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Qué sabemos del castillo de Cuenca y del recinto amurallado de la ciudad

Un repaso a la historia de este espacio defensivo original del siglo X y a su posterior evolución en el casco antiguo conquense

Restos del antiguo castillo de Cuenca. / cadena ser

En el espacio El Archivo de la Historia que coordina Miguel Jiménez Monteserín, y que emitimos los jueves cada quince días en Hoy por Hoy Cuenca, hemos conocido algo más sobre el origen del castillo de Cuenca, su estructura, sus murallas, puentes y fosos, su relación con la alcazaba de la ciudad árabe y la posterior evolución del recinto amurallado, ya en el siglo XIII, con la conquista castellana de la ciudad.

Qué sabemos del castillo de Cuenca y del recinto amurallado de la ciudad

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¿Qué fue antes, la ciudad o el castillo?

MIGUEL JIMÉNEZ MONTESERÍN. Fruto a un tiempo de la naturaleza y de la historia, como la mayoría de los enclaves urbanos, la aspereza de la instalación primitiva de esta ciudad obedeció primero a la urgencia de controlar un espacio fronterizo genuino, sometido sucesivamente a las diversas vicisitudes de aposentamiento y dominio, determinadas por los contactos -raramente pacíficos- habidos entre los distintos pueblos que aquí se cruzaron. Cuenca, como Toledo, Segovia o Albarracín, por hablar de lugares de parecido emplazamiento y función, quedó marcada por el designio bélico que durante un largo tiempo justificó en exclusiva su existencia, como la de tantos otros baluartes urbanos -jalones de las móviles fronteras tras las que cristianos y musulmanes parapetaron sus respectivos dominios- al combinarse en ella tan oportunamente la eminencia montañosa con el circuito trazado en torno por los ríos Júcar y Huécar confluyendo a sus pies.

El hecho físico, sumado a unos cuantos condicionantes políticos coyunturales, determinó de momento que fuese transformado en ciudad un castillo de singular valor estratégico, pero la invariabilidad de aquel obliga a considerar, desde la perspectiva de la larga duración, la impronta que sobre la posterior historia de esta ciudad han tenido unas cualidades que los afanes traídos por los siglos sucesivos juzgarían en cambio inconvenientes. No es esto algo que afecte en exclusiva a esta ciudad, puesto que el hecho urbano debe en una gran parte de España mucho más a la guerra que a la economía. Más o menos arriscadas, la gran mayoría de las viejas ciudades españolas han tenido sus murallas y este hecho ha tenido siempre una significación plural harto variada porque, al cometido militar principal que les era propio, se ha de añadir inevitablemente, su funcionalidad económica, social, política, jurídica y hasta simbólica. Así, lejos de una reflexión fácil, al intentar comprender la historia de una ciudad como Cuenca se impone considerar primero su carácter de fortaleza y las vicisitudes de este a lo largo de los siglos.

El Casco Antiguo de Cuenca desde el barrio del Castillo

El Casco Antiguo de Cuenca desde el barrio del Castillo / Cadena SER

El origen de la fortaleza

Sin descartar la existencia de algún otro baluarte anterior, como dato seguro tenemos que los más antiguos vestigios observables en los lienzos de pared que componen hoy los restos del castillo de Cuenca se remontan con toda probabilidad al siglo décimo.

Fortalezas similares en el entorno

Tanto su similitud formal, como la identidad de las técnicas constructivas empleadas, permiten emparejarlo con otra fortaleza próxima de más segura datación edificada en Albarracín. En la Torre del Andador, perteneciente al sistema defensivo de esta ciudad, ha sido utilizado igual que aquí el yeso y no la cal como aglomerante de las piedras. Por otra parte, el aparejo de éstas, puestas en hiladas regulares, con predominio de los elementos colocados en disposición vertical no parece común en las construcciones cristianas de la época.

Cómo era su distribución y dotación interior

En cuanto a la estructura global del edificio, podemos colegir de lo conservado actualmente, que su elemento fundamental era la gran torre de planta rectangular que se levanta al lado izquierdo de la puerta de ingreso a la ciudad, justo en el punto más estrecho y elevado del tramo de roca que se yergue en la divisoria de las dos hoces del Júcar y el Huécar. De ella partían dos lienzos de muralla en sentido descendente, guarneciendo ambas escarpaduras, que reforzaban de tramo en tramo otras torres prismáticas y macizas de su misma altura, según suele ser característico en la arquitectura militar de la época califal, hasta venir a unirse con el bastión del Alcázar, dotado de su propio sistema defensivo autónomo.

Foto antigua del barrio del Castillo de Cuenca con el edificio de la Inquisición a la derecha.

Foto antigua del barrio del Castillo de Cuenca con el edificio de la Inquisición a la derecha. / elblogdecuencavila.com

El recinto fortificado de la fortaleza conquense albergaría en el interior de su extenso espacio, además de armas de combate, los imprescindibles aljibes y almacenes de víveres. Todo ello permitiría la resistencia prolongada de la guarnición y de los habitantes del arrabal, cuando éstos se viesen obligados a buscar el seguro de sus muros en caso de agresión momentánea o de asedio prolongado. Cabe suponer además que los soldados de dicha guarnición alternarían tal servicio con las tareas agrícolas, ocupándose del cultivo de parcelas de tierra próximas recibidas en usufructo, configurándose así un peculiar estilo de defensa de una plaza fuerte, encomendado a una guarnición sólidamente arraigada al terruño próximo. Dependiente de él para su propia subsistencia, la tropa acantonada se hallaba tan personalmente interesada como el resto de los habitantes del núcleo fortificado en la custodia de sus terrenos y familia contra cualquier tentativa enemiga de ataque. Aquella población pronta al combate resultaba ser en suma un perfecto protagonista de los "programas repobladores" en que, de ambos lados de la frontera, se había hecho consistir la defensa permanente de la misma por musulmanes y cristianos.

Teniendo en cuenta su capacidad y solidez, es muy probable que los mismos aljibes de la fortaleza hayan seguido en uso, más o menos remozados, para servicio del palacio de la Inquisición construido sobre los vestigios principales de la fortaleza a fines del siglo XVI. De hecho, a comienzos del siglo XVIII todavía se conservaban en parte los silos y demás almacenes de víveres que tuvo el baluarte, según se recoge en un documento de esta época, donde se habla de “una cueva en que se guardaban los alimentos cuando permanecía dicho castillo y su guarnición".

No cabe duda de que el elemento de mayor interés arquitectónico de todo el conjunto del sistema defensivo alzado en la época califal es la gran torre central ya referida, que constituye un ejemplar muy claro del modelo de construcción militar difundido, sobre todo en el siglo X.

¿Cómo se reformó tras la conquista castellana?

Reconstruido el complejo fortificado recreciendo el grosor inicial de las paredes del mismo a partir del momento de la conquista cristiana de la ciudad a fines del siglo XII, resulta muy difícil hacernos idea del aspecto externo que ofrecería en la época en que fue alzada, por haberse empleado en este refuerzo una técnica diferente a la original, consistente en la utilización de sillares ciclópeos unidos con mortero de cal en los paramentos, con refuerzos de buena cantería en las esquinas de las torres. El regruesado de los muros obligaría también a modificar la estructura de la puerta de acceso, con toda probabilidad un arco de herradura defendido por dos hojas de cierre reforzadas con chapas de hierro sobre la madera.

¿Tenía foso el castillo califal?

El foso que hoy vemos plantea algún problema de datación difícil aún de aclarar. La razón está en que, si bien aparece cortado a plomo con gran cuidado sobre la roca en la línea de la muralla cristiana, de ser más antiguo que ésta, hubiese estado separado alrededor de cuatro metros del muro primero, lo que no parece muy verosímil. No obstante, la descripción de las defensas con que contaba la ciudad de Cuenca en 1172, transcrita más adelante, refiere ya con detalle la existencia de un foso situado en el lado más septentrional de la fortaleza. Desde este, un sistema de escalones protegidos facilitaría el acceso de los defensores hasta el río Júcar para proveerse de agua u otros víveres.

Por culpa de las reformas y depredaciones posteriores es muy poco lo que nos resta del aparejo empleado en época califal, así en las torres de apoyo de la muralla como en el cerramiento interior de la torre principal. Sin embargo, el hecho de que hayan subsistido otras similares a ésta permite describir a la de Cuenca como un edificio de planta rectangular con los muros reforzados por una armadura de madera en retículo cuyos huecos son todavía visibles. El espacio interno estaría probablemente compartimentado en tres o cuatro plantas, sostenidas por forjados también de madera, mientras que la puerta de acceso desde el recinto interior se hallaría elevada sobre el nivel del suelo unos tres metros, lo que obligaría a sus ocupantes a emplear una escalera móvil para poder llegarse hasta ella.

Restos de la muralla del Alcázar en el casco antiguo de Cuenca, en el barrio de Mangana, donde vivía la comunidad judía en la Edad Media.

Restos de la muralla del Alcázar en el casco antiguo de Cuenca, en el barrio de Mangana, donde vivía la comunidad judía en la Edad Media. / Cadena SER

Del lado de la ciudad, este recinto quedaba cerrado a la altura de lo que en los documentos del siglo XVIII se identificaba como "la primera puente", relacionándola con la que permitía entrar a la ciudad por la puerta del castillo, salvando el foso exterior. Nada quedaba, ya entonces, del sistema de cerramiento empleado en otras épocas, aunque la existencia del citado puente, todavía hoy visible desde las escaleras que arrancan del atrio de la iglesia del antiguo convento de las Carmelitas, si bien cegado y muy reconstruido, indica la existencia de un hueco, semejante al del fuera y que se prolongaría también hacia ambas hoces, muy a propósito para limitar desde su flanco meridional el edificio de la fortaleza. A comienzos del siglo XVII así describían los inquisidores del tribunal de Cuenca el espacio donde se asentaba el edificio que acogía entonces al tribunal:

"... y siendo de esta Inquisición, no sólo el sitio de dicho edificio, si no es el que hay de dicha puente hasta la otra que mira al reino de Aragón y es su frontera; dentro de las cuales puentes está toda la fábrica de esta Inquisición que es muy grande y hermosa, que es público y notorio en esta ciudad es el sitio en que estaba todo el castillo que se mandó demoler en tiempo de los señores Reyes Católicos menos las murallas exteriores...".

Relación del castillo con la alcazaba

Desde el castillo, la muralla se prolongaba desde su arranque en la acrópolis urbana hacia el suroeste para venir a unirse, todavía en época musulmana, al Alcázar sito en la actual explanada de Mangana. Luego, a partir de la época de la conquista cristiana, el circuito urbano amurallado se ampliaría en el siglo XIII hasta alcanzar el cauce del río Huécar y su confluencia con el Júcar.

Así pues, dos eran los puntos defensivos claves existentes en la primitiva ciudad. Ocupaba uno el espacio que media entre la gran torre y la actual parroquia de San Pedro, cerrándolo sendos murallones sobre la vertiente de ambas hoces, además de la correspondiente puerta interior. El otro se localizaba en el espacio salvaguardado por la alcazaba que comprendería todo el espacio de la actual plaza de Mangana y se extendería hasta el Convento de la Merced y el Museo de las Ciencias. Las excavaciones realizadas en esta zona exhumaron, entre otros elementos constructivos de fecha posterior, el trazado de la primitiva muralla que ceñía este baluarte, sobre el que se elevarían con posterioridad un barrio y un palacio. Al reparo de sus muros se aposentaron las aljamas respectivas de judíos y moros y aquí se construiría a partir de los últimos años del siglo XV el solar palaciego de la familia Hurtado de Mendoza.

Ambas fortificaciones se hallaban unidas en época musulmana por un doble lienzo de murallas que, escalonándose de tramo en tramo, hincaban sus torres a las estribaciones del crestón en cuesta que las separaba. El espacio resultante en el interior vendría a ser bastante estrecho, pero serían los cristianos conquistadores quienes procederían a ampliarlo a partir de mediados del siglo XIII, tallando la roca de la vertiente de cada hoz con arreglo a las posteriores necesidades urbanísticas de la nueva población. Una calle, con seguridad bastante angosta, que discurriría entre las dos filas de casas próximas a los muros de esta ciudadela serviría, pues, de comunicación entre sus dos inexpugnables extremos.

Avanzadilla sin excesiva importancia primero, aquel enclave fortificado fue después adquiriendo más y mayor relieve con el paso del tiempo. Ciudadela fronteriza puesta en un lugar perfectamente estratégico de la cadena montañosa -el Sistema Ibérico- que separaba las tierras de las taifas de Zaragoza y Toledo, hechas parte después de los reinos de Aragón y Castilla, estaría más tarde llamada a desempeñar un singular papel militar y político como pieza clave en el control efectivo de la zona. El objetivo de éste consistía primordialmente en determinar quién disfrutaría para sus ganados de los pastos serranos. Como consecuencia, no tardaría en venir a pivotar sobre Cuenca uno de los principales ejes del tradicional sistema de pastoreo trashumante que, siguiendo el ritmo de las estaciones, hacía desplazarse los rebaños de ovejas desde estos lugares hasta la Mancha sur, Andalucía septentrional o el Levante al llegar el otoño, para otra vez retornar a ellos la primavera siguiente camino del esquileo.

Parece haber sido durante la primera mitad del siglo XII cuando la fortaleza conquense alcanzó su época de mayor brillantez económica mientras fue musulmana, según cabría deducir de las escuetas menciones que a ella hace el geógrafo Edrisi en su bien conocida descripción:

"Cuenca es una ciudad pequeña pero antigua. Está situada cerca de un estanque artificial y rodeada de murallas, pero sin arrabales. Los tapices de lana que se hacen allí son de excelente calidad."

Pocas pinceladas bastan a este autor para dibujarnos la pequeña aglomeración, reducida estrictamente al recinto que sus defensas marcaban, aferradas a un cerro bañado a sus pies por una albufera, alimentada merced al caprichoso curso del río Huécar en su último tramo, lo que la hacía por completo inaccesible de aquel lado.

Vale la pena ofrecer aquí la última instantánea de la ciudad musulmana redactada por un cronista musulmán pocos años antes de la conquista cristiana:

"El Califa se puso en marcha hasta entrar en la ciudad y en su alcazaba alta, inexpugnable, cuya elevación llega hasta tocar las nubes que muestra aún huellas de la prosperidad que alcanzó en tiempos de los reyes del Islam y del cuidado que éstos pusieron en hacer de ella un fortísimo baluarte para las vicisitudes de los tiempos. La envuelve, por la parte occidental, el río Júcar con bordes escarpados y precipicios que impiden el acceso a ella; y por la parte oriental corre otro río, en iguales condiciones para la inexpugnabilidad de la plaza; ambos vierten sus aguas en una gran buhayra o lago que provee de agua a sus habitantes, y que está contigua a la muralla. Se entra a la ciudad por un gran puente, flanqueado en sus dos extremos por dos fuertes torreones protectores, sobre ambos ríos en jurisdicción de la ciudad. En la parte septentrional tiene un foso labrado en piedra dura, de profundidad equivalente a la estatura de dos hombres aproximadamente, encima va un fuerte parapeto. Este foso tiene escalones construidos bajo tierra, por los cuales se baja al río, para la provisión de agua y para moler los alimentos en los molinos que hay sobre el río, y se vuelve por los escalones con seguridad. Sobre el parapeto, que hay encima del foso, se levanta un gran torreón, de construcción primitiva, y en la parte inferior de los escalones, junto al agua del río, hay una puerta guarnecida con chapas de hierro, que es considerada como la dueña exclusiva de la alcazaba. No hay sitio por donde se pueda atacar esta ciudad más que por el dicho foso y por la de al-buhayra que está bajo la defensa de la ciudad, así como lo están las viñas, nogales y otras plantas (los nogales en su mayor parte), y además los sembrados y la tierra que se extiende por los valles y las llanuras."

¿Hubo recintos amurallados internos?

Castillo y Alcázar, uno en cada extremo, defendían la estrecha superficie murada que, acaballada entre ambas hoces, discurría entre el primer baluarte –cerrado como va dicho por dos puentes levadizos sobre fosos tallados en la roca- y las inmediaciones de la actual Plaza Mayor. Aquí, al final –comienzo actual- de la calle de San Pedro, una puerta, andando el tiempo llamada “de la Cibera” o “del Mercado”, cerraba el segundo recinto fortificado del castillo. Dentro, tortuosa y exigua, habría ido configurándose, adaptada a él, una elemental trama urbana, a medida que se fuera produciendo una cierta diversificación de las actividades económicas productivas, sumadas a las defensivas, entre quienes lo habitaban.

Próximo, aunque aislado del resto del agregado urbano, se alzaría el Alcázar. Elemento fundamental del sistema defensivo de la ciudad, independiente y provisto de un doble recinto murado. El primitivo aparejo de alguna de las torres situadas en su flanco occidental parece poder datarse en la misma época que el interior de la torre principal del castillo. Tenía acceso el primero y más externo adarve por dos puertas respectivamente denominadas "Somera" y "Fondonera" en la documentación del siglo XIV. Puesta la primera a la entrada de la actual calle de Mosén Diego de Valera, podría ubicarse la otra en las inmediaciones de la presente plaza del Carmen, conocida entonces como La Ferrería, por residir en ella un puñado de musulmanes herreros. Dentro, otro recinto más angosto, defendía aún con sus torres el núcleo estricto de la fortaleza, donde se albergaría durante tres siglos a la aljama de los judíos.

La ampliación de las murallas

Tras la conquista cristiana el espacio urbano progresivamente ampliado se fue organizando en barrios vertebrados en torno a las parroquias, referentes cívicos y religiosos a la vez, ligados a los templos. Trece fueron al comienzo las "colaciones" que vertebraban la organización de la sociedad urbana -San Pedro, San Nicolás, San Miguel, Santa María la Mayor, San Martín, Santa Cruz, San Gil, San Vicente, San Salvador, San Andrés, San Juan Bautista, Santo Domingo de Silos y San Esteban- los muros de varias de ellas vinieron a reforzar además el circuito amurallado concluido en el último cuarto del siglo XIII. Desde comienzos del siglo XV, la transformación en iglesia de la antigua sinagoga, añadiría la decimocuarta con el nombre de Santa María de Gracia en el interior del alcázar.

Inamovible el dominio castellano sobre el ámbito conquense, gracias al aporte demográfico de los repobladores llegados a él, tendría lugar un visible proceso de expansión urbana que, al mediar el siglo XIII, trasladaría el recinto cercado de la primera época cristiana, aproximándolo mediante más sólidas murallas hasta los dos cauces fluviales que de lejos habían ceñido antes el espacio habitado, sito entre ambas ciudadelas, encaramadas sobre las hoces de Júcar y Huécar.

Las puertas y su ubicación

Varias puertas y algún postigo facilitaban a las gentes llegarse hasta el circuito murado y permitían además controlarlo a las autoridades para seguridad y defensa en ocasiones, vigilancia sanitaria a veces y registro fiscal sobre los comerciantes de ordinario. Como en la mayoría de las ciudades amuralladas, sucumbieron casi todas en el transcurso del siglo XIX a las exigencias de modernizar el tráfico interno y los transportes. La del Castillo sigue hoy en uso, aunque no cierre ya sus batientes. Por la de la Buharda, desde la actual Anteplaza, se accedería al río Júcar. La de San Miguel clausuraría la porción urbana agrupada en torno a esta iglesia. El postigo de San Pablo (antes del Chantre) permitiría llegar a las huertas del Huécar. Vendría a continuación el postigo de San Martín en las inmediaciones del actual Colegio de Arquitectos. Un poco más abajo, ya en el llano, la puerta de Valencia daría inicio al trayecto viajero hacia Levante. La del Postigo se situaba al final de la calle de las Tablas sobre el puente que salva allí el río Huécar y por ella llegaría el grano hasta el Almudí para su venta controlada y la harina obtenida en el molino inmediato. La de San Juan permitiría conducir el grano hasta los molinos del Júcar y llegarse a las huertas de la ribera. Desde la de Huete, junto al puente de la Trinidad, se iniciaría el ascenso a la ciudad por la calle de San Juan, vía principal de ingreso hasta fines del siglo XVIII.

Paco Auñón

Paco Auñón

Director y presentador del programa Hoy por Hoy Cuenca. Periodista y locutor conquense que ha desarrollado...

 
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