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Sociedad

Las peculiaridades detrás del éxito

Francesc Miralles, el motivador de 'Si Amanece Nos Vamos' revela la diversidad de métodos y supersticiones que impulsan la creatividad de los escritores

Por el día de Sant Jordi, que coincide con la celebración internacional del día del libro, Francesc Miralles indaga en las rarezas de los escritores a través del libro de Mason Currey, "Rituales cotidianos", que detalla las extravagancias de más de 160 artistas literarios. Algunas de ellas:

  • Emily Dickinson fue una gran poetisa norteamericana. Se pasó la vida escribiendo entre las cuatro paredes de su habitación, pero nunca dio a conocer sus trabajos, con lo que murió en el anonimato. Encontraron su habitación llena de cajas repletas de cuadernos, perfectamente clasificados, que se publicarían posteriormente y se considerarían obras maestras de la poesía de Estados Unidos.
  • Agatha Christie necesitaba cambiar constantemente el lugar de escritura. Redactaba cada capítulo en distintas estancias de su casa, continuaba en un café, en los trenes u hoteles. A ella la inspiración la pillaba siempre en movimiento.
  • Truman Capote era muy supersticioso. Creía que escribir en la cama le daba suerte, pero también creía que había muchas cosas que daban mala suerte, según él: en el mismo cenicero no podía haber tres colillas al mismo tiempo y, si estaba en casa de alguien, no podía llenar el cenicero, así que se metía los restos de cigarrillo en sus bolsillos. Además, los viernes era un día prohibido para empezar ni terminar nada de trabajo.
  • Martin Amis escribía de lunes a viernes en una oficina a poco más de un kilómetro de su domicilio en Londres. Hacía un horario de oficina, pero solo lograba escribir una pequeña parte. "Todo el mundo supone que soy una persona sistemática y uncida al yugo. Creo que la mayoría de los escritores se sentirían muy felices con dos horas de trabajo concentrado".
  • Isabel Allende tiene que empezar a escribir sus obras siempre en 8 de enero. Hace conjuros antes de las sesiones de escritura y enciende una vela para empezar a teclear. Cuando se apaga, concluye la sesión.
  • Haruki Murakami se levanta a las cuatro de la mañana y escribe de cinco a seis horas seguidas. Al llegar la tarde, nada, corre, lee, escucha música y se acuesta a las nueve. El único problema, reconoce el propio autor, es que casi no tiene vida social, y afirma: "La gente se ofende cuando uno rechaza repetidamente sus invitaciones".
  • Stephen King tiene una cruzada personal contra los adverbios acabados en "mente". Intenta evitarlos a toda costa y en muchas de sus sesiones diarias de trabajo, en las que escribe siempre dos mil palabras, no emplea ninguno.
 
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