Un desastre que nadie ha sabido –o querido- frenar

Madrid

Andan reunidos en Turquía los gobernantes más poderosos del mundo, apenas 48 horas después de la matanza de París, pero también a pocos días de la muerte de 102 manifestantes en Ankara, también por terroristas suicidas, y de los 224 fallecidos en un avión ruso al estallar una bomba en su bodega.

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Reconozcamos, pues, la extraordinaria capacidad de matar del Estado Islámico en varios escenarios al mismo tiempo, además, por supuesto, de los miles y miles de muertos en Irak o Siria. Y ante ello, ¿tendremos una respuesta eficiente, global, de los todopoderosos mandatarios? Desgraciadamente, no parece que vaya a ser así.

Y entre otras razones de peso, lejos del modestísimo alcance de este Ojo intentar explicarlas, porque nunca han sabido -o querido- frenar el desastre, que vieron cómo el conflicto sirio, por ejemplo, crecía y crecía, mientras ellos mismos lo engordaban con un reparto de armamento cada vez más mortífero a uno y otro bando, por no hablar de las terribles consecuencias de la malhadada guerra de Irak, aquella de la que ya solo se siente orgulloso José María Aznar. Pero además de los análisis geoestratégicos, convendría que supieran explicar por qué muchos de esos jóvenes terroristas surgen en barrios depauperados de Occidente donde no existe ningún futuro.

Debe sobrecogernos el salvajismo de los fanáticos del ISIS, pero también debería indignarnos la ineptitud de nuestros prohombres.