No queramos saber tanto
"Lo cual produce pena, porque no saber cómo se hacen un montón de cosas, difíciles y elementales, representó siempre una de las tónicas de la vida"

La vida se soporta mejor si vas mezclando conocimiento e ignorancia. El verano, de hecho, era eso en especial: no saber demasiado bien qué ocurría a tu alrededor, en parte porque no ocurría casi nada. La propia actualidad, al llegar estas fechas, levantaba el pie del acelerador y producía contenidos carentes de importancia. Daba absolutamente igual si te los perdías. A tu vuelta a la realidad, con la llegada de septiembre, hacías repaso de lo que había sucedido mientras no prestabas atención, y te quedabas tranquilo. No se te había escapado nada grave. Como mucho, podías llevarte la sorpresa de tu separación. Pero el verano ya no funciona así. Ahora tienen que estar pasando cosas continuamente, mejor si son sobrecogedoras, también durante tus vacaciones. De lo contrario podría parecer que existe la tranquilidad y que vivimos en un país normal. Nosotros mismos asumimos que, aún en nuestro descanso, tenemos que hacer cosas y estar pendientes de las que hacen otros. Absolutizamos la acción y la conexión. No nos importa lo difícil que se nos presente saber hacer algo. Nadie quiere pasar por ser el tonto que lo ignore. «Yo puedo» es una declaración que nos escuchamos decir demasiado a menudo. Lo cual produce pena, porque no saber cómo se hacen un montón de cosas, difíciles y elementales, representó siempre una de las tónicas de la vida. Pero cada vez lidiamos peor con la inacción, la incertidumbre y la ignorancia. Y, sobre todo, cada vez somos menos capaces de disfrutar de no hacer nada. Esforcémonos un poquito por una vez y crucémonos de brazos.




