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Catalina de Erauso: La Monja Alférez

“La verdad es ésta: que soy mujer, que nací en tal parte, hija de fulano y zutana; que me entraron de tal edad en tal convento con fulana, mi tía; que allí me crié; que tomé el hábito, que tuve noviciado; que estando para profesar, por tal ocasión me salí; que me fui a tal parte, me desnudé, me vestí, me corté el cabello, partí allí y acullá, me embarqué, aporté, trajiné, maté, herí, maleé, correteé, hasta venir a parear en lo presente y a los pies de Su Ilustrísima”

Catalina de Erauso or Katalina Erauso, also known in Spanish as La Monja Alférez, The Nun Lieutenant, 1592—1650. Historical figure of the Basque Country, Spain and Spanish America in the first half of the 17th century. After the portrait by Francisco Pacheco. From La Ilustracion Española y Americana, published 1892. (Photo by: Universal History Archive/Universal Images Group via Getty Images) / Universal History Archive

De esta manera tan sucinta como expresiva resume Catalina de Erauso su accidentada vida en las Memorias que escribió. En la ciudad de Huamanga, en Perú, encuentra a un obispo al que confiesa todos sus secretos y la comprende. “El santo señor, entre tanto la relación duró, que fue hasta la una, se estuvo suspenso, sin hablar ni pestañear, escuchándome y, después que acabé, se quedó también sin hablar y llorando a lágrima viva”.

Catalina había nacido en 1592 en San Sebastián, hija del capitán don Miguel de Erauso y de doña María Pérez de Galarraga. Son datos que aparecen en un libro editado y comentado por Joaquín María Ferrer, en 1829, referido al manuscrito titulado “Historia de la Monja Alférez, Catalina de Erauso, contada por ella misma”. En su relato descarnado y sin florituras asegura que, a los cuatro años de edad, la metieron en un convento de dominicas de la que era priora su tía. Vivió allí hasta los quince años y, en el año de noviciado, se peleó con una monja, Catalina de Aliri, que la había maltratado. Esto la indujo a escapar del convento, cortarse el pelo, vestir ropas de hombre y empezar su vida aventurera.

Marchó a Sanlúcar y embarcó para las Indias en un navío que mandaba un tío suyo, Esteban Eguiño, a quien tampoco se dio a conocer. Fueron a Cartagena de Indias, embarcaron plata y ella le robó a su tío 500 pesos, saltó a tierra “y nunca me vieron más”. Por esta época no se había despertado aun en ella la afición a las armas. Estuvo en varios territorios de Sudamérica, realizando varios oficios y estando en la ciudad de Concepción, en Chile, sentó plaza de soldado. Libraron batalla en los llanos de Valdivia. Su heroica acción le valió ser nombrada alférez y con ese grado participó en la batalla de Puren. Aficionada a los juegos de cartas, una noche se peleó con otro jugador que la acusó de tramposa. “Yo saqué la espada y entrésela por el pecho”. El corregidor la detuvo, pero ella le dio una cuchillada y le atravesó los dos carrillos. Fue buscada y sentenciada a muerte en varias ocasiones.

Al final regresó a España y llegada a Madrid, presentó un memorial al rey Felipe IV suplicando que la premiara por sus servicios. El Consejo de Indias informó favorablemente y le señalaron 800 escudos de renta. El Papa Urbano VIII también quiso conocerla y le preguntó por “mi vida, mi sexo, mi virginidad”. Quedó gratamente impresionado y le dio permiso para seguir vistiendo hábito de hombre y usar el nombre de Antonio de Erauso.

En fin, tantas y tantas aventuras que protagonizó esta mujer que el dramaturgo Juan Pérez de Montalbán escribió en 1626, cuando ella vivía aún, una comedia titulada “La Monja Alférez” que le dio aún más popularidad.  

 
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