Desiertos alimentarios
Las pequeñas tiendas de alimentación de nuestros barrios son un lujo que deberíamos proteger y conservar
Madrid
Me habían invitado a impartir un seminario en una universidad de Estados Unidos y me alojaron en un hotel de la ciudad cercana al campus.
Al cabo de unos días, estaba un poco harta de desayunar, comer y cenar a diario en el hotel o en restaurantes, así que decidí comprarme algo de comida, un tentempié ligero, para tomarlo tranquilamente en mi habitación. “Compraré un poco de pan y de queso para hacerme un bocadillo, y un poco de fruta”, pensé.
Recorrí durante un buen rato las calles del barrio sin encontrar ni una sola tienda de alimentación: ni una frutería, ni una charcutería, ni una panadería, ni uno solo de esos pequeños supermercados de barrio, tan frecuentes en España.
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Después de dar muchas vueltas encontré por fin una pequeña tiendecita donde vendían comida, pero solo había enormes bolsas de patatas fritas, chucherías y bebidas azucaradas. Nada que pudiera constituir una comida. Allí, en aquel barrio, no había forma de comprar una barra de pan o una manzana.
Me dí cuenta de que estaba en mitad del desierto: en uno de esos desiertos alimentarios que existen en Estados Unidos, barrios o ciudades enteras en las que no hay ni un solo comercio de alimentación. La comida se compra en grandes superficies, a varios kilómetros del casco urbano.
Y añoré inmediatamente el amable pequeño comercio que abunda –todavía abunda, y espero que por muchos años— en las calles de nuestro país. Las pequeñas tiendas de alimentación de nuestros barrios son un lujo que deberíamos proteger y conservar.
* Paloma Díaz-Mas es escritora, catedrática de Literatura sefardí y miembro de la Real Academia Española. Entre sus obras más destacadas figuran El sueño de Venecia (Premio Herralde 1992) o El pan que como.