La espera de Mariano Rajoy le regala su segundo mandato
El líder del PP logra la investidura al cuarto intento gracias a la debacle de su principal adversario
Madrid
Mariano Rajoy camina desde hace meses al borde del precipicio que conduce a la jubilación anticipada. Pero nunca se cae. Ha transitado por este tiempo en funciones sin apenas moverse y siempre a un paso de embarrancar. Pero sigue en pie.
Ha consumido la mitad de su vida (35 de sus 61 años) en la fábrica de la política; ha desempeñado todos los cargos institucionales imaginables, como ningún otro líder en democracia. Y aún hoy, parece incombustible por muchos incendios que crezcan a su alrededor.
Rajoy ha sido concejal, diputado autonómico, presidente de diputación, vicepresidente gallego, diputado nacional, ministro de Administraciones Públicas, de Presidencia, de Educación, de Interior y presidente del Gobierno. Nadie puede presentar una hoja de servicios tan extensa en la reciente etapa democrática. Nadie en política ha tenido una carrera tan longeva como Mariano Rajoy.
Su futuro está en entredicho desde que las urnas golpearon al PP el pasado 20 de diciembre con la pérdida de más de cuatro millones de votos. Apostar por la continuidad de Rajoy parecía arriesgado hace unos meses; apostar hoy por su fracaso definitivo parece temerario y ruinoso.
Le ha bastado esperar al suicidio del PSOE, con el aniquilamiento televisado del secretario general, para que su camino hacia el segundo mandato consecutivo quedara completamente despejado.
El presidente del PP aborda la legislatura más difícil de la democracia con una gigantesca amenaza de inestabilidad sobre sus hombros. Pero quienes pueden derribarle con la aritmética parlamentaria tienen problemas internos más acuciantes y serias discrepancias externas para conformar un acuerdo firme de oposición.
Si Rajoy espera, se acabarán matando entre ellos. La debilidad de sus adversarios le fortalece. Sólo tiene que esperar.
En una situación política tan ingobernable, Rajoy tiene la posibilidad de congelar el tiempo para acabar venciendo otra vez. El expresidente Felipe González lo definió así: "Es el único animal del universo mundo que avanza sin moverse".
Al cruzar la calle del 20-D, cuando el PP pasó de 186 escaños a 123, algunos ejecutivos de la formación conservadora anunciaron una catarsis si se quedaban sin Gobierno y, como consecuencia, sin Rajoy. Así veían el futuro. Temían que la tormentosa aventura de investidura que inició el socialista Pedro Sánchez pudiera tener éxito. Pero ni los números ni las ideas permitieron sumar lo suficiente y Sánchez se estrelló en dos investiduras fallidas.
Rajoy, agazapado, se cobró un éxito en la siguiente convocatoria electoral y se puso a esperar la lenta agonía de su enemigo.
Su investidura como presidente del Gobierno se consuma ahora sobre las cenizas del PSOE dentro de un campo de batalla minado pero que sólo parece amenazar a sus adversarios.
Por si alguien no interpretaba así la situación, Rajoy avisó en su discurso de investidura: "A España no le benefician ni las sorpresas, ni las improvisaciones, ni las incertidumbres. Si no sabemos despejarlas, estaremos perdiendo el tiempo".
Rajoy nunca pierde el tiempo, aunque lo parezca. Si el Congreso, con la fuerza de los votos, pone obstáculos a su acción de Gobierno y se imponen las sorpresas, las improvisaciones y las incertidumbres, el presidente convocará terceras elecciones. Otra forma de esperar a que las urnas le resuelvan el bloqueo.
Vivirá amenazado por una oposición que suma 227 escaños y que puede legislar contra el Gobierno. Pero en ese juego de la política, Rajoy tiene en su mano el arma del adelanto electoral.
Si la oposición aprieta con la comisión que investigará la financiación ilegal del PP y le pone en un brete como jefe político de esa conducta corrupta; si le impone reformas legales sobre los proyectos de los que ha hecho bandera; si los primeros pasos de su nuevo Gobierno se llenan de sobresaltos parlamentarios, Rajoy tiene en las urnas un nuevo salvavidas.
Para averiguarlo, tendrá que esperar. Y en eso, es un especialista consumado.