Enrico Caruso, el tenor prodigioso
Nació en Nápoles y en su barrio conoció sus extraordinarias dotes vocales cantando en el coro de su iglesia parroquial y en los cafés callejeros. Noel Clarasó, en su libro "Antología de anécdotas", cuenta que en la casa de Caruso los niños siempre tenían el estómago a media asta y cuando regalaron a la familia un queso entero, sus padres pensaron que era su forma de pago al médico en agradecimiento por su ayuda
El pequeño Caruso fue el encargado de llevarle el queso. Al llegar al domicilio lo hicieron esperar a la entrada y desde allí empezó a escuchar la voz de una mujer, la hermana del médico, que aprendía canto. Caruso que ya tenía una voz privilegiada, no pudo reprimirse y empezó a cantar también la misma canción. Sorprendidos y emocionados, el médico se comprometió a pagarle al joven sus estudios de música.
Con el tiempo se hizo el tenor más famoso de Italia y del mundo entero. Empezó en el Teatro Nuevo de Nápoles y luego en los teatros de ópera más afamados. Su gran éxito fue en la Scala de Milán en 1898, en la interpretación del papel de Loris en “Fedora”, del compositor Umberto Giordano. Algún tiempo después apareció en los teatros de San Petersburgo, Roma, Lisboa, Montecarlo y debutó en el Covent Garden de Londres con “Rigoletto”, de Verdi.
En 1903 cantó por primera vez en el Metropolitan Opera House de Nueva York. Su repertorio constaba de más de cincuenta óperas, casi todas italianas, aunque también cantaba en inglés, francés y español. Fue uno de los primeros intérpretes que grabó para fonógrafo, lo que contribuyó a su reconocimiento mundial y a que sus ganancias se incrementaran. Llegó a ser el cantante mejor pagado de su época. Llegó a cobrar no menos de 10.000 dólares por función. Muy supersticioso, siempre llevaba encima una bolsa con amuletos para que le proporcionaran suerte, entre ellos un trébol de cinco hojas y una pata de conejo. Le gustaba coleccionar toda clase de objetos y cachivaches, entre ellos álbumes de fotos y recortes de prensa de sus actuaciones, así como una colección de sellos de correos de todos los países por los que había viajado, monedas, relojes y tabaqueras antiguas. Caruso era un fumador empedernido de cigarrillos egipcios (consumía hasta dos paquetes diarios). También dibujaba caricaturas de sus compañeros y la flauta era su instrumento musical favorito.
Y llegó diciembre de 1920. Fue el principio del fin. Interpretando en Nueva York la ópera de Donizetti -“Elixir de Amor”-, sufrió la rotura de un vaso sanguíneo de su garganta. Aunque su esposa le pide que no cante, Caruso sube más veces al escenario. Debido a los fuertes dolores del costado, se cancelan las funciones. Se ve obligado a someterse de urgencia a varias operaciones quirúrgicas, de las que apenas se recupera. Enrico Caruso falleció en Nápoles el 2 de agosto de 1921, a los 48 años de edad, durante el sueño, al parecer de una pleuritis. Una de sus frases fue: “Para alcanzar la grandeza es necesario sufrir”.