La errática Atlántida
Desde que Platón publicara sus dos famosos diálogos: el Timeo y el Critias, muchos son los que han defendido que lo que él recoge por boca de su abuelo Critias, a su vez del legislador Solón y a su vez de unos sacerdotes egipcios de Sais, era un hecho totalmente verídico
SER Historia: La Atlántida de Platón (21/10/2018)
01:53:51
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
<iframe src="https://cadenaser.com/embed/audio/460/001RD010000005239642/" width="100%" height="360" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>
Madrid
Para intentar demostrar la existencia de la Atlántida se ha recurrido a toda clase de disciplinas científicas: la geografía, la antropología, la zoología, la botánica, la genética, la arqueología, la geología, la lingüística... y hasta la biología. Escritores, científicos, embaucadores o utópicos han utilizado estas y otras materias a lo largo de los siglos para poner en tela de juicio o reafirmar la existencia real de este continente.
Fue el siglo XIX el que dio impulso a este mito del continente perdido y a otros como Mu y Lemuria. Desde que el escritor y político norteamericano Ignatius Donnelly publicara en 1882 su obra Atlantis, muchos de los datos que él manejó se han convertido en un tópico y se ha ido repitiendo una y otra vez en las distintas obras pseudocientíficas que se han publicado sobre la Atlántida. Uno de los datos se refiere al hecho observado por los naturalistas de que las hembras de una familia de anguilas europeas y americanas migran hacia el Mar de los Sargazos (sargaço, alga en portugués) para desovar bianualmente y, después, recién nacidas (llamadas angulas) regresan a sus correspondientes lugares de origen, lo que prueba una remota procedencia común de estos animales en algún punto del centro del Atlántico. Algunos lo llaman instinto; otros, memoria genética.
La mayoría ubican este continente en el Atlántico, otros en el Mediterráneo y en distintas zonas del mundo, incluida España. En su obra Veinte mil leguas de viaje submarino (1869), Julio Verne incluye un pasaje en el que el capitán Nemo asegura de forma rotunda -cuando él y otros dejan el submarino y salen con escafandras para explorar el fondo marino- que aquella maravillosa ciudad en ruinas que se muestra ante sus ojos atónitos, es la Atlántida. En la novela se dice: “Un día y una noche bastaron para la aniquilación de esa Atlántida, cuyas más altas cimas, Madeira, las Azores, las Canarias y las islas del Cabo Verde emergen aún”.
Su idea no cayó en saco roto porque Ignatius Donnelly se refería a las Azores como lugar donde estuvo el continente perdido, diciendo que eran “las cumbres de las montañas de esta isla sumergida, destrozadas y partidas por terribles convulsiones volcánicas”. Posiblemente Verne y Donnelly se vieron influidos por Bory de Saint-Vincent, autor de un artículo publicado en 1803 donde indicaba que las Azores y las Canarias eran restos de la Atlántida.
La ruptura de un cable submarino ocurrida en 1898, cuando se estaba instalando el cable trasatlántico, a unos 800 kilómetros al norte de las Azores, acarreó el hallazgo de taquilita, una lava basáltica vítrea que se enfría fuera del agua cuando está sometida a la presión atmosférica. Muchos atlantólogos lo consideraron una prueba más de que bajo las aguas del océano Atlántico hay algo que hace milenios estuvo al aire libre.
Teorías, leyendas, elucubraciones… ¿sabremos algún día si Platón dijo toda la verdad?