Control férreo sobre los restos de Homs
El alto el fuego en Siria es inexistente, especialmente sobre una de las ciudades rebeldes más golpeadas por el régimen sirio
El límite, la línea roja, está en la Plaza del Nuevo Reloj, el que hasta hace unos meses era el concurrido centro de Homs, con cafés, tiendas, bancos,... Hoy tiene un aspecto desolador son las fachadas repletas de agujeros de bala, los carteles de los establecimientos caídos, y la basura que se acumula desde hace semanas en cada esquina de las calles de los alrededores.
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El Ejército sirio y la policía marcan la línea del frente en la que están combatiendo en estos momentos. Ráfagas de disparos se escuchan de vez en cuando, a veces están muy cerca, otras son de enfrentamientos en otros barrios. El oficial sirio explica que no controlan toda la ciudad, que sigue habiendo "insurgentes, terroristas, que obligan a las familias a que les dejen refugiarse en sus casas y desde allí siguen atacando a las fuerzas del orden". Por las noches el enfrentamiento es intenso.
El alto el fuego no existe, se ha convertido en un engaño más que sobre todo están sufriendo los ciudadanos sirios, por parte, tanto de la comunidad internacional como el régimen sirio. Los primeros porque cubren expediente y da la sensación de que están haciendo algo, y los segundos porque están ganando tiempo, impidiendo que ni siquiera la misión de 300 observadores (solo hay 70 cascos azules en Siria) acordada en el Consejo de Seguridad de la ONU y aceptada por el propio Gobierno sirio, haya podido desplegarse.
La ONU y la Liga Árabe han agotado casi un tercio de los tres meses que están autorizados a permanecer sobre el terreno, y los resultados siguen siendo decepcionantes. Los ciudadanos reconocen que en Homs (hay 8 militares y 1 civil de forma permanente), Idleb, Hama y Deraa (donde hay 4 militares en cada sitio de forma continua), se ha restablecido cierta normalidad pero todos temen lo que vaya a ocurrir cuando vuelvan a quedarse "solos".
El acceso a Homs no es complicado, un único checkpoint, donde sólo se pide una identificación y apenas se registran los vehículos. Dentro la situación es diferente, los puestos vigilados por militares existen a la entrada de cada barrio para asegurar la incomunicación. Los ciudadanos no se atreven a desplazarse con normalidad, los taxis no circulan por ciertas zonas y al margen de Al Jaladieh o Al Hamidieh donde siguen los enfrentamientos, y de barrios como Bab Amro, destruido tras semanas de intenso bombardeo hace apenas tres meses, en la mayor parte de la ciudad los habitantes intentan retomar sus vidas.
La avenida principal de Bab Amro, por la que circulaban a gran velocidad los vehículos que se arriesgaban a introducir alimentos o a evacuar a civiles a mediados de febrero, está hoy desierta y llena de escombros. Todos los edificios están dañados, algunos han quedado sólo alguna pared en pie, no hay resto de vida ni de movimiento.
Empujando un viejo carrito de bebé cargado con varias bolsas negras llenas de la comida que están repartiendo asociaciones de caridad y la Media Luna Roja, Fátima camina jadeando por el esfuerzo, bajo un sol plomizo, en dirección a lo que ha quedado de su casa. Tiene a 9 personas a su cargo, y como todas las persianas de las tiendas de su barrio están echadas y algunas de ellas han quedado reducidas a una montaña de ladrillos y acero, Fátima tiene que recorrer varias calles a pie, porque los taxistas no están autorizados a entrar en la devastada zona, para poder alimentar a los suyos.
Es un escenario postbélico, da la sensación de que con la brutalidad del ataque intentaron borrar completamente el barrio que los opositores al régimen eligieron como bastión, el refugio de los que se atrevieron a enfrentarse al sistema.
Sin pensar en lo dañada que sin duda está la estructura de su hogar, Fátima sube las escaleras lentamente, y arriba aparece un gran grupo de niños, sus hijos y nietos que esperan para ver lo que trae en las bolsas negras.
Muestran los agujeros de las balas, los boquetes que han tapado con planchas de madera que han convertido en útiles perchas. Es una casa sin ventanas, con un mueble donde milagrosamente la vajilla y el juego de café están intactos. Fátima explica que cuando regresó a su casa en marzo no podía dejar de llorar: "Estamos muy tristes. Nos fuimos para proteger nuestras vidas y las de nuestros hijos. Sólo Alá puede ayudarnos, él es el que nos ha salvado y es el único en el que podemos confiar". No hay escuelas, los niños pasan el día rebuscando entre los restos de pertenencias de las casas lo que aún se puede aprovechar.
La sensación de devastación es tan absoluta que al preguntarle a Fátima quién puede sacarles de esta situación, explica que nadie les devolverá a los muertos. Hablan poco de política pero al introducir en la conversación la acusación de que el Ejército Libre de Siria les hubiera obligado a permanecer en sus casas mientras combatían, que hubiesen ocupado sus habitaciones para combatir al Ejército, Fátima reacciona con rotundidad: "No. Eso no es cierto. A nosotros nos atacaron y los que pudimos nos fuimos".