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Elogio de las fruteras guapas y de las pescaderas punkis

"Pese a la cháchara incesante, sabemos que el pescado está perfectamente limpio y cortado, listo para cocinar"

Elogio de las pescaderas guapas y de las pescaderas punkis (Paloma Díaz-Mas)

Madrid

La primera vez que visité el Mercat Central de Valencia, una de las cosas que me llamaron la atención fueron los delantales de las vendedoras. Unos delantales de un blanco impoluto, adornados con entredoses bordados con festones y bodoques, que se ponían para atender a unos negocios en los que es fácil mancharse.

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Los llevaban sobre todo las fruteras, las verduleras y las vendedoras de salazones, pero también algunas pescateras que renunciaban a al típico mandil de rayas negras y verdes de los vendedores de carne y de pescado para elegir un atuendo más pimpante y airoso, que ellas vestían con una pulquérrima coquetería. Esos delantales primorosos sin duda requerían, al acabar la jornada, un lavado a fondo y un planchado con esmero, para poder lucirse sin una mancha ni una arruga la mañana siguiente. Resultaba evidente que las tenderas de las paraetas querían estar guapas mientras atendían a su clientela.

Mi pescadera de Madrid tiene esa misma coquetería, el mismo esmero en su aspecto, pero en un estilo más moderno, con un cierto toque punk, porque es una chica joven.

Imagen de una pescadería de Getxo.

Imagen de una pescadería de Getxo. / Cavan Images / Patrick Kunkel

Para atender a la sección de pescado del supermercado en el que suelo comprar, va cuidadosamente maquillada, con unas sombras muy oscuras y rayas y rímel muy negro en los ojos; lleva el pelo teñido cada vez de un color, cortado con un estilo atrevido que varía con frecuencia (por ejemplo, a veces va con un lado de la cabeza afeitado y el otro con melenita) y cada vez lleva piercings diferentes. Sin duda, cada mañana se levanta un poco más temprano de lo imprescindible para así tener tiempo de arreglarse antes de venir a vender pescado al supermercado. Le gusta sentirse bien, segura en su estilo.

Su mano izquierda, protegida por un guante de malla, me hace pensar en una doncella guerrera medieval. Una guerrera que maneja con pericia los grandes cuchillos de hoja ancha, las tijeras y el rascador para quitarle las escamas a los peces. Cuando los desescama, algunas pequeñas escamitas transparentes salen volando y se posan en los tatuajes de colores que cubren sus antebrazos, dando la impresión de que lleva lentejuelas sobre la piel.

Está guapa mi pescadera cuando hace su faena mientras no para de hablar: a los clientes nos habla de cuánto echa de menos a sus abuelos, de los ejercicios que hace en el gimnasio —tiene unos brazos fuertes, tonificados por las máquinas y las pesas—, del tiempo que hace y del que va a hacer, de sus planes para el fin de semana, de un mensaje muy romántico que le puso su chico esta mañana por WhatsApp. También aconseja a las clientas indecisas, o les da de palabra la receta de cómo preparar algún pez que no conocen.

Luego envuelve con destreza el pescado y lo entrega diciendo: “Adiós, guapa”; o “adiós, hermoso”, si el cliente es varón.

Pese a la cháchara incesante, sabemos que el pescado está perfectamente limpio y cortado, listo para cocinar. Es que mi pescadera, con su aspecto punki y su charla desenvuelta, es una gran profesional.

Gastro SER | Entrevista a Noelia Gamero