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'Jane Eyre', una novela deslumbrante

Leer esta obra es toda una experiencia de emoción y de sentimientos, su estilo entusiasma y crea fascinación

'Jane Eyre', una novela deslumbrante

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Charlotte Brontë nació en Thornton, Yorkshire en 1816 y murió en 1855. Es la tercera hija de Patrick Brontë y Maria Branwell. En 1820, el padre fue nombrado vicario perpetuo de la pequeña aldea de Haworth, en los páramos de Yorkshire, y allí pasaría Charlotte casi toda su vida. En 1846 consiguió publicar un volumen de 'Poesías' con sus hermanas Emily y Anne, con seudónimo. Su primera novela, 'El profesor', no encontró editor, pero como Currer Bell publicó con éxito 'Jane Eyre'. Su última novela fue 'Vilette'.

'Jane Eyre' se publicó en 1847 y fue un éxito extraordinario. Y es que leer 'Jane Eyre' es toda una experiencia de emoción, de intensidad, de sentimientos. Es una novela maravillosa, profunda, compleja y a la vez luminosa. Pura literatura. 'Jane Eyre' deslumbró al público en octubre de 1847. Todo Londres lo comentaba y lo leía. La novela fue tachada de manifiesto feminista, peligroso y erótico, de documento inadmisible y furibundo que atizaba el fuego revolucionario del cartismo y las sublevaciones en Europa a finales de los años cuarenta del siglo XIX.

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Un tono acusadamente personal que no dejó indiferente a nadie

'Jane Eyre' poseía un tono acusadamente personal, no dejaba a nadie indiferente. La ternura, la intimidad, el tono franco y sincero sumados a la publicación por primera vez de 'Jane Eyre' como "autobiografía" escrita por un personaje desconocido. Currer Bell hizo que sus lectores se sintieran muy cercanos a la autora. La novela habla de pasión erótica, de las aspiraciones de la clase baja y de la ira de las mujeres en una época en que el radicalismo político amenazaba el orden establecido. Uno de los aspectos más mágicos de 'Jane Eyre' es el tono fluido, personal, emotivo, que posee una presencia íntima y personal, y crea la ilusión de que detrás del texto se encuentra una persona que nos habla de un modo directo. Pero, de forma paradójica, el vocabulario de la novela es altamente alusivo, autoconsciente y literario.

La abundancia de alusiones textuales es prodigiosa: 'Jane Eyre' es una de las obras más densas en referencias e intertextualidad del siglo XIX. Al mismo tiempo, la novela está en deuda con la literatura del Renacimiento inglés. La estructura recuerda a una obra en cinco actos de Shakespeare. 'Jane Eyre' tiende más a una gramática simple que compleja. El estilo simple a menudo da un giro, como si el asunto doloroso del que se ocupan volteara las frases.

El nombre de la heroína representa una cuestión de identidad. Mientras una trama bien tejida y desarrollada avanza de forma impetuosa, el nombre de 'Jane Eyre' se invoca e inquiere como un sueño melancólico, con resonancias a los orígenes perdidos. Jane no guarda recuerdos de sus padres ni una idea clara del lugar al que pertenece, si es que pertenece a alguno. A menudo la narradora en primera persona menciona su propio nombre en segunda o tercera persona. En ocasiones se reprende a sí misma, lo que hace asociar el nombre con la división interna del yo, la pérdida de expresión, para que así parezca que hay dos Jane, una racional y la otra pasional. La intensidad con que la novela indaga sobre la identidad de su protagonista se ve reforzada por el uso recurrente de un grupo de palabras clave que atañen a lo más básico y primordial de la condición humana, que tiene que ver con la necesidad de alimento, de calidez, de fuego, de un hogar, de un refugio.

El aspecto más complejo y controvertido de 'Jane Eyre'

El aspecto más complejo y polémico de la novela es el tratamiento del género en las relaciones y el matrimonio. Jane nombra con deleite a Rochester "mi señor". El radicalismo feminista con que se reivindica la independencia de las mujeres se alterna con el deseo de fundirse con el "señor" amado en un único ser. Rochester, como patrón aristócrata y terrateniente, es literalmente el "señor" de Jane. Pero ella le confiere una carga sexual que, de algún modo, implica el afecto y la atracción que el byroniano y autoritario Rochester siente por Jane. Este uso remite a la pasión que Charlotte Brontë sentía por su profesor, Constantin Heger. En 'Jane Eyre', el amor humano es más sagrado que el divino. El tierno y fiel "eros" es más poderoso que el fervor apostólico: Eva domina a Adán.

'Jane Eyre' toma el estilo y el tema de una rica miscelánea de fuentes. La trama posee resonancias de cuentos populares: 'Barba Azul', 'La Cenicienta', 'El patito feo' o 'La bella y la bestia'. Le debe a sir Walter Scott los paisajes sobrenaturales y sugerentes de Escocia, así como a la literatura gótica, que había generado tantas emociones a las Brontë durante su infancia. En 'Jane Eyre', Charlotte Brontë usa motivos góticos, siendo el más obvio el de la loca que "embruja" el ático, no solo para causar efecto, sino para representar al inconsciente bajo la presión de encontrarse con un mundo desconocido. Cualquier hecho que experimente un niño necesitado albergará cierto misterio, porque es desconocido: el mundo fantasmal emerge para amenazar a Jane en la "habitación roja", donde la niña desamparada cree ver un espíritu.

A pesar de que 'Jane Eyre' no es una novela epistolar, se lee como si fuera un intercambio comunicativo íntimo. El tono de confidencia provoca, embelesa y apela al lector. Su estilo entusiasma y crea fascinación. El hipnotismo que produce podría tener el origen en el método creativo de Charlotte Brontë: la escritura automática. Transcribe su mundo interior sin cedazo sobre el papel, con los ojos cerrados. Como narradora, Charlotte Brontë no tiene precedentes. Su dominio del suspense en 'Jane Eyre', combinado con la astucia de esconder la clave que resuelve los hechos no resueltos, mantiene al lector en un estado de excitación y tensión, pero también tiene una de las más bellas estructuras narrativas de todos los tiempos: el círculo.

Este artículo contiene fragmentos de la introducción de Stevie Davies a la edición de 'Jane Eyre' de Penguin Clásicos

 
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