Fosas comunes, la última prueba de los crímenes en Gaza
“Los valores fundacionales están en cuestión”, alerta Estaban Beltrán, director de Amnistía Internacional
Fosas en Gaza. Protestas en USA
En cada palada de tierra que remueven las excavadoras en Gaza se encuentra un cuerpo más, y ya son más de 300. Algunas autoridades locales estiman que en las fosas comunes halladas puede haber hasta 700 cadáveres enterrados. La última se encontró esta semana en el patio del hospital Naser, en Jan Yunis. El número de muertos en la Franja desde que comenzó la ofensiva israelí asciende a más de 34.000 personas.
En los más de seis meses de ofensiva israelí sobre Gaza, esta es la última prueba de la regresión de los derechos humanos, según recoge Amnistía Internacional en su informe anual. Las fosas comunes halladas constituyen importantes pruebas de crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad e incluso pueden ser una alerta más del peligro de genocidio, sostiene Esteban Beltrán, director de Amnistía Internacional en España, quien denuncia el total cerrojo informativo de Israel, que no ha permitido la entrada a Gaza ni a periodistas ni a investigadores independientes. “La única forma de proteger las pruebas es que entren investigadores independientes que hagan un trabajo forense”.
Desde AI alertan del desmoronamiento del sistema: “los valores fundacionales del año 48 de humanidad y universalidad tras la Segunda Guerra Mundial están completamente en cuestión”, subraya Beltrán. “Gaza muestra la desconcertante falta de medidas de la Comunidad Internacional para impedir que se mate a miles de personas civiles. Las mismas instituciones que se establecieron un día para proteger a la población civil y hacer valer los derechos humanos, no cumplen esa función”, lamenta.
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A pesar de todos los indicios de genocidio en Gaza, sigue habiendo grandes potencias, como Estados Unidos, Reino Unido, o Alemania, que están alimentando esta tendencia, aportando armas a Israel. Beltrán define la actuación de los países aliados de Israel como “entre tímida y desvergonzada”. Lo primero por los esfuerzos de algunos Gobiernos como Irlanda, España o Noruega, “más bien relacionados con declaraciones”, y lo segundo por la venta de armas, que ni siquiera países como España han embargado unilateralmente. “Tampoco se colabora con la Corte Penal Internacional”, como sí se hizo con Ucrania, recuerda.
El contraste entre cómo Europa y EE.UU. actuaron contra la invasión de Vladímir Putin a Ucrania y cómo han respondido a la guerra en Gaza es enorme. Ese doble rasero erosiona la imagen de los derechos humanos. “Las demandas ante la Corte Internacional de Justicia para prevenir el genocidio se han hecho por gobiernos que no son occidentales, como Sudáfrica, y eso hace pensar que el derecho internacional no sirve, que mientras lo aplicas para tus enemigos, no lo aplicas para tus amigos”, explica Esteban Beltrán.
La ausencia de reglas hace que la democracia vaya en retroceso en todo el mundo. Como alerta Amnistía Internacional, solo un 29% de los ciudadanos del mundo viven bajo democracias. Una cifra que ha retrocedido hasta niveles del año 85. Beltrán apunta que los conflictos en lugares como Sudán o Etiopía se ven más afectados por esa falta de reglas.
Se extienden las protestas universitarias por Palestina
En Estados Unidos, las universidades se han convertido en el epicentro de las protestas propalestinas, las más numerosas que se han visto hasta ahora desde principios de octubre, con decenas de estudiantes y profesores detenidos. Todo empezó en la Universidad de Columbia, una de las más prestigiosas del país. El miércoles pasado, un grupo de estudiantes montó en el campus de esta universidad un campamento para pedir que la institución rompa sus relaciones con Israel.
El movimiento estudiantil allí inspiró a otros por todo el país, con los campamentos extendiéndose de costa a costa y llegando incluso a Europa. En el de Columbia, en Nueva York, la periodista de la SER Sara Selva ha sido testigo de dos semanas de protestas que han dejado una situación extraordinaria tanto fuera como dentro del campus. Las puertas están custodiadas por la policía de Nueva York, hay helicópteros sobrevolando la zona desde primera hora de la mañana, y solo se puede entrar enseñando y escaneando el carnet de la universidad.
Las protestas son diarias, con enorme presencia policial, con agentes antidisturbios preparados con bridas de plástico para arrestar a los manifestantes. Dentro hay muchos menos estudiantes de lo que es habitual, porque muchas clases son ahora remotas. Y por las tardes, el campus se llena de periodistas, que solo tienen permitida la entrada dos horas al día.
En mitad de una de las explanadas de césped que tiene el campus, justo en frente de la biblioteca principal, los alumnos han montado un campamento con cientos de tiendas de campaña que se ha ido convirtiendo poco a poco en una comunidad perfectamente organizada: A la entrada, están las normas. La primera es comprometerse con el principal objetivo, que es asumir la acampada como un acto en solidaridad con el pueblo de Palestina. Dentro, hay estudiantes encargados de distintas tareas, la seguridad, la limpieza, la alimentación… Han recibido muchísimas donaciones así que tienen de todo, mantas, comida, juegos de mesa o generadores eléctricos. Hay una tienda de campaña dedicada a asistencia médica, hay grupos pintando carteles, haciendo camisetas, yoga… Cada día, tienen un programa con invitados, hay clases, talleres de seguridad para prepararse para un posible arresto.
Se respetan los momentos del rezo, a veces con personas montando una barrera humana con mantas para proteger la intimidad. Y se ha celebrado, también, la pascua judía. Los días de sol, los estudiantes están tirados en el césped, en mantas de picnic, haciendo los deberes, leyendo, organizándose… Es un espacio en el que todo el mundo comparte todo, y en el que están aprendiendo a vivir de una manera diferente. El ambiente, en cualquier caso, no es festivo. Hay tensión en los eslóganes, en los carteles, y también en el hecho de que la mayoría lleva la cara cubierta con mascarillas o con pañuelos palestinos para evitar ser reconocidos.
La sociedad estadounidense está muy polarizada en este asunto, y eso se ha vivido también en los campus desde principios de octubre, con momentos de mucha tensión, de muchos silencios, y de protestas prácticamente semanales. Pero la semana pasada, el movimiento estudiantil que estaba detrás de las protestas dio un paso más. Cuenta uno de los organizadores que, en la madrugada del miércoles pasado, entraron en el campus y ocuparon uno de los jardines colocando decenas de tiendas de campaña. Un campamento en solidaridad con Gaza. La acción coincidía con la comparecencia en el Congreso de la presidenta de la universidad, que tenía que declarar sobre las medidas que está tomando para combatir el antisemitismo en el campus.
El campamento apenas duró un día, porque el jueves, la presidenta autorizó a la policía de Nueva York a entrar en el campus y arrestar a los alumnos. Detuvieron a cien de ellos. Los manifestantes se sentaron en círculo, sin resistirse, mientras la policía los iba levantando uno a uno, les ataba las manos con bridas de plástico y les conducía fuera del campus, mientras el resto gritaba vergüenza.
La reacción de la universidad no solo no acabó con las protestas, todo lo contrario, enfureció aún más a los estudiantes, que empezaron a ocupar la otra explanada. Primero, haciendo una sentada. Después, quedándose a dormir cubiertos con edredones y mantas, y luego montando de nuevo tiendas campaña.
Lo que piden los manifestantes en los campamentos que se han ido extendiendo por todo el país es que las universidades rompan relaciones con todas las empresas y donantes que apoyan a Israel. Los estudiantes acusan a la institución en ser cómplice de genocidio, de estar beneficiándose de eso, y le piden transparencia y, además, que readmita a los estudiantes que ha expulsado por estar protestando. Pero muchos dan por hecho que las demandas son imposibles, que Columbia no va a romper sus relaciones con Israel.
La cúpula de la universidad no solo tiene en contra a los estudiantes, también a los profesores, que han salido a protestar, vestidos con togas y birretes, para defender a sus alumnos. Muchos profesores están orgullosos de sus estudiantes, de ver cómo en el campamento están aplicando lo que han estudiado en clase, cómo han aprendido a crear una sociedad, a protegerse y a cuidarse los unos a los otros. Y, al margen de las distintas opiniones sobre lo que está pasando en Gaza, hay cierta unanimidad en que lo que ha pasado en los últimos días, con la policía deteniendo a alumnos, es inaceptable. Algunos creen, además, que la reacción de la universidad está motivada por el miedo a perder el poder, el dinero y por la presión política. Estos días han sido, además, un desfile de políticos, todos describiendo las protestas pacíficas como violentas y antisemitas, y pidiendo a la policía que vuelva a intervenir para desmantelar el campamento.
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