Saladino, el paladín del Islam Medieval
En 1185, la muerte del rey Balduino IV el Leproso abrió una crisis en el reino de Jerusalén que dio alas a los elementos más belicistas entre los cristianos y provocó, a la postre, la guerra abierta. El detonante fueron las provocaciones contra los musulmanes de Reinaldo de Châtillon quien atacó en 1186 una caravana de peregrinos que iban a La Meca. El sultán Saladino consideró rota la tregua que desde el año anterior regía entre cristianos y musulmanes y reunió tropas propias y de sus aliados para atacar el reino de Jerusalén
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El 4 de julio de 1187, Saladino venció en la batalla de los Cuernos de Hattin a las fuerzas de Templarios y Hospitalarios dirigidas por Guido de Lusignan y Reinaldo de Châtillon. Les hizo prisioneros y en su propia tienda decapitó personalmente a Reinaldo y al rey Guido se le perdonó la vida. A partir de este momento, Saladino fue ocupando las plazas más importantes de los cruzados: Acre, Ascalón, Gaza... La última etapa de este avance era conquistar la ciudad de Jerusalén, como así ocurrió.
Las consecuencias de la caída de la ciudad santa no se hicieron esperar: el papa Urbano III convocó la Tercera Cruzada, a la que acudieron los principales monarcas cristianos, por eso es llamada también la Cruzada de los Tres Reyes: Federico I Barbarroja, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Felipe II de Francia y Ricardo I “Corazón de León” de Inglaterra.
Durante la época convulsa de la reconquista de Tierra Santa, Ricardo Corazón de León y el sultán Saladino firmaron un acuerdo histórico. El Tratado de Ramla fue firmado en junio de 1192 y, según los términos del acuerdo, Jerusalén permanecería bajo control musulmán. Sin embargo, la ciudad estaría abierta a la peregrinación cristiana.
Saladino no disfrutó mucho tiempo de su éxito: murió tan sólo unos meses después de la firma de la paz, el 2 de marzo de 1193, en Damasco, a los 56 años, rodeado de sus numerosos hijos y de su única hija (a la que al parecer curó de una enfermedad con una esquirla del Santo Grial que actualmente se exhibe en la Basílica de San Isidoro de León). En los últimos tiempos se hizo acompañar por Maimónides, filósofo y médico judío andalusí, al que había hecho venir desde Córdoba, y se complacía con su sabiduría. Tras la muerte de Saladino, cuando abrieron los cofres de su tesoro personal, solo encontraron una monedita de oro y 47 piezas de plata. Todo lo demás lo había repartido.
En el Occidente cristiano, los caballeros que habían vuelto de la cruzada sin haber podido reconquistar Jerusalén propagaron, para justificar su derrota, mil historias crueles sobre Saladino y su ejército. Pero pronto se impuso la imagen del sultán que ha llegado hasta nuestros días, la de un guerrero generoso e invencible y, sobre todo, imbuido de un espíritu caballeresco.