Secretos de la calle Tornería
Una nueva y alta gama de vinos generosos, recientemente comercializada y vinculada directamente al Palacio Domecq, se ha bautizado con este nombre
Jerez de la Frontera
PAZ IVISON
Siempre he pensado que las calles donde se sitúan las bodega –amén de los viñedos de origen- son parte importante de la vida de las mismas y de los vinos que contienen. Son una especie de terroir, de pagos urbanos, en los que se han educado y criado. Me parece una elegante y sencilla manera de bautizar a un vino. (Últimamente encontramos nombres y marcas verdaderamente estrambóticas, para bautizar vinos en cualquier zona del país). Los nuevos vinos generosos de Mora Figueroa - Domecq S.L. se llaman simplemente Tornería. Y son muy pocos los que se han comercializado. Muy escasos los elegidos que han podido disfrutarlos. La primera salida al mercado sólo fue de menos de mil botellas entre los cinco tipos: fino, amontillado, oloroso, palo cortado y P.X.
Sin lugar a dudas, la calle Tornería existía muchos años antes que el Marqués de Montana - Antonio Cabezas de Aranda- comenzara en 1776 a construir un magnífico palacio en el llano de San Sebastián, hoy Alameda Cristina, justo donde desemboca la Tornería hacía extramuros, hacia Sevilla. Un bello y poderoso edificio del más puro estilo barroco andaluz que disfrutó escaso tiempo ya que falleció pocos años después, y sin descendencia. Su viuda lo donó al Cabildo de la Iglesia Colegial de Jerez según voluntad de su marido. El deseaba que a través de esta donación, el Cabildo sufragara los gastos del hospital de mujeres de la ciudad. Unos 50 años después del fallecimiento del Marqués de Montana, un caballero francés llamado Jean Pierre Domecq Lembeye adquiere el edificio en 1855 por más de medio millón de reales de vellón (unos 18.000 euros, más o menos)
Con este nuevo propietario empezamos a encontrar relaciones entre su gran mansión - desde entonces llamado “Palacio Domecq”- y la calle Tornería. Entre Tornería y Plateros se fraguó gran parte de la historia que propició a este caballero francés la posibilidad de comprar la hermosa casa palacio.
Por circunstancias de la vida, este señor francés de apellido Domecq Lembeye se había convertido en el único propietario de un gran negocio bodeguero iniciado 125 años antes por un irlandés llamado Patrick Murphy, que nada tenía que ver con el apellido Domecq, ni con el sur de Francia, ni con Napoleón, ni la Guerra de la Independencia. Patrick Murphy fue uno más de los muchos extranjeros que llegaron a tierras gaditanas por diferentes motivos. Venían huyendo de sus países por guerras y otras circunstancias adversas; por expansionar sus negocios; por buscarse la vida… Emprendedores que diríamos hoy ¿sin llamarles emigrantes?
De Mr. Murphy sabemos que llegó sólo y soltero en 1725 para dedicarse principalmente al negocio de telares. Se instaló en una vivienda de la Plaza de Plateros. Pocos años después, en 1730, decidió que era más rentable el vino que la seda y creó una pequeña bodega que podría ser lo que hoy es El Molino (Bodegas Fundador). Años después, Mr Murphy entabló gran amistad con un vecino –vivía entre Plateros y Torneria- francés, comerciante y también soltero. Se llamaba Jean Haurie y se dedicaba a un próspero negocio de panadería, sedas, lienzos… . El irlandés le hizo socio de su bodega y cuando Murphy fallece sin herederos, le deja su parte del negocio y el resto de sus propiedades –viñedos, fincas rústicas y urbanas- a su socio y amigo francés, que las gestiona con inteligencia y consigue convertirse en el negocio bodeguero más próspero e importante de todo Jerez en aquellos años, finales del siglo XVIII.
Tal éxito y prosperidad hicieron reflexionar a Jean Haurie -también soltero y sin herederos-. Pensó que debía compartir este ya importante negocio con su familia francesa: cinco sobrinos hijos de sus tres hermanos. Vinieron desde la comarca del Bearn, al sur de Francia y constituyeron la sociedad “Jean Haurie & Sobrinos”. Corría el año 1791 y hasta el momento, el apellido Domecq no aparece por ninguna parte. A título de simple curiosidad podemos comprobar que los cinco sobrinos tienen todos ellos un “prénom” (nombre de pila) muy similar. (La familia Haurie no era precisamente muy original a la hora de bautizar a sus vástagos). Juan José, Juan Pedro y Juan Luis Haurie, hijos de un hermano; Juan Carlos Haurie, hijo de otro y Pedro Lembeye Haurie, hijo de su única hermana. Y aquí aparece por primera vez el apellido Lembeye; pero de Domecq, aún ni rastro.
Así las cosas, muere tío Jean Haurie en 1794 y sus cinco sobrinos de parecidos nombres heredan el negocio. Llega la Guerra de la Independencia y las cosas empezaron a complicarse, sobre todo porque uno de los cinco primos, Juan Carlos, resultó ser demasiado francés y ayudó y protegió a las tropas napoleónicas invasoras a cambio de promesas que por supuesto, nunca se cumplieron. La firma Haurie y Sobrinos se hundía.
Suerte que aún quedaban más sobrinos, en este caso un sobrino nieto de Jean Haurie, Pedro Domecq Lembeye –y aquí ya encontramos el famoso apellido- que consiguió rescatar la mayor parte de las propiedades, bodegas, vinos y viñas de la familia que estuvieron a punto de perderse. Pedro Domecq Lembeye, también bearnés, llega a Jerez en 1822 para hacerse cargo de todas las propiedades y negocios que había adquirido. Cambió la razón social de la firma y la puso a su nombre, y así nace Bodegas Pedro Domecq. Prácticamente 100 años después de la primera piedra bodeguera que puso el irlandés Murphy en 1730 y de que llegara el primer Domecq a Jerez.
Pedro Domecq llega acompañado de su mujer, Diana de Lancaster, y sus cinco hijas. Corría al año 1822 y él sólo tenía 32 años. Viendo que nuevamente se repetiría la historia y que no tendría herederos –en aquellos años, sus cinco hijas no contaban para estos menesteres- hizo venir del Bearn a un hermano suyo, que para variar, también se llamaba Pedro, Juan Pedro Domecq Lembeye.
Pedro Domecq Lembeye muere joven, con 49 años, y al cargo de la bodega se queda sólo su hermano Juan Pedro Domecq Lembeye que gestiona la bodega con éxito y es el que compra el Palacio del Marqués de Montana en 1855.
Y como dirían los castizos….¡a lo que íbamos! ( Perdón si me he alargado mucho, pero es curioso constatar que los orígenes de una saga tan prolífica como los Domecq, se asentaron en Jerez precisamente por lo contrario, por la carencia de hijos). Hecho este inciso continuamos con la relación de la calle Tornería y el nuevo propietario del Palacio Domecq. Es uno de los muchos miembros de esta larga familia que lo compró a nivel personal. Se ocupó junto a su mujer de restaurarlo cuidadosamente y también de recuperar –en parte y de momento- la tradición bodeguera familiar.
Un día cualquiera, el feliz propietario se asoma sobre la balaustrada del barroquísimo balcón principal de su palacio y divisó, tras algunas palmeras, el comienzo, o el final, de la calle Tornería, que tanto tuvo que ver con los orígenes de la saga Domecq. Estableció esa línea directa entre el palacio Domecq, la Tornería, la plaza Plateros… Y eligió este nombre para su otro propósito: los vinos generosos.
En un futuro no descarta una bodega en el propio palacio (espacio hay de sobra). Serían vinos realmente propios pero la realidad, hoy por hoy, son las menos de 1.000 botellas que componen la familia Tornería, perfectamente vestidas todas ellas con elegantes diseños. Son las elegidas por su responsable José Ignacio Santiago Hurtado, enólogo y biólogo cordobés, entre las bodegas del Marco de Jerez para los finos, amontillados, olorosos y palos cortados, y las de Montilla- Moriles para los pedro ximénez.
Siguiendo la filosofía cinematográfica de Indiana Jones: “En busca de la bota perdida” y más organoléptica iniciada por Jesús Barquín, José Ignacio Santiago ha desarrollado una metodología más compleja para los Tornería. Busca sus botas favoritas en una determinada bodega y hace su particular mezcla. En la primera “saca” de la Colección Tornería, casi agotada ya, se expresa en la contraetiqueta - muy bien diseñada por cierto; numeradas a mano (son muy pocas) - la bodega de procedencia. Menos en los finos. Excelentes, opulentos y en el umbral de los amontillados pero con filosofía muy fina y limpia. Su procedencia en este caso es un secreto, secreto de Tornería (así se expresa en la contraetiqueta). No me lo desvela José Ignacio, pero me huele a fino con los años precisos y con un encaste muy jerezano y probablemente relacionado con la calle Clavel. (Este tema de las calles ya ven que sigue siendo muy importante). Sólo 191 botellas de 50 cl. 32 €.
El amontillado, espléndido, afilado y muy sanluqueño. Mineral y amargo… De bodegas Yuste, de Sanlúcar de Barrameda (lo expresa en la contra). Bien podría ser algún blend de una solera de Conde de Aldama refrescada con alguna criadera más joven, pero no puedo confirmarlo. Sólo 197 botellas de 50 cl. 120 €.
Palo Cortado Tornería. 197 botellas de 50 cl que me reconcilian con los palos cortados auténticos, perdón, antiguo. La autenticidad de un palo cortado aún está por descubrir, al menos científicamente. Procedente de varias botas elegidas por José Ignacio de la bodega Fernando de Castilla. Excelente. 100 euros
El oloroso me perturba, es bestial. Muy seco, casi amargo, y redondo. Con mucha frescura. Procede de una bota olvidada que permaneció muchos años, muchos, sin refrescar, en plan estático, de las bodegas Sánchez Romate. Sólo 197 botellas de 50 cl. 100 euros.
Y el P.X. también me sorprendió. Nunca me han interesado los vinos dulces pero éste es muy especial, muy cordobés. Sabio en su equilibrio de dulzor y acidez, con ese feliz y elegante punto agridulce consecuencia de los años que ha permanecido estático, quieto y sin ninguna intromisión. 153 botellas de 50 cl. 120 euros.
Mora Figueroa - Domecq S.L. tiene otros proyectos, pero son “los secretos de Tornería”. Y uno de ellos está muy directamente relacionado con la excelencia del brandy de Jerez. Es un pena que no quieran divulgarlo. El brandy de Jerez necesita quien le escriba, quien lo beba, quien lo pague… El brandy de Jerez necesita constatar su excelencia con categorías muy, muy “premium”, que sean capaces de rescatarle del olvido.
Y aquí termina esta larga historia de los secretos de la calle Tornería.