantes y llorosos como agujeros de agua. “Y vi por primera vez esa foto. Tenía dieciocho años, pero había cambiado tanto desde la última foto que me tomé antes de pasar por la Dirección General de Seguridad”. Rosa María habla de la foto de la ficha de ingreso en la cárcel. Se la tomaron después de su encierro en la Puerta del Sol. “Era tan joven y salí de allí tan mal”, confiesa. A Rosa María (Madrid, 1957), la Brigada Político Social la detuvo en plena calle, por militar en el Frente Revolucionario Antifascista. “Registraron mi ingreso dos días después de que entrara en Sol. Luego me llevaron a la cárcel de Yeserías”. La antigua cárcel, en el distrito de Arganzuela, es ahora un centro de inserción de la Comunidad de Madrid. “Al menos ahora se llama Victoria Kent, y la calle; Juana Doña”, dice riendo.
Yeserías fue una cárcel de mujeres hasta 1991, y durante la dictadura fue uno de los centros de la capital que encerró a mujeres antifranquistas. “Por aquí pasaron”, recuerda Rosa María, “Eva Forest o Concha Tristán, y también las activistas que eran mujeres de los últimos asesinados por el régimen”. Rosa María se refiere a Silvia, mujer de Sánchez Bravo y a Maruxa, compañera de José Baena. Pasó allí el 27 de septiembre de 1974, fecha trágica de los últimos años de la dictadura. Fue, dice, “lo más duro. Lo vivimos con mucha tristeza y mucha impotencia. A Silvia la mujer de Sánchez Bravo sí le permitieron ir a Carabanchel, pero no a la de Baena”.
Rosa María pasó tres meses en prisión preventiva, los últimos tres meses de la dictadura. “Y en la cárcel nos enteramos y celebramos la muerte del dictador por todo lo alto en las habitaciones”. Y considera “una vergüenza” que tampoco exista ninguna placa que recuerde qué fue ese edificio. “Me da rabia por dos motivos. El primero, porque creo que hay una parte de responsabilidad nuestra por no haber mantenido esa memoria y sobre todo porque el relato lo hemos dejado en las manos de los otros”. Preguntada por qué, dice: “por confiar en el pacto de la transición”.
Enrique García
(Sevilla, 1994) Corresponsal en Bruselas, siguiendo y explicando la política comunitaria. Antes, redactor...