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Atila, el azote de Dios

En 2022 se creyó que una fastuosa tumba encontrada durante la construcción de una carretera en Rumania podría ser la de Atila, el caudillo huno del siglo V, pues estaba repleta con más de 100 artefactos, incluyendo una espada y joyas de oro con incrustaciones de piedras preciosas

Ensayo general de la ópera "Attila" de Verdi, bajo la dirección escénica de una de las leyendas vivas de la lírica mundial, Ruggero Raimondi / LUIS TEJIDO (EFE)

El descubrimiento fue realizado cerca de Mizil. No, no era su tumba, al igual que otros intentos frustrados que ha habido a lo largo de años en distintas partes del mundo, como en las proximidades de Budapest en 2014 o en una zona concreta de Kazajistán.

Cuando Atila murió en su noche de bodas, en el año 453, ahogado en su propia sangre por una hemorragia nasal, sus guerreros no lo podían creer. Se laceraron la cara, se cortaron el pelo y se procedió a una singular tradición: la Strava. Un banquete en el que se comía, bebía y se recodaban sus gestas. Al concluir el festín, depositaron el cuerpo en un ataúd de oro. Este dentro de un féretro de plata y éste, a su vez, dentro de otro hierro. Después se le enterró en una tumba secreta bajo el lecho de un río y acto seguido se procedió a matar a los soldados y esclavos que la habían construido para que jamás fuera profanado el eterno descanso de Atila. Al menos así lo cuenta el cronista Prisco, un historiador bizantino que fue enviado como embajador al campamento de Atila en el año 448. A día de hoy, todavía no se ha encontrado su sepultura y su búsqueda y descubrimiento continúa siendo uno de los retos pendientes para la arqueología.

Y si algún se encuentra también aparecerá su famosa “espada de Marte” que, según cuenta el historiador Jordanes, estaba asociada con su destino: “Cierto pastor descubrió que un ternero de su rebaño cojeaba y no fue capaz de encontrar la causa de la herida. Siguió ansiosamente el rastro de la sangre y halló al cabo una espada con la que el animal se había herido mientras pastaba en la hierba. La recogió y la llevó directamente a Atila. Éste se deleitó con el regalo y, siendo ambicioso, pensó que se le había destinado a ser señor de todo el mundo y que por medio de la Espada de Marte tenía garantizada la supremacía en todas las guerras”.

El mismo Jordanes, que no fue precisamente uno de sus entusiastas seguidores, escribió lo siguiente sobre su personalidad: “Aunque era amante de la guerra, sabía dominar sus actos. Era sumamente juicioso, clemente con quienes suplicaban perdón y generoso con sus aliados”.

Sus hazañas, conquistas e invasiones han hecho que para algunos sea considerado un bárbaro salvaje con buenas estrategias de guerra y otros como un hábil héroe que contribuyó a la caída del imperio romano de Occidente. Miles de húngaros llevan el nombre de este huno tan temido, en su transcripción magiar, Attila, y otros cientos más con la variante Etele. Hasta uno de sus poetas más famosos se llamaba Attila József.