Gaza, a oscuras, sin paz, sin esperanza
Tras el alto al fuego, la población sufre cortes de luz de 12 horas, faltan agua y combustible y no hay manera de salir de esta cárcel al aire libre
Hace justo un año, Israel mataba a Ahmed Yabari, el jefe militar de Hamás en Gaza. Un asesinato selectivo que acabó convirtiéndose en la Operación Pilar Defensivo, ocho días de furia que dejaron 166 muertos y casi mil heridos en el lado palestino y seis muertos y 50 heridos en el israelí. La guerra, desigual, entre las milicias que lanzaron cientos de cohetes contra suelo de Israel -hasta llegar, hito insólito, a Jerusalén y al sur de Tel Aviv- y uno de los Ejércitos más potentes del mundo se cerró con un acuerdo propiciado por la mediación egipcia. Hoy, 365 días más tarde, ninguna de las promesas de aquel alto el fuego es realidad en la franja. Todo fue un espejismo de esperanza. La caída del régimen de los Hermanos Musulmanes en Egipto, de los que Hamás, en el Gobierno de Gaza, son una rama más, sólo ha empeorado las cosas. La población sufre cortes de luz de 12 horas, faltan agua y combustible y no hay manera de salir de esta cárcel al aire libre.
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"Todo ha ido a peor. ¿Quién dijo que mejoraría?", se pregunta Nidal Al Mosallami, director general de proyectos de la ONG Beit Lahia Development, ingeniero. Para él, aquella tregua fue "una mentira". Una de las promesas básicas fue la flexibilización del bloqueo de la franja, al que sus 1,8 millones de habitantes están sometidos por parte de Israel desde 2007, cuando los islamistas de Hamás llegaron al poder. Israel anunció dos medidas muy peleadas: se ampliaría la zona abierta a la pesca y se permitiría el acceso a los agricultores a parcelas anexas a la valla fronteriza. "Ninguna es hoy una realidad", denuncia Al Mosallami.
Los campesinos siguen teniendo miedo a acudir a sus tierras, en los 500 metros de zona de amortiguación, por los posibles disparos del Ejército que, según el Centro Palestino para los Derechos Humanos (PCHR) al menos siete palestinos civiles han muerto este año pasado por disparos israelíes en la frontera o por ataques aéreos en esa zona. 90 personas han resultado heridas, añaden. "Trabajamos con miedo", reconoce la familia Tantish, desde cuyos campos se ven las fábricas del cercano Israel, al fondo de los naranjos, las tomateras y las matas de fresas. En esa zona se genera un tercio de la riqueza agrícola de la franja.
Los pescadores vieron cómo se ampliaban de tres a seis las millas en las que podrían faenar, lo que aún, pese al avance, les impedía llegar a especies como el atún. Según los Acuerdos de Oslo (1993), los palestinos podían pescar en 20 millas, límite que Israel, alegando un posible contrabando de armas, ha ido reduciendo progresivamente. Hace una década, se permitían hasta 12. Mahmoud Saidi, patrón del Al Amir Munir, denuncia que sólo se permitió ese margen de seis millas durante las primeras semanas tras el acuerdo, pero luego, alegando cuestiones de seguridad, Israel bajó a cuatro. "La situación es peor porque la presión de sus patrulleras es ahora aún mayor", sostiene. En sus brazos, las marcas de los disparos de la Armada.
Israel ha permitido el acceso puntual de materiales de construcción, vetados hasta ahora como otros 900 "productos esenciales", denuncia el ingeniero de Beit Lahia, pero el descubrimiento de túneles ha hecho que se revoque la decisión, por el "mal uso" que se daba a los productos. En octubre se localizó un túnel de 1,7 kilómetros que une la franja de Gaza y un kibutz israelí y que supuestamente iba a ser empleado para atentados, secuestros o infiltraciones. Es un ejemplo, dice Israel, de ese uso no deseado.
Pilar Defensivo generó daños en Gaza por valor de 300 millones de dólares, según informa el Ministerio del Interior de Hamás. Hoy falta mucho por recomponer, sobre todo edificios gubernamentales como el de esta cartera o la oficina del primer ministro, Ismael Haniyeh, hoy un solar terroso. Maad Hadidi, director general de Relaciones Públicas del Ministerio de Educación, sostiene que aún hay centros que dan clase en casetas prefrabricadas, porque no han podido ser reconstruidos. Quedan cráteres, aún, entre los bloques de la apiñada franja, el lugar más hacinado del planeta, junto a los nuevos bloques que se levantan con la ayuda de la cooperación internacional y el dinero de algunos países -Qatar, Turquía- que se volcaron con Gaza tras la operación de hace un año.
La estampa es muy diferente pasado este tiempo. Hay gente en la calle, cuando aquellos ocho días fueron de silencio, de tiendas cerradas y familias escondidas. No hay humo de ataques ni se oyen los drones de Israel. Sí están, de nuevo, los policías de Hamás controlando hasta el más mínimo detalle. Hace un año estaban en paradero desconocido. Un grupo de militantes de las Brigadas Al Qassam, el brazo armado de Hamás, pasea por la franja de norte a sur haciendo caravana de seguidores, con camiones cargados de lanzacohetes y hombres enmascarados y de altavoces que chillan sus canciones, compuestas ex profeso para cantar el "valor" de su Gobierno ante el "enemigo sionista".
Desfiles, banderas y propaganda que también llegan, esta vez de manos de la Yihad Islámica, ante la casa de los Al Dalou, una familia que se convirtió en símbolo de aquella operación. 10 de sus miembros murieron en un ataque aéreo, más dos vecinos del bloque de al lado. Entre los muertos había cinco menores de edad. Jamal Mahmud Al Dalou fue el único, junto con su hijo, que escapó del ataque. Fue con el chaval a su puesto en el mercado, a conseguir provisiones, justo en la sobremesa. A la hora, estaban muertos su esposa, tres de sus hijos, su nuera, su hermana y cuatro de sus nietos. Su hijo era policía de Hamás. El hombre sostiene que no estaba relacionado con ninguna milicia de las que estaban golpeando Israel, y que la presencia hoy de la Yihad es una muestra de respeto a su dolor. "No hicimos nada para merecer esto", se lamenta. El Ejército de Israel, ante la elevada muerte de civiles, prometió una investigación, recuerda, pero "nunca se ha sabido nada". Habla en el patio de la casa que fue dañada, entonces a medio construir pero ya hogar de la familia. Lleva 10 meses de obras y no la ha terminado aún.
Más allá de los coletazos (económicos, físicos, emocionales) de 2012, Gaza sufre hoy otras carencias, las que provienen del bloqueo total del paso de Rafah, al sur, frontera con Egipto. Los militares al mando en El Cairo han cerrado los túneles ilegales por los que entraban mercancías desde el país vecino. Había entre 300 y mil, según quien dé las cifras. Por allá entraba combustible, esencial. Ahora, ni una gota. Todo lo que se consume en Gaza proviene de Israel, a un precio muy elevado. El litro se ha duplicado en unos meses. Si no hay fuel, no se mueven los coches o se usan bombonas de gas, muy peligrosas. Tampoco hay combustible para los generadores de energía, esenciales ante los cortes de suministro y más ahora que se comienza a notar de veras el otoño. Sólo una gasolinera de la capital estaba hoy abierta, más para clientes internacionales -organismos de la ONU, diplomáticos, ONG- y para quien puede pagar -hoteles, sobre todo- que para locales.
Las familias que tienen el agua conectada con calentadores eléctricos tampoco pueden cocer comida o guisar. Las frutas y verduras crudas y el pan son hoy la dieta básica. Pan que se hace, en la capital, sólo en cinco establecimientos. Los demás están cerrados o van a estos pocos a hacer sus pitas.
El paro, bloqueados los túneles, oscila entre el 43 y el 45% en la zona, una cifra que no se alcanzaba desde el récord de 2008. Otro motivo de ira más para la población que, desconcertada por la debilidad de Hamás ahora que han caído en Egipto los Hermanos Musulmanes y que Irán y Siria han retirado su apoyo por el alejamiento de Hamás del dictador Bashar el Asad, comienza a dejar entrever su descontento con el Gobierno. Están saliendo a la luz nuevos movimientos juveniles que amenazan con tomar la calle y mostrar su descontento, aunque aún están poco organizados y sus líderes mueven los hilos desde el exilio en Egipto o Alemania.
Hoy mismo, dos cohetes más han sido lanzados desde Gaza a Israel; uno ha impactado en el Negev, en el centro del país, y otro en suelo palestino, antes de cruzar la valla. Desde principios de año son ya más de 60 los cohetes y morteros que han impactado contra Israel, lanzados desde Gaza. La mayoría han sido reivindicados por grupos salafistas, hermanos a los que operan en el Sinaí, pero hace 15 días fue Hamás quien reivindicó el golpe. Fue el fuego cruzado más grave desde la tregua (sobre el papel) de 2012. El bucle de violencia amenaza con estallar de nuevo el día menos pensado.