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Elena Uriel: "El abismo entre lo que predica el cristianismo y lo que cumple produce mucho dolor"

'No se fusila en domingo' son las memorias de Pablo Uriel, un joven médico sorprendido por el Alzamiento Nacional. Su hija Elena ha recopilado sus escritos en un lúcido análisis de la Guerra civil

Elena Uriel: "El abismo entre lo que predica el cristianismo y lo que cumple produce mucho dolor"

Elena Uriel: "El abismo entre lo que predica el cristianismo y lo que cumple produce mucho dolor"

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Madrid

Hay millones de protagonistas de la Guerra Civil española, unos pocos conocidos, demasiados anónimos y detrás de cada uno una historia que contar, seguro. Pablo Uriel, un joven a quien el golpe de Estado le pilló recién licenciado en medicina, quiso escribir en plena guerra la suya, la de muchos a su alrededor. 

No se fusila en domingo es como su hija, Elena Uriel, ha titulado la historia de su padre, esa cantidad de hojas mecanografiadas, de documentos familiares que ha podido recoger. Editado por Fuera de Ruta, el libro deja testimonio de un paisaje aún desconocido por muchos, donde los bandos están menos enfrentados de lo que quizá nos quisieron hacer creer, y donde las dos Españas se confunden. Una historia a la que Elena Uriel aporta sus propias ilustraciones.

Esta obra cuenta una parte importante de la historia reciente de nuestro país a través de los ojos de uno de los millones de españoles que sufrieron la guerra, tu padre. ¿Cuándo y cómo comenzaste a conocer aquella historia?

No conocí la historia de mi padre directamente hasta que tuve 14 o 15 años. Hasta entonces no sabía ni que había habido una guerra civil. A los 14 años, un día, mi padre me dijo "léete esto a ver qué te parece". Un montón de hojas mecanografiadas. Mientras las estaba leyendo, pensaba: no puede ser, mi padre, un señor que siempre he dicho que no tenía ni pasado ni futuro, que era asexual. No tenía historia. Cuando leí lo que había vivido, no me lo podía creer, francamente. Lo que me interesó al principio fue la historia de mi padre, no veía la trascendencia histórica de la Guerra civil que, más tarde, cuando crecí, fui comprendiendo.

Así que en tu casa, como en la de tantos españoles, había silencio en torno a la Guerra civil.

Un silencio absoluto. Es ahora, ahora cuando reflexiono mucho, en estos últimos años. Había un silencio total y creo que era para preservar nuestra seguridad. Porque estoy convencida de que mi padre, si hubiera contado que a mi tío Antonio lo habían matado, en el instituto donde yo estudiaba podrían haberlo dicho. Delante de la foto de Franco que teníamos en clase, donde cantábamos Cara al Sol. Podrían haber dicho que mi padre afirmaba que Franco era un asesino, que había matado a su hermano.

Y, por otra parte, a mí me daba la sensación de que mi padre tenía el alma un poco muerta. Era una persona afable, pero con el alma muy cansada.

¿Cuándo empezó tu padre a mecanografiar su historia?

Este libro es labor de años de ver sus cartas, papeles que tenía guardados mi madre. Mi padre empezó a escribir algo sobre su experiencia en la Guerra civil en octubre del 36, cuando estaba preso en la prisión de Zaragoza, en la Academia General Militar. Al terminar la carrera de Medicina, le regalaron en la facultad una agenda de medicina del año 36, que es muy bonita, llena de referencias de universidades del mundo onde se estudiaba medicina. En un par de páginas de esa agenda, hay escritos breves desde la celda 14.

Él empezó ahí a contar que lo que más echaba de menos en la prisión era la soledad, porque estaban cinco o seis en una habitación muy pequeña. Ahí mi padre empezó a necesitar apuntar lo que le estaba pasando. Siempre tuvo una necesidad de contar. Yo lo he sabido ahora, que he ido encontrando papeles.

¿Por qué decidistéis titularlo No sé fusila en domingo?

Al principio no tenía título, eran sus memorias, sus hojas. Después le pusimos Mi Guerra civil, pero cuando la primera editorial se interesó en publicarlo, nos dijeron que no era un título muy de libro, que era más histórico. Así que, empezando a buscar, mi padre había titulado a uno de los capítulos 'No se fusila en domingo' y me parece que resumía muy bien una sensación que tuvo siempre mi padre.

Mi padre nunca entendió a las personas malas, porque era una buenísima persona. Pero, sobre todo, no entendía cómo personas cristianas, en el caso español católicas, apostólicas y romanas, podían consentir lo que pasó durante la guerra.

De hecho era casi más crítico con la Iglesia que con el bando fascista

Sí, el era agnóstico, nosotros nunca hemos sido creyentes. Él no entendía cómo con esas ideas tan bonitas que tiene el cristianismo, porque las tiene, de empatía, de compartir, de poner la otra mejilla, de ayudar al hermano siempre, que todos los hombres son iguales… eso no lo cumplen. No lo cumplían entonces y siguen sin cumplirlo muchas veces hoy. Ese abismo le producía mucho dolor.

"Mi padre no entendía cómo los cristianos, católicos, apostólicos y romanos podían consentir lo que pasó durante la guerra. El abismo entre lo que predica el cristianismo y lo que cumple le producía mucho dolor"

Tu padre hubiese querido alistarse en el bando republicano, pero le tocó en el nacional. ¿Cómo os trasladó esa experiencia?

Bueno, eso es una forma de resumirlo. Mi padre acaba la carrera en julio del 36, como médico, y todo contento se va a hacer una sustitución al Rincón de Soto, a La Rioja. Dura 10 o 15 días, porque enseguida viene el Golpe de estado. Mi padre es movilizado sí o sí, porque él está en Zaragoza. Allí no te dieron a escoger en qué bando querías pelear. Eras de los militares sublevados sí o sí.

Entonces se convierte en soldado nacional, tenemos el papel en el que lo movilizan, porque estaba en Zaragoza. Lo llevan a sanidad militar, porque era médico, y a los pocos días lo detienen los militares. Una vez movilizados todos los jóvenes, los militares empiezan a hacer una criba. Quiénes eran de izquierdas, quiénes estaban afiliados a sindicatos… Mi padre era afiliado al sindicato de estudiantes, un estudiante más del sindicato.

Así que a todos los sospechosos de izquierda o por alguna manía personal, que pasó muchísimo, los meten en una prisión militar. Así que mi padre ejerce de soldado militar unos cuantos días y después pasa a estar en una prisión militar como soldado militar de los nacionales, pero en prisión.

No sé si porque mis tías movieron cielo y tierra o porque a él no le tenían ninguna manía, no lo fusilan. Pero en la Academia Militar de Zaragoza, según mi padre, sobreviven solo un 20% de los que entraron. El resto son asesinados.

A mi padre lo liberan de la prisión, pero sigue siendo soldado nacional y lo vuelven a mandar al cuartel de sanidad. Allí no pegó ojo, cada vez que escuchaba a alguien acercarse, pensaba que se lo iban a llevar, como hicieron con su hermano Antonio, que lo liberaron y a los días vinieron a por él y lo fusilaron en un pinar. Así que mi padre se fue al frente, porque le parecía más seguro el frente que la retaguardia.

No se fusila en domingo es una historia de guerra y hay, como en toda guerra, batallas, disparos, muertos y heridos. Destila temor en muchos pasajes, como es lógico, pero también, en muchos otros, da la sensación de estar leyendo a alguien que consiguió ser feliz en ese contexto, de un grupo de personas que supo sobreponerse y celebrar.

Sí, eso lo estamos viendo ahora también. En España mueren 300 personas cada día, miles en otros países, y aquí la gran cosa es ir a las discotecas. Parece mentira, pero, visto objetivamente, los humanos somos maravillosamente estúpidos y maravillosamente maravillosos. Pero la estupidez es generalizada.

Y luego está la supervivencia. Mi padre tuvo la suerte de que él, en cierta manera, luchó bajo la bandera blanca. Él era médico y tenía algo que hacer en la guerra, si no se hubiera vuelto más loco y desesperado todavía. Él tenía una función y no le quedaba otra. Entonces no había las comunicaciones que hay ahora, mi padre no sabía lo que pasaba. Después de la guerra, se pasó años leyendo para entender qué había pasado estos tres años en los que estuvo sobreviviendo milagrosamente.

"La estupidez del ser humano es generalizada. Ahora, como en la guerra, mueren miles de personas y la gran cosa es ir a las discotecas"

Otra cosa que nos gusta del libro es que, como firma Ian Gibson en el prólogo, se aleja mucho del maniqueísmo. Muestra lo peor y lo mejor del ser humano, la avaricia, la envidia, pero también cómo se ayudan unos a otros. No todo era blanco, no todo era negro, había muchos grises.

Sí, estoy convencida, espero no experimentarlo nunca en una guerra ni en esta batalla mundial contra un virus, que también se ve muchísimo eso que dices. Hay buena gente en general, hay más buena gente que mala. En general, la gente normal nos ayudamos como podemos si es posible. Berlanga también lo contó, muchas de las cosas que narra mi padre, Berlanga las plasmó también en La Vaquilla.

¿Crees que se está contando hoy bien ya la guerra o todavía falta?

Falta mucho todavía por contar, sobre todo porque durante los primeros 40 años había solo una versión, monolítica y aplastante. Había mucho miedo y nadie hablaba. Y los siguientes 40 años, se había construido tan bien el terror, arbitrario y salvaje, que todavía otros 40 años después ha costado. Está saliendo ahora.

En la nueva edición del libro, recoge una carta que tu padre envió a la OMS pidiendo empleo, en la que ya muestra una visión mucho más crítica, más sombría de la España que vino después. Dice “Yo no soy rencoroso, no me entrego a ningún sentimiento de venganza, pero siempre confié en que no sería posible el triunfo duradero de una situación basada en tanta sangre tan arbitrariamente vertida; esta confianza, compartida por tantos españoles, se ha visto persistentemente defraudada. El fin de la Segunda Guerra Mundial fue una ocasión ardientemente deseada, que de un modo inexplicable pasó sin más consecuencias que la consolidación de un estado de cosas injusto y una desilusión más para los españoles”. ¿Cómo afrontaba él el futuro?

Con tristeza. Mi padre era siempre un hombre muy afable, pero se le veía la tristeza. Él veía lo gris. Era una persona alegre, que hacía muchas cosas, pero llegó la guerra, le pilló tan joven y eso le mató el alma. Después vino el color gris y el miedo. A los que hemos vivido en el Franquismo sabemos lo que es. No podíamos hablar.

Mi padre veía cómo en el instituto público, en el que sus hijas estudiaban, se cantaba el Cara al Sol y se iba a misa. A mi padre le daba tristeza. Intentó sacarnos, lo intentó buscando una plaza de traductor en Suiza, pero no se la dieron porque le preguntaron en la OMS por qué quería venir a trabajar aquí y él dice la verdad. Es la única vez en la que se arrepintió de haber dicho la verdad.

Cómo te ha marcado la historia de tu familia

Es un privilegio poder contar la historia de mi padre, sobre todo para que los jóvenes la entiendan y vean que no siempre las cosas son como nos las han contado. Estoy conociendo a gente interesantísima 80 años después. Me ha marcado mucho, pero muy bien este trabajo conjunto con mi padre. Porque soy agnóstica, no creo, pero mi padre sigue ahí y hablo mucho con él.

 
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