A vivir que son dos díasLa píldora de Leila Guerriero
Opinión

El lento adiós al carro de las compras

"Me justifico diciéndome que también me costaría enterrar un recuerdo, algo que ni siquiera tiene materialidad, que es pura abstracción, rastro invisible de lo que no está"

El lento adiós al carro de las compras

El lento adiós al carro de las compras

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Lo compré hace años porque era distinto, un carro para hacer las compras serio, nada de esas payasadas con lunares. Este era color tiza con un tramado de rayas más brillantes que contrastaban con la superficie opaca del resto de la tela. Tenía porte, elegancia, le insuflaba al hecho de comprar carne o verdura un garbo ligero. Me gustaba ir con él llevándolo con estilo, como si fuera una maleta de cabina. Durante el confinamiento por la pandemia, cuando no se podía salir, sirvió de salvoconducto: si algún policía me preguntaba qué hacía en la calle, yo respondía: “¿No ve? Hago las compras”. Era un carro con aspecto neoyorquino y espíritu de pirata. Hace bastante tiempo se le salió una rueda, y lo reparé. Después se partió el metal que sostiene la base y era difícil mantenerlo erguido. Empezó a caerse, a producir un caos de botellas y paquetes rotos. Más tarde se abrió la tela, se partió el eje. A pesar de los remiendos conservaba su altivez. Era como una de esas muchachas rotas de las películas retrofuturistas, bellezas remendadas que, de todas maneras, siguen siendo bellezas. Pero hace poco, apenas salí rumbo al supermercado chino, se le quebró la manija. Sentí el crack como quien escucha el sonido del cuello de un animal al romperse. Lo miré y vi un cadáver: cintas, hilos, tramos de soga, la tela rasgada, el aluminio torcido. Entré a una tienda cercana, compré otro y volví con los dos carros a casa. El nuevo es fuerte, verde oliva, híperhormonado. El viejo continúa donde lo dejé, en el balcón trasero. No está vivo, no es amoroso ni tirano. No tiene carácter. Es un carro. Plástico, tela, metal. Pero pensar en su estructura noble abandonada en un container lleno de desperdicios me resulta insoportable. Me justifico diciéndome que también me costaría enterrar un recuerdo, algo que ni siquiera tiene materialidad, que es pura abstracción, rastro invisible de lo que no está. Lo miro y no dejo de pensar en un poema extraño de Precious Arinze que dice: “Mirá: que no haya sangre no es prueba suficiente de que nada haya muerto”.

 
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