El misterio de saber regalar

Saber qué regalar, cuando llegan estas fechas horripilantes, es quizá la habilidad suprema del ser humano, la que, por un momento, te hace superior en inteligencia al perro, al pulpo, tal vez a la hormiga. No muchas personas la tienen. Es tan rara, de hecho, que nunca sueñas con regalar bien: te conformas con salvar los muebles. Mi hermana me regala un jersey desde hace diez años por Navidad, y yo a ella una camiseta. Renunciamos a las sorpresas agradables. Al menos tenemos una manía. Regalar mal es tristísimo, sí, pero muy común. Dar en el clavo, encontrar eso con lo que tu amiga, pareja, padre, hermana, hijo, va a sentir que su vida se eleva, no se parece a ningún placer. A lo mejor solo al de no morir de milagro. Recuerdo cuando los Reyes Magos tuvieron la idea de traerle a mi hija un telescopio. Cuando lo vi en el salón, solo me salió decir «Hostias con los Reyes». Me pareció uno de esos aciertos mayúsculos, en el que no siempre incurren estas figuras míticas de Oriente. Nos precipitamos a abrirlo. Enseguida comprendí que iba a ser difícil que fuese más bonito por dentro que por fuera de la caja. En efecto, solo llegué a montar el trípode. Han pasado ya dos años. Aún no hemos podido ver nada a través de él. Fue un regalo maravilloso durante media hora. Ojalá otro año nos traigan unas instrucciones que se entiendan.