¡A por uvas!
Simple, bueno y de temporada
Madrid
“Si lloras porque se termina la temporada de sandía y melón, las lágrimas no te permitirán ver las uvas”, dice el refrán. Bueno, o debería decirlo, porque estas frutas otoñales son dulces, sabrosas y fáciles de comer tanto solas como en postres o platos salados. Cuando vayas a comprarlas busca racimos donde los frutos estén prietos y bien pegados a la rama, sin manchas, golpes ni zonas oscuras cerca del pedúnculo, que indicarían que la uva empieza a estar demasiado madura o no ha sido conservada en buenas condiciones.
Como todavía no hace demasiado frío, puedes tomarte unas uvas blancas de piel fina acompañando un ajoblanco malagueño: solo hay que remojar unas rebanadas de pan y triturarlas con almendras crudas, agua, ajo, aceite, vinagre y una pizca de sal. También puedes celebrar otra temporada que empieza, la de los cítricos, y servir un bol de uvas negras con naranjas peladas, un poco de bacalao desalado y aceitunas verdes: con un chorro de aceite de oliva, sal y pimienta conseguirás una ensalada memorable.
Te lo llevas Fresco: A por Uvas
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¿No tomas uvas sin pepitas porque crees que han sido creadas en un laboratorio por un científico a sueldo de Monsanto? Pues te equivocas: algunas variedades, como la Ruby, se obtienen a través de cruces de otras cepas. Otras como la Sultana, son así originalmente: perfectas para vagonetas y gente que no quiere estar escupiendo como una llama mientras come.
Las uvas de mesa se diferencian de las que se usan para vino por su tamaño, la cantidad de semillas, la cantidad de azúcar que contienen o el grosor del hollejo, aunque hay algunas como la moscatel que se usan para ambas cosas (y también para hacer pasas). Si mezclas las frescas con las secas, un yogur y un poco de avena integral conseguirás un desayuno campeón y dulce sin tener que añadir nada de azúcar: la fructosa de ambas será más que suficiente.
Unas uvas negras -preferentemente sin pepitas-, con unos trocitos de queso azul, gruyer o de cabra son una apuesta sencilla y perfecta tanto para rematar una comida como para merendar o picar a media mañana. Si lo que buscas es un plato de esos que dejan a los invitados con la boca abierta cuando llegan a la mesa, hornéalas durante una hora y media a 180 grados, acompañando un pollo de corral, un buen puñado de chalotas y una rama de romero. Simple, buenísimo y de temporada.