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Descartes y su noche luminosa

Era un espíritu inquieto que se propuso estudiar en “el gran libro del mundo” y para ello se dedicó a viajar, pero no le interesaba la vida militar, considerándola “indolente y disipada”. A sus 23 años estaba pasando una fuerte crisis personal respecto a sus sentimientos sexuales y religiosos

René Descartes / Getty Images

Su ansia de conocimiento le hizo ponerse en contacto con los escritos herméticos y cabalísticos de los rosacruces alemanes que aseguraban poseer la clave para conseguir un saber universal y así dominar todas las ciencias. Y la noche del 10 de noviembre de 1619 ocurre el milagro onírico...

Durante esa noche tuvo una experiencia que le dejó una profunda huella en la que, como él mismo dice, “descubrió los fundamentos de una ciencia admirable”. Según nos cuenta Paul Landormy, en su comentario al Discurso del Método, Descartes estaba bloqueado en el campamento de Neuburg, una localidad a orillas del Danubio, en un crudo otoño, solo con sus pensamientos, sumido en meditación, enfermo, postrado en una cama, al lado de una estufa de arcilla y es entonces cuando Descartes: “alcanzó plena y definitiva conciencia de su método, lo que perseguía inútilmente desde hacía mucho tiempo”. Se puede decir que concibió la noción de que todo el conocimiento podría reunirse en una sola ciencia universal, “capaz de resolver de manera general todos los problemas”.

Esa noche tuvo tres sueños sucesivos y visionarios “que sólo pudieron venir del cielo”, según sus palabras. En el tercero ¿se vio abriendo un texto en latín en el que pudo leer las siguientes palabras Quid vitae sectabor iter? (“¿Qué senda de la vida seguiré?”). Al despertar, creyó que había sido visitado “por el espíritu de la verdad que había querido abrirle los tesoros de todas las creencias”. Se convenció de que los sueños eran el medio del que se servía el Todopoderoso para vislumbrar su futuro, diciéndole que la misión de su vida era buscar y descubrir la verdad, la ciencia y el saber universal. Todo en uno. En definitiva, a Descartes se le revelaron las bases sobre las que edificaría su sistema filosófico: el método matemático y el principio del cogito ergo sun (“Pienso, luego existo”) que desarrollaría años más tarde. Este descubrimiento le llenó de tal alegría que, como acción de gracias, se impuso la obligación de peregrinar al Santuario de la Virgen de Loreto. Es en ese momento cuando decide renunciar a la vida militar para consagrarse, en cuerpo y alma, al mundo del pensamiento matemático y filosófico.

En 1649, René Descartes acepta la invitación de la reina Cristina de Suecia que le ofrece el puesto de tutor y profesor de Filosofía. Llegó a Estocolmo y muy pronto se dio cuenta que había cometido un grave error: el clima y las costumbres del país le afectaron a su salud. Un carruaje le recogía tres veces por semana, a las cinco en punto de la mañana. “Se hielan hasta los pensamientos de los hombres”, decía. El frío del invierno sueco hizo que a los cuatro meses de estar allí su salud se resintiera, cayera enfermo y al final muriera de pulmonía el 11 de febrero de 1650. Eso al menos dice la versión oficial. Algunos investigadores han especulado sobre la seria posibilidad de que Descartes hubiese sido envenenado con arsénico. ¿Por quién? Sospechosos: los luteranos para impedir que un católico influyese en la reina Cristina.

 
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