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La ciudad "fea, sucia y oscura" que Bécquer encontró cuando llegó a Madrid

El Madrid romántico del siglo XIX debió de ser uno de los mejores lugares para vivir y de los más inspiradores. Aquí llegó Bécquer en 1854 y, sin embargo, la decepción le embargó. Todo lo que su vida bohemia le ofrecía en Madrid era suciedad, oscuridad y pobreza

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Bécquer había nacido en Sevilla en el año 1836. Como buen romántico le gustaba viajar, escribir, dibujar y compartir con el resto de la gente sus sentimientos más profundos. Madrid era la plataforma perfecta para todo ello. Una ciudad que, dejando a un lado los problemas políticos que caracterizan a los españoles sea cual sea su ideología y la época vivida, siempre se ha caracterizado por acoger con cariño a todo aquel que cruzara sus murallas. En la época en la que Bécquer llega a Madrid, octubre de 1854, nos tenemos que imaginar una ciudad que empezaba a cambiar y a intentar seguir el frenesí preindustrial que azotaba Europa. Una capital abierta en la que este sevillano que seguramente nunca perdió su acento, se empapó de la magia de la villa como supieron hacer todos los artistas.

El Madrid oscuro y feo

Y a pesar de todo, las primeras sensaciones que Madrid causaron en el poeta no fueron las mejores. De la ciudad decía que era fea, sucia y oscura. Pero también supo reinventarse con estos obstáculos y emplearlos para buscar más inspiración en su obra.

Es un detalle absolutamente maravilloso el descubrir que junto con otros compañeros poetas como Julio Nombela y Narciso Campillo, Bécquer llegara a Madrid cargado de poemas que habían preparado con antelación para poder publicarlos en las incipientes revistas de la época. Es un poco pretencioso, pero de alguna forma me recuerda a mi propia experiencia vital cuando llegué a

Madrid en 1998, con una carpeta llena de artículos de Egipto bajo el brazo, dejando atrás Valladolid, y un montón de ilusiones. Lo que me encontré en la capital fue suciedad y los últimos coletazos de una ola de drogadicción que había devastado la ciudad en las últimas décadas. Y como con Bécquer, al final, todo acabó cambiando para bien.

 
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