Historia de un fraude: 10 años de impostura en el carrito del supermercado
Este 19 de enero se ha conmemorado un triste aniversario, tanto, que no hay nada que celebrar y sí bastante que plañir: el décimo cumpleaños de un fraude a los consumidores
Este 19 de enero se ha conmemorado un triste aniversario, tanto, que no hay nada que celebrar y sí bastante que plañir: el décimo cumpleaños de un fraude a los consumidores, una jugarreta cotidiana que acontece inadvertida en nuestras cestas y carritos de la compra. La historia (sonroja de tan obscena) es como sigue.
En 2007 entró en vigor en la Unión Europea (UE) un reglamento para poner orden en los productos alimentarios que hablan bien de sí mismos, es decir, aquellos que dicen poseer ciertas propiedades beneficiosas para quienes los consuman. En dicha norma (Reglamento 1924/2006) se estableció el procedimiento para que un producto alimentario pudiera usar en su envasado, presentación o publicidad las denominadas declaraciones nutricionales (“con seis vitaminas”, “fuente de hierro”, etc.) o de propiedades saludables (“ayuda a tus defensas”, etc.). Hasta ese momento había, por así decirlo, barra libre; a partir de aquí todo sería más racional y mesurado, habría de primar la evidencia científica y la protección a los consumidores. Pero…
Pero quedó un fleco pendiente de desarrollar, un fleco que nos ha dejado indefensos. ¿Por qué? Porque el legislador europeo argumentó entonces en el propio reglamento con toda razón (y así lo corrobora la literatura científica) que “los consumidores pueden percibir los alimentos promocionados con declaraciones como productos que poseen una ventaja”, por lo que en su artículo 4 puso una garantía para impedir esta posibilidad a productos que no deberían, por lo que “a más tardar el 19 de enero de 2009, la Comisión [europea] establecerá los perfiles nutricionales (…) que deberán cumplir los alimentos” para que puedan usar declaraciones.
El escudo olvidado
En otras palabras, para estar plena de sentido, la norma quedaba supeditada a la implantación posterior, con tope en la fecha señalada, de unas barreras denominadas perfiles nutricionales, ni más ni menos que una suerte de escudo para evitar la impostura: que un producto globalmente insano pudiera usar la inapropiada pompa de vestirse con una declaración en su solapa, lo cual sería un contrasentido, pues daría pie a cosas como ésta: “escucha, llevo en mi interior bastante azúcar, grasas y sal, pero olvida eso, mira, me han añadido el mínimo imprescindible de hierro que dice el reglamento de marras y me he metamorfoseado en, atento, ¡fuente de hierro!, ¿cómo te quedas?”.
Y esto es precisamente lo que está ocurriendo desde hace 10 años ante nuestras narices: la industria de productos procesados y, especialmente, ultraprocesados aprovecha el boquete, sin importar la calidad nutricional de los productos; es más: los menos saludables usan más declaraciones. En España lo han constatado varios trabajos de investigadores como Miguel Ángel Royo y Mar Romero, con quienes este que escribe tiene el honor de hallarse en la actualidad analizando ésta y otras cuestiones en productos dirigidos a menores; nada ha cambiado. ¿Por qué habría de hacerlo?, ¿acaso se puede achacar a la industria alimentaria la dejación de funciones de los gobernantes europeos?
Cartas boca arriba
El asunto es bien conocido en el ámbito de la legislación alimentaria y la salud pública y ha sido ampliamente denunciado por organizaciones de consumidores, sociedades científicas y por la mismísima Organización Mundial de la Salud (OMS). Pero, antes al contrario, quién sabe si este escudo olvidado quedará definitivamente encerrado en los cajones de la burocracia europea: en 2016 el Parlamento Europeo aprobó que se reconsiderasen y, si fuera menester, se eliminasen estos perfiles nutricionales nonatos, aludiéndose en la tramitación de esta sorprende resolución a dos escollos: “cuestiones científicas” e “impactos económicos potenciales”. Aquí está la miga.
Analicemos estas dos cuestiones: la científica y la económica. Sobre la primera, si la UE cree difícil desarrollar científicamente un sistema de perfiles nutricionales, que no se preocupe, que copie y pegue los adoptados por las agencias de salud pública de no pocos países de todo el mundo que sí lo han hecho o, mejor, el propuesto por la oficina regional de la OMS para Europa. Sobre la segunda, como apunta el abogado experto en la cuestión alimentaria Francisco José Ojuelos, en su recomendable y recentísimo ‘El derecho de la nutrición’: “el sistema plantea grandes tensiones por causa de una evidente voluntad de parte de la industria alimentaria en posponer o impedir la eficacia de una normativa que limitará la situación de descontrol absoluto actual”.
En fin, he aquí las cartas boca arriba: un incumplimiento legislativo flagrante y archiconocido; una industria con poquito interés en que la situación cambie; y unos consumidores inermes. Como decíamos al principio, en este cumpleaños hay poco que celebrar y bastante que plañir, al menos desde este lado de la trinchera del carrito del supermercado.