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Muerte digna

"No me considero un suicida, esta es una muerte porque no puedo más"

José M.H. murió sin poder cumplir su voluntad de que se le practicase la eutanasia

Según las encuestas, la despenalización de la muerte asistida cuenta con el apoyo de cuatro de cada cinco ciudadanos

undefinedBeatriz Nogal

Madrid

Ha transcurrido un año desde la muerte de José. A lo largo de estos meses su familia ha intentado recuperar la normalidad y acostumbrarse a vivir sin él pero su recuerdo sigue muy presente. En el aniversario de muerte su viuda y sus dos hijos van a cumplir de nuevo sus deseos, viajarán a un lugar cerca del mar, a un sitio que a él le gustaba especialmente y que significa mucho para la familia, y esparcirán sus cenizas donde él les pidió. Era, además, un lugar en el que José practicaba una de sus muchas aficiones, la pesca. Allí se despedirán definitivamente de él.

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José M.H. tenía 53 años y padecía una enfermedad neurodegenerativa desde 2006. Con 40 años empezó a ver nublado por un ojo pero creyó que era un problema de la vista hasta que un oftalmólogo le confirmó que aquel síntoma tenía que ver con el nervio óptico. Durante los cuatro años siguientes comenzaron a aparecer otras señales, la enfermedad estaba llegando, se tropezaba y tenía problemas de coordinación en las piernas, a veces incluso ni las sentía. En 2010 los médicos determinaron que era esclerosis múltiple. A partir de ahí su vida se desmoronó.

Pocos días antes de nuestra cita José se había puesto en contacto con la asociación Derecho a Morir Dignamente para comunicarles que había puesto fecha a su muerte, sentía que la vida le había abandonado hacía muchos años, no quería continuar y la muerte se había convertido en su única aliada. Tenía pensado suicidarse antes de que la enfermedad avanzara y le impidiera beber sin ayuda de nadie el “líquido liberador” y quería contarlo en un medio de comunicación para que su testimonio ayudara a abrir la puerta a la legalización de la eutanasia en España. “Tengo miedo, claro que tengo miedo pero va a ser como meterse en la madriguera del conejo de Alicia, lo que haya después va a ser mejor que lo tengo ahora. Me han asegurado que el fármaco es fulminante y que no habrá ningún problema.”

No había marcha atrás, la fecha elegida era el 25 de julio. Durante la charla que mantuvimos días antes en su casa, en Arévalo (Ávila), su cuerpo desvelaba ya el avanzado estado de la enfermedad, tenía un 82% de inmovilidad: “Siento como un calambre que me recorre todo el cuerpo, es una sensación muy desagradable. La espalda me duele horrores. Las articulaciones empiezan a no responder”. Explicó que no quería acabar engullido por la enfermedad y que simplemente se rendía, no quería luchar más. Era una decisión muy meditada y además contaba con el apoyo de su familia.

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Cuando uno sufre lo peor que le puede pasar es perder la dignidad y así se sentía José, sin dignidad. La vida ya no tenía sentido para él. Hacía un año que tenía guardado en la caja fuerte de su dormitorio un bote de pentobarbital sódico que había adquirido de manera clandestina y que tenía pensado beberse aquel 25 de julio: “No me considero un suicida, lo que quiero es irme de una manera tranquila”. José no eligió entre la vida o la muerte sino morir de una manera o morir de otra: “Como esta enfermedad no mata te tienes que matar tú”, repetía constantemente.

Aquella tarde conversamos sobre los últimos años de su vida, sobre su desesperanza y, sobre todo, acerca del amor que sentía por su mujer y por sus dos hijos de los que se había distanciado: “He sentido mucha rabia con el mundo, con Dios, con la medicina, hasta conmigo mismo. La rabia actúa como un ventilador, la vas tirando por ahí y haces daño a los que te rodean.” Su dolor había arrasado a la familia y para pedirles disculpas por todo el daño que les había causado planeó un viaje muy especial. El último capítulo de su vida fue una semana en la playa, un viaje de despedida en el que quería estar rodeado de sus seres más queridos. Le acompañaron su mujer, Ana, sus hijos con sus parejas y también Mónica, su cuidadora. Aquellos días todos intentaron darle lo mejor porque sabían que se estaban despidiendo: disfrutaron del mar, conversaron, compartieron música…, intentaron “recuperar el tiempo perdido”. Durante aquella semana, rodeado del cariño de los suyos, volvió a ser la persona que había dejado de ser y recuperó la sonrisa que había perdido hace tiempo.

Fueron unos días tristes pero entrañables que la familia quiere recordar un año después. El próximo 25 de julio regresarán al mar, al lugar que José eligió para pasar sus últimos días con ellos. Allí esparcirán sus cenizas y le darán su último adiós.

 
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