Buenos Aires se acerca al exilio republicano español (IV parte)

Buenos Aires acoge una exposición que se acerca al exilio republicano español a partir de la historia de un grupo de escritores catalanes que en enero de 1939 abandonaron Barcelona huyendo del fascismo y la muerte. Literatura, arte contemporáneo y cine documental se mezclan para recrear la vida en los campos de concentración del sur de Francia; los refugios de intelectuales; la ocupación nazi; el viaje a América y las distintas adaptaciones a los países de acogida: México, Chile y Argentina. Éste es el cuarto de una serie de artículos sobre la exposición del enviado especial de la Cadena SER, Javier Torres.

Por las carreteras argentinas todavía es posible ver coches Ford modelo Falcon. Suelen estar ya viejos, repintados, recompuestos. A veces, las menos, están conservados como autenticas piezas de coleccionistas. Es difícil, eso si, verlos de color verde. Ese color y ese modelo fueron los elegidos por los represores de la dictadura para "desaparecer" a todo aquel que pudiera representar una amenaza a los "milicos", sin importar sexo, edad o condición física. Tienen un ruido característico que obliga al paseante a darse la vuelta. Todavía hay personas en Buenos Aires, que cuando los escuchan, como acto reflejo, sienten que miedo.

Leo en los diarios argentinos que Pinochet declaró en Londres, cuando esperaba la resolución del Gobierno británico sobre la extradición pedida por el juez Garzón, que él era un demócrata convencido. Con estupor me entero ahora de que el general admirador de Franco no estaba de acuerdo con las desapariciones de opositores. Y, en el colmo de la desfachatez, que él incluso tuvo que pararle los pies a la DINA, la agencia encargada de hacer el "trabajo sucio".

Nos decía ayer el escritor chileno Antonio Skármeta que lo que más le duele es que la llegada de la democracia a su país provocó ambigüedad, cinismo, descreimiento, ironía, auto-mutilación y la adopción de una cultura pequeño-burguesa.

Skármeta, que ha venido a Buenos Aires para hablar de cine y exilio dentro del ciclo organizado por Seacex, se reunió ayer con cineastas españoles y argentinos en el Casal de Catalunya. Es un edificio construido en 1886, si no me falla la memoria, que contiene una joya: el Teatro Margarita Xirgu. Con dos pisos de plateas, el techo rematado con unas pinturas ligeras, da la impresión de ser un patio limpio, casi vacío. Su escenario es grande y, además, tiene hombros, no como la sala principal del Teatro Valle-Inclán de Madrid, la Sala Olimpia de toda la vida. Tras gastarse las administraciones públicas un potosí, nadie pudo solucionar ese problema técnico.

El centro ofrece todo tipo de actividades y sirve de lugar de encuentro para jubilados y jóvenes artistas. Y en su libro de honor aparece la firma de Companys, President de la Generalitat fusilado por el régimen de Franco. Su nombre ha sido repetido por aquellos que quisieran ver su condena de muerte anulada. En realidad, su figura es una más de la de cientos de miles de españoles contrarios al régimen franquista y condenados en juicios sumarísimos. Ellos no escucharon los Ford Falcon a sus espaldas. En la década de los años 30 no se fabricaban todavía en ninguna parte del mundo. Ahora sus familias exigen romper el silencio que algunos tratan de acallar con la idea de que se reabren viejas heridas que, por otro lado, no han dejado de sangrar tras 70 años de silencio.