El último talismán de Carlos I
El 3 de febrero de 1557 el Emperador Carlos I de España y V de Alemania hizo su entrada solemne en el monasterio de Yuste tras abdicar de todas sus responsabilidades.
Madrid
De este modo el que fuera el hombre más poderoso de su época –y uno de los de más influencia de toda la Historia- empezaba su particular “meditatio mortis” para preparar el viaje definitivo de su alma a la Gloria Eterna.
Carlos I
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Precisamente ese –“La Gloria”- es el título por el que se conoce el cuadro que encargó el Emperador a su pintor favorito, Tiziano, para que lo acompañara en su exilio. Se trata de un lienzo colosal, hoy conservado en el Museo Nacional de El Prado, en el que puede admirarse a un Carlos I desnudo, apenas cubierto por un sudario blanco, que ruega porque le dejen entrar en el Reino de los Cielos. A su lado, representados como almas descarnadas, se reconocen los rostros de su esposa Isabel de Portugal, de su hijo Felipe II o de su hermana María de Hungría, entre otros.
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Quizá hoy sorprenda que el Emperador mandara ser retratado como alma y no como ser vivo en ese lienzo, pero en este viaje en el tiempo descubriremos que esa obsesión suya por la muerte venía desde lejos y marcó toda su peripecia vital.