'Santuario', la necesidad moral de la expiación
Cada palabra de 'Santuario' es una piedra contra ciertos modos ideológicos impuestos que minan la bondad y la felicidad del individuo
Un libro una hora: Santuario - Edith Wharton (13/12/2020)
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Edith Wharton nació en Nueva York en 1862 y murió en Saint-Brice-sous- Forêt, en Francia, en 1937. Fue una mujer anticipada a su tiempo en sentido social, sexual y profesional. Perteneció a la alta burguesía y su hábitat fueron las esferas sociales más refinadas. Captó a la perfección la escindida psicología femenina en los albores del siglo XX. En 1907 fijó definitivamente su residencia en Francia.
Es la autora de 'La edad de la inocencia' (Premio Pulitzer en 1921), 'Madame de Treymes', 'La casa de la alegría', 'Ethan Frome' o 'La solterona', que ya les hemos contado en 'Un libro una hora'. 'Santuario' es la primera novela de Edith Wharton y se publicó en 1903, cuando la autora tenía 41 años. Habla del significado de la felicidad, de la conciencia, de lo que significa corromperse, pero sobre todo habla sobre la condición de la mujer.
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Wharton observa el entorno como una científica social, lo analiza, lo cuantifica y lo cualifica. Y lo hace con un lenguaje que, en alguno de sus tramos —sin ir más lejos, en la primera frase— recuerda las generalizaciones, la modestia y la falsa objetividad de los géneros académicos. Ese método de aproximación a la realidad se traduce otras veces en técnicas descriptivas minuciosas que viviseccionan las psicologías de la misma manera que derrochan exhaustividad y precisión a la hora de explicar cómo es exactamente el tejido de una colcha, el estampado de un vestido o el tamaño de un guante.
Para Wharton contar una historia pasa primero por seleccionarla, por cortar una rebanada de la realidad que debe ser lo suficientemente expresiva como para que el lector la reconstruya a partir del indicio del texto. Lo dicho y lo no dicho, lo oculto y lo manifestado, y siempre y sobre todo, la necesidad de un lector inteligente al que se trata con respeto. Escribe frases en las que es indudable que ha pesado y medido cada palabra, sin ningún aspecto de espontaneidad de modo que el lector se ve obligado a detenerse en cada fragmento de su prosa como si fuera una escultura en la que debe reparar en cada arista, en cada recoveco, en cada protuberancia y en cada sombra, en cada pausa o silencio marcados en el ritmo.
Por qué o de qué se enamoran las mujeres
En 'Santuario', Wharton se concentra en la necesidad moral de la expiación, pero también en el significado de la felicidad y cómo esta puede quebrarse en un segundo; la conveniencia de echar tierra sobre el lado oscuro de la vida; la ignorancia como condición sine qua non de la felicidad; la circunscripción de la ignorancia y, por tanto, de la felicidad al ámbito femenino o, más concretamente, al ámbito femenino de los patricios de la sociedad; cómo se redime una culpa en el espacio privado y en el público, y cómo estos dos planos permanecen tan soldados el uno al otro como lo sociológico y lo psicológico; el eterno problema de la responsabilidad y de los criterios a partir de los cuales elegimos en la vida.
La cuestión sobre por qué o de qué se enamoran las mujeres es un interrogante que planea a lo largo de estas páginas: ¿Se enamoran las mujeres de la bondad de otros hombres?, ¿de su perfección o de sus imperfecciones?, ¿de su honestidad?, ¿de su rectitud?, ¿de su éxito?, ¿de su lado oscuro?, ¿de su perversidad? Wharton vela las respuestas totales, ahonda en el matiz y, en su indagación, aborda cuestiones que nos conciernen en este mismo momento porque su supuesto localismo no es más que una interpretación miope de su potencia y de su interés como narradora.
Un retrato de la autora lleno de ironía
Cada palabra de 'Santuario' es una piedra contra ciertos modos ideológicos impuestos que minan la bondad y la felicidad del individuo; al mismo tiempo, en el retrato de los personajes, la narradora, la autora, traza un retrato de sí misma lleno de ironía. Al fin y al cabo, Edith Wharton sabe bien de qué habla y desde dónde habla, es consciente de sus privilegios, económicos y culturales, está educada en una determinada forma de discurso y, precisamente desde el corazón de la manzana, desde dentro, es desde donde pone la bomba: el único modo de marcar la distancia entre ella y el mundo al que pertenece es el dispositivo irónico.
Los hombres en 'Santuario' se presentan como seres débiles —quizá las madres también tendrían que expiar esa culpa, esa marca de hiperprotección— frente a las mujeres que los rodean, y ahí reside la paradoja que nutre el conflicto nuclear de muchas de las novelas de este periodo: las mujeres, atadas de pies y manos, han de moverse con giros indirectos, sutiles, como si solo un silencio o una mirada pudiesen cambiar el curso de los acontecimientos en una sociedad guiada por una caterva de hombres pusilánimes.
En 'Santuario', la autora neoyorquina construye y da voz a Kate, que es una mujer más inteligente que los hombres que la rodean. Kate podría ser el paradigma de una inteligencia femenina, forzada al eufemismo y a la domesticidad, a la veladura, al decir a medias y al susurro, al silencio garrulo, que en un momento afloja un poquito las cuerdas de sus ataduras y practica un movimiento casi imperceptible que, sin embargo, tiene consecuencias: un movimiento continuo y persistente, sin violencias sorpresivas, que va calando en la realidad transformándola y a veces perpetuándola con un talante radicalmente conservador.
Wharton ofrece al lector dos historias especulares en las que cuestiona qué es actuar correctamente, en función de qué principios y de qué valores; qué es la conciencia, de dónde nace, en dónde repercute; y qué significa corromperse. Todo ello en el seno de una sociedad que transforma a los individuos honestos en animales acorralados y los conceptúa de tontos: creo que no es necesario mencionar la actualidad del planteamiento y su aplicabilidad a nuestras sociedades postcontemporáneas.
La claudicación de Kate tras su matrimonio
Entre el momento de juventud y de madurez de Kate, Wharton ha corrido uno de sus tupidos velos sobre los aspectos posiblemente más desagradables de la historia: la claudicación de Kate Orme que se convierte en Kate Peyton tras su matrimonio con Denis, hombre convencional y de carácter tibio que se degrada, se debilita, sin que de nada hayan servido los sacrificios y renuncias de Kate. Pero eso a Wharton parece no importarle demasiado: no le interesan las anodinas veladas conyugales, los momentos de salvación en los que Kate se dedica al hijo, el ensimismamiento de Denis, los primeros síntomas de su enfermedad o la abnegación, quizá el desinterés de Kate ante la muerte del esposo. Y, sin embargo, todo eso está en 'Santuario'.
Kate Peyton ha dejado de ser una esposa para convertirse en una madre. Aquí es donde el título de la novela adquiere todo su sentido y abre un nuevo interrogante: ¿Es la maternidad de Kate Peyton su manera de expiar una culpa de la que, con su matrimonio, se hizo cómplice? La maternidad como estrategia íntima para la expiación de una culpa, de un remordimiento, es una posibilidad cuanto menos perturbadora que alimenta las páginas de 'Santuario'.
Este artículo está extraído en su mayor parte de la introducción de Marta Sanz publicada en la edición de la editorial Impedimenta.