«Yo, que durante tantas veces fui acusado de no tener un título universitario, consigo hoy mi primer diploma, el título de presidente de la República de mi país». Con estas palabras asumió su cargo en 2003 Lula da Silva, que se convirtió en presidente de Brasil con el mayor número de votos en la historia. Veinte años después —y un periplo en la cárcel de por medio— Lula aspira a sacar a Bolsonaro del Palacio de la Alvorada. Nacido en 1945 en Vargem Grande, municipio del estado nororiental de Pernambuco, Luiz Inácio da Silva —conocido con el diminutivo de Lula— era el séptimo de los ocho hijos engendrados por Aristides Inácio da Silva y Eurídice Ferreira de Mello, una pareja de labradores. El padre de familia, al que Lula definió años más tarde como «un pozo de ignorancia» entregado al alcohol y la violencia, se mudó a Sao Paulo para ganarse la vida como estibador. Allí formó una nueva familia. Motivada por la disposición de Aristides de sustentar a las dos familias y por la posibilidad de dejar atrás las penosas condiciones de vida de Pernambuco, Eurídice y sus hijos se trasladaron, también, a Sao Paulo en 1956. A la temprana edad de 12 años Lula comenzó a trabajar como limpiabotas y, más tarde, ejerció de ayudante en una tintorería y de vendedor ambulante de tapioca y frutas tropicales. Pese a ser un excelente estudiante, Lula abandonó la escuela en quinto curso debido a las necesidades económicas de su familia. A los 14 años, consiguió un empleo en una planta de producción de tornillos, donde trabajaba 12 horas. Paralelamente, realizaba un curso de tornero mecánico impartido por el Servicio Nacional de Industria. Más adelante, trabajó en una fábrica de carrocería de la firma Fris Moldu Car. En este puesto perdió gran parte del dedo meñique de su mano izquierda mientras utilizaba una prensa hidráulica. Fue en su siguiente trabajo, en la metalúrgica Industrias Villares, cuando se inició en el sindicalismo. La detención y tortura de su hermano mayor, José Ferreira da Silva, afiliado al Partido Comunista Brasileño (PCB), motivó que Lula participara de forma activa en la lucha sindical, mediante el reparto de boletines políticos, producidos en la clandestinidad, contra el régimen militar encabezado por el mariscal Artur da Costa e Silva y la defensa de los derechos de los trabajadores. En 1969, los hermanos Silva fueron votados para integrar el Comité Ejecutivo del sindicato: José como secretario de área y Lula como suplente. En 1972m Lula fue elegido director del Departamento de Protección Social del sindicato, una posición gremial que requirió la interrupción de su trabajo en la cadena de montaje. Respetado y apreciado por sus compañeros por sus esfuerzos para mejorar los salarios, la cobertura social, la preparación profesional y el nivel cultural de los trabajadores metalúrgicos, en 1975 Lula llegó a la presidencia del sindicato y pasó a ser la voz de casi 100.000 trabajadores. Durante los siguientes años, Lula fue el principal promotor de las grandes manifestaciones y paros obreros en São Paulo. En 1979, el Gobierno hizo aprobar una ley que prohibía las huelgas en los sectores de la economía considerados esenciales. Lula desobedeció la ley y llamó a un paro general, lo que provocó que las autoridades intervenieran el sindicato. En 1980, Lula instigó una huelga que duró 41 días y que fue reprimida con dureza. Un tribunal militar lo condenó a tres años y medio de prisión por «desorden público», pero la setencia fue anulada en apelación. Ese mismo año, al amparo de la extinción del bipartidismo, nació el Partido de los Trabajadores (PT), fundado por los sindicalistas de Sao Paulo, activistas sociales y algunos políticos e intelectuales socialistas. Una vez disuelto el régimen militar, en las elecciones constituyentes de 1986, el Partido de los Trabajadores fue el partido de izquierda más votado, mientras que en las elecciones municipales el PT logró 36 alcaldías, entre ellas las de importantes ciudades como Sao Paulo, Porto Alegre o Vitória. En el año 1989, Lula concurrió por primera vez a las presidenciales como candidato del PT. A pesar de que lideraba las encuestas, finalmente la victoria fue para el conservador Fernando Collor de Mello, que se impuso en la segunda vuelta con el 53% de los votos. En cualquier caso, Lula hizo historia: frente al multimillonario que se hizo con la presidencia de Brasil estuvo el primer aspirante procedente del sindicalismo. Collor de Mello fue denunciado por corrupción debido a sus relaciones con el empresario y secretario de campaña Paulo César Farias. La presión social provocó que De Mello dimitiera a finales de 1992 y que fuera sustituido en el cargo, hasta completar su mandato, por el hasta entonces vicepresidente, Itamar Franco. En 1994, Lula volvió a postularse como presidente, pero cayó derrotado de nuevo, esta vez por el candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), Fernando Henrique Cardoso. Cardoso le venció de nuevo en los siguientes comicios, celebrados en 1998; y retuvo la presidencia hasta 2002. A la cuarta fue la vencida para Lula, que se impuso en las elecciones de 2002 frente a la mano derecha de Cardoso, José Serra. Lo hizo gracias a 52.400.000 votos, el 61% de las papeletas. Tras jurar su cargo en una jornada histórica que congregó a medio millón de personas en Brasilia, entre ellos presidentes y jefes de Estado como Fidel Castro o Hugo Chávez, Lula prometió dar tres comidas diarias a todos los brasileños. Durante su Gobierno, Lula emprendió reformas pragmáticas, que garantizaron la modernización y el desarrollo del país, sin salirse de los cauces de la economía de mercado. En poco tiempo, consiguió un importante crecimiento del PIB y una reducción del desempleo, al tiempo que puso en marcha programas sociales como como Hambre Cero o Bolsa Familia, que contribuyeron a sacar de la pobreza a unas 30 millones de personas en menos de una década. No obstante, ciertos sectores de la izquierda le acusaron de falta de firmeza en sus políticas. Lula consiguió la reelección en 2006, tras imponerse en segunda vuelta al socialdemócrata Geraldo Alckmin. En su segundo mandato, Lula confirió un nuevo estatus a Brasil en el panorama geopolítico. Mientras que por una parte se alineó con otras grandes potencias emergentes, los países conocidos como los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), la crisis financiera de 2008 no golpeó tan fuerte a Brasil como a los países occidentales, lo que hizo que gigante sudamericano desbancara a Reino Unido como sexta economía mundial. Lula abandonó la presidencia con un 80% de aprobación y convertido en un referente internaiconal en la lucha contra las desigualdades. Aquel niño que abandonó los estudios para poder llevar dinero a casa era, ahora, doctor honoris causa por cinco universidades, había recibido el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional y fue nombrado ciudadano de honor de París. La sucesora de Lula fue Dilma Rousseff, su jefa de Gabinete desde 2005. Durante la presidencia de Rousseff, en 2016, Lula fue arrestado en el marco de la operación Lava Jato, que investigaba supuestos sobornos a políticos y empresarios con recursos de la petrolera semipública brasileña Petrobras. Roussef nombró a Lula ministro de la Casa Civil, una maniobra política que, según la oposición, pretendía dotar de inmunidad al expresidente y evitar que entrara en la cárcel, pero la Justicia brasileña anuló el nombramiento. Una investigación periodística reveló que el juez Sergio Moro —encargado de instruir el caso Lava Jato y nombrado ministro de Justicia años más tarde por Bolsonaro— ordenó a los fiscales que encarcelaran a Lula Da Silva mediante su incriminación en el escándalo de corrupción. El 7 de noviembre de 2019, la Corte Suprema de Brasil decidió que el encarcelamiento de Lula da Silva había sido inconstitucional y ordenó su salida inmediata de la cárcel. Las victorias en los tribunales de Lula le situaron como la mejor opción para desbancar a Jair Bolsonaro. A sus 76 años, afronta su quinta candidatura a presidente como un plebiscito entre quienes lo consideran víctima de una persecución política y quienes lo tachan de corrupto. En la primera vuelta, celebrada el paso 2 de octubre, las urnas dictaron sentencia a su favor. El Partido de los Trabajadores sumó el 47,88% de las papeletas (más de 54,8 millones de votos), frente al 43,68% que obtuvo el Partido Liberal de Bolsonaro. Al no haber superado el 50% ninguno de los dos candidatos, todo se dirimirá este domingo en la segunda vuelta. El promedio de encuestas otorga una ventaja de tres puntos a Lula, pero se calcula que el número de indecisos se sitúa en torno al 5%, por lo que la diferencia puede considerarse un empate técnico.