Jennifer Lawrence, la estrella atípica de Hollywood: "Es liberador hacer de una mujer que es un desastre"
La actriz americana, ganadora del Oscar por 'El lado bueno de las cosas', regresa como protagonista y productora de 'Sin malos rollos', una comedia gamberra en la que tiene como misión desvirgar a un joven rico
Madrid
Hubo un tiempo en el que todo lo que rodeaba a Jennifer Lawrence era noticia. Ahora también, pero el descanso de dos años que se ha tomado la actriz le ha servido para aplacar, en cierto sentido, el furor que causaba cada una de sus declaraciones o reacciones. La actriz fue posiblemente la primera gran estrella de la generación de las redes sociales. Espontánea, divertida y un poco gamberra, todo lo que hacía o decía Jennifer Lawrence se convertía en un meme. Lo fue cuando se cayó al recoger el Oscar por El lado bueno de las cosas, siendo la primera actriz nacida en los 90 en ganarlo, lo fue cuando conoció esa misma noche a Jack Nicholson y bromeaba con su nueva vida de famosa.
La intérprete ya había estado nominada antes por su papel en Winter's Bone y era también el rostro más popular de las sagas de Los juegos del hambre y X-Men. Con un pie en el cine mainstream y otro en el de autor, en solo tres años la adolescente de Kentucky que un día se fue a Nueva York se había convertido en la celebridad que necesitaba el nuevo Hollywood. Era políticamente incorrecta, la pillaban en todas las fiestas, animaba las alfombras rojas y desafiaba la imagen clásica de una estrella siempre perfecta. Había tanto material de ella que todo el mundo parecía conocer mejor a Jennifer Lawrence que la propia Jennifer Lawrence. “La gente piensa que somos amigos porque soy famosa y sienten que me conocen. Pero yo no les conozco”, decía la actriz hace diez años aún sorprendida de que los fans le exigieran siempre ser la tía enrollada y adorable que mostraban los medios y las redes sociales.
En esos años la exposición pública también le sirvió para ser altavoz de muchas de las cuestiones de las que la industria no quería hablar. Denunció el trato humillante que había recibido en sus inicios y, en aquel momento, ella entendió como un peaje para su carrera. Expresó su malestar con los cánones de belleza que imponían una extrema delgadez - "cuando alguien tiene un peso normal, pensamos, oh, mira esas curvas, tendríamos que subir el peso que consideramos que está bien, al menos para que yo deje de sentirme la más gorda de Hollywood", contaba en Harper's Bazaar-. Se negó a disculparse por un vídeo viral en el que bailaba borracha -"estaba en un cumpleaños y fue una noche muy divertida", respondió quitándole hierro -. Y tampoco se calló cuando filtraron sus fotos desnuda - "sentí que me violaba todo el planeta, cualquiera puede ir y mirar mi cuerpo desnudo sin mi consentimiento, ese trauma existirá para siempre"- o tuvo que desmentir que se hubiera acostado con Harvey Weinstein.
Mientras capeaba polémicas con naturalidad y no rehuía ninguna pregunta, Jennifer Lawerence asumió que su posición también la podía utilizar como activista. Una de sus luchas siempre ha sido el feminismo y la brecha salarial. La actriz, según la revista Forbes, fue la mejor pagada en 2015 y 2016 con más de 40 millones de dólares, pero muy lejos de lo que cobraban los actores. "Descubrí que cobraba mucho menos que la gente afortunada con penes. Me enfadé conmigo misma. Había fallado como negociadora porque había tirado la toalla demasiado pronto. No quería parecer 'difícil' o 'malcriada'. En aquel momento, me pareció una buena idea, hasta que vi los salarios por Internet y comprobé que cada hombre que había trabajado conmigo en esa película definitivamente no se había preocupado por ser 'difícil' o 'malcriado", dijo la actriz con su habitual franqueza tras el hackeo de Sony que sacó a la luz las diferencias salariales entre el reparto de La gran estafa americana.
Desde ese momento Lawrence no ha tenido problema en sacarle los colores a productoras y distribuidoras por este agravio. La última vez fue hace poco más de un año con Leonardo DiCaprio por No mires arriba, la exitosa comedia de Adam McKay en Netflix. Precisamente con esa película la actriz reapareció públicamente tras su descanso de más de un año y a punto de ser madre por primera vez. "Sentía que os habíais cansado de mí", dijo Lawrence cuando decidió parar en 2019 tras la promoción de Gorrión Rojo y acumular unos cuantos proyectos que fracasaron en taquilla - recientemente ha renegado de Passengers y eso que se lo advirtió su amiga Adele- o recibieron muy malas críticas -aún se recuerdan los abucheos a Aronofsky en Venecia con Madre!-.
Su esperado regreso coloca a Lawrence en otra posición. Con tres películas, dos protagonizadas por ella, en las que ejerce de productora con su nueva compañía. En otoño estrenó en Apple TV+ Causeway de la mano de A24, el estudio indie de moda. Un drama dirigido por Lila Neugebauer en el que interpreta a una soldado que vuelve de Afganistán con una lesión e intenta reconectar con su vida. En mayo presentó en Cannes -más allá de la foto en chanclas- el documental Bread and Roses, trabajo de la directora Sahra Mani sobre la situación de las mujeres afganas tras la toma de Kabul por los talibanes. Y ahora encabeza la comedia comercial Sin malos rollos, película que firma su amigo Gene Stupnitsky, autor de títulos como Chicos buenos y guionista de The Office. "Participar de productora es diferente para todo. Es algo que quería hacer desde hace tiempo. Significa que intervienes en diferentes momentos del proyecto o que no estás tan fuera de lo que necesita ese proyecto. Bread and Roses se concibió en agosto de 2021, cuando los talibanes tomaron Kabul, y quería encontrar una cineasta afgana que pudiera hacernos llegar imágenes del interior de Afganistán en ese momento, y tuve la suerte de encontrar a Sahra Mani y ahí empezamos a trabajar", cuenta en conversación con la Cadena SER de esta nueva faceta y su voluntad de financiar trabajos que ayuden a otros.
Sin malos rollos es, sin embargo, una prueba de fuego. La actriz vuelve a las salas de cine casi cinco años después, y una pandemia mediante, con una película gamberra, una comedia bruta muy de inicios de los 2000 con una premisa atrevida para tiempos de feminismo. Lawrence interpreta a una camarera que también trabaja como conductora de Uber y, por las deudas y la amenaza de perder la casa de su madre, atiende a un extraño anuncio con recompensa. Unos padres pijos buscan a una mujer que saque del cascarón a su hijo antes de irse a la universidad. "Surgió de un anuncio real. Y pensé, oh, eso es interesante. Me hizo pensar en quiénes son estas personas, cómo es su hijo y quién es la mujer que responde a esto, qué pasa en su vida. Es una comedia con clasificación R, así que básicamente todo es descarado y atrevido. Se pone un poco emocional, pero tiene su parte pícara e insolente", explica el director de esta propuesta y cómo la actriz se embarcó en el proyecto desde el primer momento.
Lawrence explota su lado cómico y desenfadado y se divierte en esa misión por desvirgar al joven solitario. "Ella es un desastre por todas partes y toma decisiones que son difíciles de aceptar, y hay algo extremadamente liberador en eso", responde la actriz sobre interpretar a una mujer así frente a la imagen de perfección que se espera siempre de una estrella de Hollywood. Lawrence hace todo lo contrario. Es caótica, impulsiva y un torbellino sexual que arrastra a ese chico encerrado en su habitación. "Creo que hemos descubierto culturalmente que no éramos sensibles a muchas cosas por las que realmente teníamos que ser sensibles, y aún necesitamos tiempo para averiguar cuáles son las reglas en este caso. Y eso va a estar en constante evolución. Pero creo que lo maravilloso que hace esta película es no celebrar los defectos de sus personajes, simplemente los muestra y te pide que tengas compasión por ellos. Y cuando hay una broma que se consideraría políticamente incorrecta, los personajes de la película dicen, eso no mola. No puedes decir eso. Creo que estamos viendo cómo la comedia evoluciona en lugar de dejarnos asfixiar por la idea de lo políticamente correcto", defiende el actor coprotagonista, Andrew Barth Feldman, y Lawrence asiente.
Ambos son una extraña pareja con química y patetismo en pantalla en una película que, inexplicablemente, se va desprendiendo del humor con una trama más emotiva. Bajo la comedia hay muchos temas que afectan a EEUU, el problema de la vivienda y la gentrificación, el acoso a los jóvenes y la soledad, o la precariedad. "Hay una gran disparidad salarial, también entre los precios que suben y la mayoría de los salarios que simplemente no se mueven. Los buenos guionistas de comedia siempre se basan en el espíritu de la época y de la sociedad y la cultura. Este es un problema enorme, por ejemplo, para los jóvenes que ingresan como fuerza laboral con enormes deudas solo por ir a la universidad. Les prometieron que iban a conseguir trabajos con un salario que podrían saldar esas deudas y se ha demostrado que eso no es cierto", expone Lawrence sobre la situación social de su país. La actriz, de orígenes obreros, siempre se ha mojado con una posición muy crítica con la desigualdad y las políticas reaccionarias del partido republicano.
Con 32 años, esta nueva Jennifer Lawrence, menos espontánea y más desahogada de la presión mediática, afronta una nueva etapa en la que, dice, ya nota hasta la brecha generacional. "Como millennial estoy aprendiendo muchísimas perspectivas nuevas que no conocía, como el respeto mutuo, una mayor igualdad, también he aprendido que el mundo es muchísimo más diverso de lo que yo pensaba. Como millennial eso es como un músculo y hay que ejercitarlo y aprender cada día, lo más importante es el amor y el respeto al prójimo", concluye sobre su distancia con las nuevas generaciones, esas que ya tienen otros ídolos adolescentes y a ella la dejan tranquila porque Jennifer Lawrence siempre fue mucho más que unos cuantos 'memes'.
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José M. Romero
Cubre la información de cine y series para El Cine en la SER y coordina la parte digital y las redes...