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Investidura parlamentaria

La historia se repite: la izquierda fracasa y Podemos evita por segunda vez un Gobierno del PSOE

Las tensas negociaciones, que han llegado a rastras hasta este jueves, recuperan el resultado de 2016, cuando Podemos dijo no al acuerdo firmado entre Sánchez y Rivera. Se celebraron entonces nuevas elecciones

El candidato socialista a la presidencia del Gobierno,.Pedro Sánchez, abandona el hemicíclo después de que el pleno del Congreso haya vuelto a rechazar hoy su investidura, que ha conseguido 124 votos a favor frente a 155 en contra y 67 abstenciones. / Ballesteros (EFE)

Madrid

Tres años después, de nuevo tras un carrusel extraordinario de palabras y sensaciones, Podemos impide un Gobierno del PSOE. Entonces, aquella primera vez, en el carrusel estaba también Ciudadanos, orillado quedaba Rajoy -que "declinó" la propuesta del Rey para afrontar una investidura por no tener la victoria garantizada- y en posición clave Podemos. Y Podemos dijo no, el plan fracasó, se volvió a elecciones, al PSOE le estallaron las costuras internas y Sánchez, que se resistía a abstenerse para facilitar un gobierno rodeado por el humo de la corrupción del PP, acabó desterrado.

Fue uno de los capítulos más llamativos del drama en que se estaba convirtiendo la política española, que ha vuelto a proporcionar un episodio lleno de giros y sorpresas, que evidencia su talento para fabricar emoción y su torpeza para cerrar acuerdos.

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La primera vez: el acuerdo PSOE-Ciudadanos

Cuatro días antes de la Nochebuena de 2015, en inédita fecha, los ciudadanos españoles estaban llamados a votar. Fueron unos comicios tildados de "históricos" por medios y analistas, porque trajeron consigo la irrupción poderosa en el Parlamento de las nuevas formaciones políticas. Entró Podemos al Congreso con 69 escaños y lo hizo también Ciudadanos con 40. Los partidos tradicionales, las cabezas del bipartidismo imperfecto que había pilotado el sistema desde la alternancia en el poder, cedían cientos de miles de apoyos y parecían constatar la emergencia de un tiempo nuevo.

Encabalgados sobre esa idea, "el cambio", PSOE y Ciudadanos firmaron un acuerdo para hacer a Sánchez presidente. Lo llamaron "Acuerdo para un gobierno reformista y de progreso". El texto recogía la voluntad de un pacto para la educación, otro para la ciencia, para un nuevo Estatuto de los Trabajadores o para la transición energética y la lucha contra el cambio climático. El acuerdo entre Sánchez y Rivera, hoy enemigos frontales -el primero acusa al segundo de liderar una "banda"- contaba incluso con un último punto que proponía reformar la Constitución para asegurar eficazmente los derechos sociales y completar el funcionamiento federal de la organización territorial del Estado.

El pacto PSOE-Ciudadanos se había abierto paso tras la renuncia de Rajoy a mojarse en aquel complejo escenario, incapaz de encontrar aliados en un Congreso que le reprochaba el goteo incesante de escándalos de corrupción. Ciudadanos enarbolaba entonces la bandera de la regeneración como principal distintivo. "Se sientan las bases para una nueva etapa política", llegó a declarar Albert Rivera.

Sánchez acudió con el acuerdo bajo el brazo a solicitar la confianza de la cámara. Pero no lo logró. Podemos le lanzó entonces a la cara su querencia por Ciudadanos, su disposición a pactar con Rivera pero no con Podemos; se sentó en una mesa a tres pero lo hizo para exigir un ejecutivo sin Ciudadanos y rechazó suscribir el acuerdo firmado por los naranjas y los socialistas. En las primeras tensiones internas, parte de Podemos apostó en privado por una "abstención técnica" que permitiera la investidura. No fue así. Podemos tumbó el Gobierno de Sánchez con apoyo de Ciudadanos y culpó a Sánchez de ser el verdadero responsable de una repetición electoral por no haber negociado con la izquierda.

El resultado: golpe electoral y más Rajoy

Fracasado el intento de cambio, a la repetición de elecciones llegaba Podemos con la moral crecida. En el partido de Iglesias confiaban en constatar la tendencia positiva que les había llevado de la nada a 69 diputados, incluyendo la suma de sus confluencias, y erigirse como la verdadera fuerza de izquierda ante un PSOE que pactaba con Ciudadanos. Era la búsqueda del 'sorpasso'. Para la repetición electoral. Podemos sumó, además, a su seno a Izquierda Unida, de la que habían recelado anteriormente. Fue la primera vez que ambas fuerzas concurrieron juntas a unas elecciones y el PSOE se sentía débil.

Sin embargo, el resultado no cumplió con las expectativas y las suma de siglas no se tradujo en suma de votos. Al concurrir por separado en los comicios de solo unos meses atrás, Podemos junto a sus confluencias y la marca en la que iba Izquierda Unida (Unidad Popular en Común) obtuvieron más de seis millones de votos. Al unirse bajo unas mismas siglas para la repetición de comicios, con la intención de hacer crecer exponencialmente su representación en escaños al modular los efectos correctores del sistema electoral, perdieron más de un millón de votos. Los electores castigaron la unión, tal vez también, a la luz de los resultados, el bloqueo a Sánchez y la suma de ambos perdió apoyos.

La participación bajó más de tres puntos en la repetición electoral y la única fuerza que mejoró sus resultados fue el PP, al pasar de 123 a 137 escaños. Sin espacio para la alternativa, Rajoy exigió a Sánchez la abstención, Ciudadanos torció el brazo y comenzó su mudanza y Unidos Podemos -entonces en masculino- se quedó donde estaba, con dos escaños más pero sin opción alguna de cambiar el gobierno. El resto es bien recordado. Sánchez se resistió, los barones del PSOE volaron sobre él hasta forzar su caída y el partido acabó permitiendo el gobierno del PP.

La moción de censura, las nuevas elecciones y otra vez el fracaso

El último Gobierno Rajoy llegó hasta donde le permitió la misma sombra que dificultó su investidura: la corrupción. La sentencia de la trama Gürtel, que condenaba al PP por lucrarse de una estructura delictiva y declaraba probada la existencia de una caja b, hizo saltar por los aires al ejecutivo. El escándalo fue de tales proporciones que bastó para poner de acuerdo a la mayoría de fuerzas parlamentarias. En favor de la continuidad de Rajoy solo se quedaron el propio PP, Ciudadanos -para entonces ya convertido en su socio-, UPN -la marca en la que se encuadra el PP en Navarra- y Foro Asturias -el partido fundado por un expopular, Francisco Álvarez-Cascos-. Ocho partidos de diferentes ideologías -desde Esquerra a Nueva Canarias- aprobaron acabar con Rajoy, quien optó, en un otro episodio extraño del drama, por ocultarse en un restaurante.

Sánchez prolongó cuanto pudo su gobierno. Condujo por el camino de los decretos algunas de sus principales reformas, que habrían de servir, creían Moncloa, como carta de presentación de lo que un ejecutivo socialista podría hacer con el apoyo suficiente. Intentó llegar hasta finales de año, pero la imposibilidad de aprobar un presupuesto -su gobierno estaba sostenido solo por 84 diputados- le llevó, tras fuertes presiones, a convocar a las urnas.

Y así llegamos hasta las últimas elecciones, las del 28 de abril. Andalucía marcó el punto de inflexión en el crecimiento de la ultraderecha, constató la pérdida de fuelle de Susana Díaz -principal rival interno del Pedro Sánchez del "no es no"- y el resurgir de Sánchez fue tomando cada vez más forma apoyado, al menos en parte, en el auge de Vox.

La segunda vez: No es abstención

El pasado 28 de abril el Partido Socialista ganó claramente las elecciones. Obtuvo 123 diputados, el doble que el segundo -el PP-, tantos como la suma del segundo y el tercero -PP y Ciudadanos- y el triple que Unidas Podemos. Pero las matemáticas operan en todos los sentidos y, aunque hacen evidente la distancia de Sánchez con los demás partidos, también dejan claro que no suma para gobernar sin apoyos.

Esta vez no hubo pacto con Rivera, convencido ya este de que Sánchez no representaba "el cambio" sino "la banda". El equipo socialista dejó correr los días, esperó a los comicios autonómicos, europeos y locales primero, a los pactos que habrían de seguirlos después, y a que las cosas, de algún modo aún no descrito, maduraran a continuación. Movió ficha con reservas y todo acabó detonando en una última semana de negociaciones apresuradas y documentos cruzados que nunca contuvieron un programa a desarrollar sino un reparto de ministerios que no ha encontrado encaje y ha impedido el acuerdo.

El Gobierno en funciones asegura que Iglesias quería las funciones del gobierno, todas, o al menos las que más lo caracterizan. Podemos afirma que les ofrecieron un mero "decorado", una lista de carteras vacías. La vicepresidencia para Irene Montero y el control de tres ministerios no han convencido a la formación morada. Si las crónicas vuelven a hablar ya solamente de Podemos- y no del nombre oficial de la coalición, Unidas Podemos- es ya no solo por despiste de los periodistas, sino porque en los desgarros de la negociación a punto ha estado Izquierda Unida de desmarcarse de sus socios y evidenciar una fractura interna en la confederación. Podemos llegó a la abstención casi forzado, lanzó una última oferta desde la tribuna, a minutos de la votación, y acabó tumbando, de nuevo, a Sánchez que tampoco pareció confiar nunca en aquel al que un día llamó "socio preferente". Parecían condenados a entenderse y han acabado por condenarse el uno al otro.

 
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