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ABANICOS

Un artilugio con géneros y mundo

Con la llegada del verano, los abanicos vuelven a salir a la calle en nuestro país, aunque su origen no sea precisamente español ni su utilidad, propiedad exclusiva de las mujeres. Analizamos las curiosidades del abanico

Varias personas contemplan los abanicos de Casa de Diego en la Puerta del Sol de Madrid / Irene Liñán

Varias personas contemplan los abanicos de Casa de Diego en la Puerta del Sol de Madrid

Madrid

En plena Puerta del Sol de Madrid confluyen dos elementos: una temperatura de unos 35 grados y el abanico. Artilugio que se ve todos los años por las ciudades más calurosas del mundo y que, para variar, está envuelto en varios mitos que se han dado por sentados durante años. Uno: no es de origen español (aunque sea inevitablemente uno de los recuerdos que más se llevan los turistas cuando vienen a nuestro país). Dos: abanico no es antónimo de hombre. Y tres: no todos los aires son “buenos”.

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Igual que sucede con el flamenco –de raíces árabes- o la siesta –de la Antigua Roma-, se podría considerar a Mesopotamia como el primer lugar del mundo donde una larga rama de palmera servía de mango para sujetar plumas dispuestas en semicírculo. Egipcios y persas batían semejante invento para darse aire y espantar insectos. El primer abanico como tal se habría fabricado en Asia para una princesa japonesa y tomando como modelo el ala de un murciélago.

Javier Llerandi es la sexta generación de Casa de Diego, que lleva casi 160 años en el Kilómetro Cero madrileño y cuyo escaparate es especialmente llamativo por sus innumerables abanicos, cada uno de un estilo. “El abanico llega a Europa a través de Portugal y sus rutas comerciales por China. En España, fue Carlos III quien trajo artesanos franceses a Levante para empezar a crear el oficio de abaniquero”, explica Llerandi. Lo de asociar abanicos y España en la misma frase es porque en nuestro país resultó más barato que en otros fabricar estos artilugios gracias al sofocante calor del verano.

  • Aires de grandeza

Lo más común es ver a mujeres con él, pero el abanico se asocia con intelectualidad y poder para ellos: García Lorca, Aleixandre, Alberti, Cernuda… los habituales de las tertulias de la Generación del 27 lo usaban; también la alta burguesía de nuestro tiempo (el Duque de Lugo, Jaime de Marichalar); en ciudades como Sevilla los hombres llevan abanicos en las Ferias del mismo color que la chaqueta que visten. Así que si alguna vez se ha sentido observado por empuñar uno, ni caso: está usted catalogado como elegante. “Los hombres siempre han usado abanico, lo que pasa es que ahora prefieren no llevarlo y se lo cogen a su mujer”, bromea Llerandi. “El abanico masculino suele ser más pequeño para meterlo en los bolsillos de la chaqueta y tiene más tela y poco varillaje para que dé más aire”.

Y es que no es igual el aire que da un abanico de plástico que uno de madera con más o menos tela o varillas. Casi todos los que fabrica la familia de Llerandi son de madera de manzano, cerezo o peral. “Las más blandas son las que más aire dan si se combinan con relativamente poca tela”, explica.

Dígaselo con abanicos

Sí. Por difícil que parezca imaginar una charla a través de abanicos igual que si fuera una conversación de Whatsapp, existió el lenguaje del abanico. “Las mujeres utilizaban los abanicos para hacer saber a los hombres si tenían novio o no, si estaban receptivas o no… Era un lenguaje relativamente secreto que decía una cosa u otra dependiendo de en qué mano se llevase el abanico”, cuenta Llerandi.

Así, presentar el abanico cerrado sobre la cara era equivalente a preguntar “¿Me quieres?”, mientras que abrirlo sobre el lateral izquierdo de la cara mandaba una clara señal: “No quiero volver a verte”.

 
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