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Abderramán I (el emigrado)

Si esto fuera el comienzo de un cuento diríamos que fue un príncipe de la dinastía omeya que tras diversos peligros, azares y batallas se convirtió en el primer emir independiente de Córdoba

Abderramán I (el emigrado)

Abderramán I (el emigrado)

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Madrid

Era nieto de Hisham ibn Abd al-Malik, el décimo califa omeya y cuando el califa Marwan II fue derrotado y muerto en el año 750 en Egipto, se instauró la nueva dinastía de los abasíes que hizo tabla rasa. El joven omeya, que por entonces tenía menos de veinte años, fue uno de los escasos miembros de la dinastía que consiguió escapar a la matanza, huyendo primero a Palestina y luego a Siria. Acompañado por su leal vasallo Badr y tras atravesar todo el norte de África, llegó a Ceuta en 755, y desde allí envió un agente a Hispania para buscar los apoyos de aliados de la familia. El país estaba en un estado de confusión debido al débil liderazgo del emir Yusuf al-Fihrí. El ejército de Abderramán estaba formado por tropas sirias, yemeníes y bereberes y en la decisiva batalla de Al-Musara, del 14 de mayo de 756, se cambió la historia de Al-Andalus. El turbante y la lanza se convirtieron en la bandera de los omeyas hispanos.

Tras vencer a Yusuf, entró triunfante en Córdoba montado en su alazán blanco y se proclamó emir independiente de Al-Andalus. Los abasidas del califato de Bagdad perdieron este territorio. Inmediatamente liberó de la esclavitud a una visigoda conversa al islam a la que desposó. A lo largo de su reinado de 32 años hubo momentos de paz y de rebeliones en una lucha para atraer a sus anárquicos árabes y bereberes al orden. En el año 759 aplastó una rebelión encabezada por el antiguo emir, que acabó con la ejecución de éste. Expandió su territorio, exigió tributo al reino astur-leonés, conquisto Zaragoza luchando contra los francos de Carlomagno, cuya retirada provocó el ataque de los vascones en Roncesvalles. Fomentó los cultivos e introdujo las palmeras en la península ibérica, muchas de ellas plantadas con sus propias manos en el jardín de su palacio de Córdoba. Abderramán I siempre tuvo un gran ejército, compuesto en su mayoría de mercenarios bereberes. Nunca llegó a perder ninguna batalla ante ninguno de sus enemigos.

Las crónicas hablan de cómo era físicamente Abderramán I, alejado de una imagen tópica: «Alto, rubio, tuerto, de mejillas enjutas y tiene un lunar en el rostro; lleva los cabellos esparcidos en dos tirabuzones» Era gran orador y actuaba en política con prudencia en un constante tira y afloja, porque era muy precavido y reservado. Visitaba a los enfermos, asistía a los entierros y rezaba los viernes con el resto del pueblo.

Abderramán I se mantendría en el trono hasta su muerte y durante su largo gobierno muchos de sus esfuerzos fueron dirigidos a crear un estado organizado, sólido y fuerte, siguiendo el modelo de gestión de los omeyas de Damasco. Ha pasado a la historia también por ser el iniciador de la Mezquita de Córdoba en el solar que ocupaba la basílica visigoda de San Vicente, en el año 785.

 
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