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Las sobras de la última cena

Si hacemos un alarde de imaginación y nos situamos hace dos mil años, está claro que en ese cenáculo tuvo que haber toda clase de utensilios, cachivaches y objetos que nadie daba valor en ese momento, como manteles, sillas, platos, cuchillos, etc. (tenedores no, que aún no se habían inventado)

Bruce Yuanyue Bi

¿Y las viandas? ¿Acaso comieron lentejas? En el Sancta Sanctorum de Roma dicen tener trece lentejas y una hogaza de pan sobrante de esa cena. En el relicario de la Catedral de Toledo conservan trozos de pan rancios, legumbres tiesas que no se llegaron a consumir o incluso los manteles raídos que cubrieron la mesa y que en el siglo XVIII regaló el duque de Cardona y de Segorbe a la colección de reliquias. En la Catedral de Oviedo tendrían, a su vez, otros restos del pan de la Última Cena además de una sandalia perdida de San Pedro. El monasterio de Montearagón (Huesca) se vanaglorió de custodiar un mendrugo de pan fosilizado que se salvó milagrosamente de un pavoroso incendio.

Respecto al mantel solo hay uno (menos mal) y está en la Catedral de Coria. Se trata, de una pieza de lino puro de 4,42 metros de largo y 92 centímetros de ancho, blanca por un lado y con sencillos adornos en azul por el otro. Una bula papal firmada por Benedicto XIII -y fechada en 1404- habla de que apareció escondido en un arca en el subsuelo de la catedral. El tipo de tejido y textura eran los usados en Palestina en el siglo I, lo que podría acreditar su antigüedad. La teoría de John Jackson, director del Turín Shroud Center de Colorado (el mismo que en 1978 tuvo el privilegio de ser uno de los 30 expertos escogidos por el Vaticano para estudiar la Sábana Santa de Turín), parte de la premisa de que la sábana y el mantel extremeño fueron usados conjuntamente en la Última Cena. Lo argumenta diciendo que en la antigüedad los judíos, en las grandes solemnidades (y la Pascua era una de ellas), utilizaban dos manteles de manera ritual. Colocaban un primer mantel sobre el que se depositaban los alimentos (Sagrado Mantel de Coria) y una segunda tela sobre ellos para evitar que cayera arena o insectos (que sería luego el usado como mortaja, es decir, la Síndone de Turín). Ambas telas son de dimensiones similares y de lino puro. Para Jackson todo encaja. Para otros, su teoría estaría cogida por los pelos (yo diría, por los hilos).

Si seguimos haciendo arqueología bíblica, otras piezas sueltas de esa célebre cena serían el “Sacro Catino”, plato hexagonal de vidrio verde que, según las crónicas, fue traído a Génova por Guglielmo Embriaco en 1101 al regresar de la primera Cruzada y hoy se conserva en el “Museo del Tesoro”, un edificio al lado de la Catedral de San Lorenzo. También habría que incluir la Santa Silla o sillón triclínio. Sería en la que se sentó durante la Última Cena y que conservan en una capilla lateral de la parte superior de la Escalera Santa del Palacio de Letrán en Roma, o sea, el Sancta Sanctorum. Y en este lugar se conserva la Santa Huella que dejó Jesús en un asiento. El letrero que puede leerse en el marco donde está expuesta la reliquia reza: ‘Pars lectuli in quo D.N. Feria V. in Coena recubit’. La expresión ‘Feria V’ se referiría al jueves. 

 
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