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La gran niebla que cambió Inglaterra

El 'Gran Smog' acabó con la vida de 4.000 personas y dejó secuelas a más de 100.000, pero terminó salvando a muchas otras

La gran niebla de Londres

La gran niebla de Londres

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El 5 de diciembre de 1952, una niebla densa y oscura se levantó sobre Londres. Demasiado oscura. Demasiado densa. Cuando se fue, 5 días después, había matado a 4.000 personas. Pero a la vez salvaría decenas de miles de vidas. Esta es la del Gran Smog que cambió Inglaterra.

Aquella mañana a primera hora, la mayoría de la gente que iba a trabajar se encontró con que los autobuses habían dejado de circular por culpa de una niebla muy densa que se había levantado.

Una niebla que la mayoría de la gente pensó que era la habitual de cada día. Es cierto que había niebla, pero nada que les asustase. Otro día de lo que llamaban "sopa de guisantes". Seguramente se la llevaría la lluvia por la tarde. Pero no hubo lluvia. Los trabajadores no tuvieron más remedio que coger el metro, porque era el único transporte público en funcionamiento.

El caso es que, durante el día, la población no le dio demasiada importancia, pero cuando comenzaron a regresar a sus casas, a las 5 o las 6 de la tarde (que ya es noche en diciembre en Londres), la gente se encontró con una ciudad convertida en un escenario fantasmagórico. Policías con aparatosas mascarillas, los coches circulando a la velocidad de un peatón. Los escaparates brillaban con un fulgor entumecido, aunque estuviesen a apenas unos metros y ni siquiera las farolas de bombillas incandescentes podían traspasar la niebla, hasta el punto de que parecían puntos de luz colgados en la noche. Y un ruido constante por todos lados: la tos.

La tos de la gente que, enseguida, comprendió que esa niebla no era normal. Las noticias de la radio y la televisión tenían un único tema: la capa de niebla negra que cubría la ciudad. Anegaba las calles y las plazas y hasta se colaba en los interiores de las casas. Los cines, los teatros y los conciertos suspendieron sus espectáculos porque desde la platea no se veía la pantalla ni el escenario. La liga de fútbol y la de cricket pararon los partidos porque los jugadores no veían a más de un metro de distancia. Y las noticias también contaban que los hospitales de la ciudad comenzaban a llenarse de gente con dificultades respiratorias.

Las urgencias de los hospitales se abarrotaron sobre todo de niños y de personas mayores tosiendo. Los esputos se acumulaban en el suelo en manchas de una masa viscosa y negruzca. Las placas de tórax se sucedían una tras otra y el resultado era el mismo en prácticamente todas: neumonía bilateral por inhalación de monóxido de carbono y dióxido de azufre.

¿Sabéis esa la gente que dice que "antes se vivía mejor"? Quizá haya gente que antes vivía mejor, pero, ¿sabéis lo que no era mejor antes? Las ciudades. Cuando yo pienso en cómo eran las ciudades en los 80, recuerdo sobre todo una cosa: el olor. Las ciudades de los 80 olían mal. Las alcantarillas no filtraban tan bien como las de ahora, la basura no se recogía tan bien como se hace ahora y, sobre todo, los coches y las fábricas no soltaban el humo casi invisible que sueltan ahora. Y una ciudad en plena reconstrucción de posguerra como el Londres de los 50 estaba llena de contaminación. Sobre todo, de contaminación por el monóxido de carbono y el dióxido de azufre de la quema de carbón. Porque, en el Londres de los 50, las plantas eléctricas eran de carbón, las calefacciones eran de carbón y las cocinas y los hornos eran de carbón.

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Es cierto que la calidad del aire de Londres siempre había sido bastante mala, pero se confiaba a un clima benigno para despejarla. Es decir, como en Londres llueve mucho y hay viento, las nubes de contaminación se despejan con rapidez. Pero esos días no hubo lluvias ni viento. De hecho, lo que sucedió entre el 5 y el 9 de diciembre de 1952 fue, sencillamente, la tormenta perfecta. O una antitormenta perfecta, en realidad.

Un periodo de temperaturas anormalmente bajas hizo que los londinenses quemasen más carbón del habitual, unido a la sustitución de los tranvías eléctricos por autobuses diésel, convirtieron al cielo de Londres en un puré de partículas contaminantes. Solo fue necesario un anticiclón para que ese puré se volviese irrespirable. Que es justo lo que se situó sobre la ciudad del 5 al 9 de diciembre. Por eso, lo que hubo allí no fue fog (niebla) sino smog: smoke+fog (niebla+humo). Y por eso se le llamó el Gran Smog de Londres.

El Gran Smog acabó con la vida de 4.000 personas. No es que muriesen en 4 días que duró, pero sí murieron como consecuencia de lo que pasó esos cuatro días. De hecho, las autoridades sanitarias calcularon que el Gran Smog no solo había matado a unas 4.000 personas, sino que había dejado secuelas a más de 100.000.

Una tragedia que salvó miles de vidas

Pero aquí viene el giro de guion. Repasando el histórico de suicidios en Inglaterra desde 1956 hasta 1975, se ve que las cifras son más o menos consistentes hasta 1963, pero entonces se aprecia una bajada muy acusada. Es decir, a partir de 1963, los suicidios disminuyeron de forma muy pronunciada.

El Gran Smog supuso una conmoción general en el Reino Unido y colocó a los británicos frente a la importancia de la calidad del aire. Hasta tal punto que propició la promulgación del Clean Air Act de 1956, que obligaba a la descarbonización de los hogares y las plantas eléctricas. La moratoria duraba hasta 1963, a partir de la cual se produjo la paulatina sustitución del carbón por otros combustibles menos contaminantes. Solo esta decisión ya salvaría la vida de muchísimas personas por la mejora del aire, pero es una cifra incuantificable. En cambio, los suicidios sí son cuantificables. ¿Qué ocurrió? Pues que los hornos y las cocinas de carbón se sustituyeron esencialmente por gas natural y electricidad. Y eso supuso que en las viviendas desaparecieran de facto las fuentes de monóxido de carbono.

El suicidio es un fenómeno muy complejo, pero, en general, hay dos tipos de suicidas: los meditados y los impulsivos. Para los meditados es muy difícil evitar el suicidio. En cambio, los suicidios impulsivos se reducen significativamente anulando el medio de suicidio. ¿Y cuál era uno de los medios de suicidio más empleado en los hogares del Reino Unido? La intoxicación por monóxido de carbono procedente de cocinas y hornos de carbón. Hay muchos estudios que relacionan el anómalo descenso en los suicidios con la promulgación del Clean Air Act del 56. Y, aunque no se pueden saber las cifras con total seguridad, con que haya evitado 500 suicidios cada año hasta hoy, ya hablaríamos de 35.000 vidas salvadas. Porque las ciudades no son solo los edificios y las calles y las plazas y los parques. Las ciudades también son el aire que respiramos. Y ese aire puede cambiar drásticamente nuestra vida, o lo que decidimos hacer con ella.

 
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