Lo previsto era que Salvador Illa fuera proclamado ayer president de Catalunya. Como era lo previsto, nadie pensaba que fuera a pasar. Se daba por hecho que no habría pleno. Y esa fue la primera novedad: en la política catalana, ayer pasó algo -al menos una cosa- que estaba prevista. Catalunya tiene un nuevo president, socialista, proclamado por mayoría absoluta con los votos -entre otros- de un partido independentista. Había otra cosa prevista para ayer, el regreso de Puigdemont. Que incluía, como pudimos comprobar en directo, un truco final. Mucha gente se preguntaba ayer en el Parlament -también dentro de Junts- para qué había vuelto entonces. Circularon todo tipo de teorías. Quizá pase que, después de que nos hayan ahogado con tantos relatos y símbolos y estrategias políticas, las cosas sean exactamente lo que parecen, tan sencillas y obvias. Vino a ocupar el protagonismo que las urnas no le dieron. A hacerse ver. A boicotear una investidura. A abochornar como expresident de la Generalitat a la policía de la Generalitat. Cuando bajó del escenario, Puigdemont se mezcló con un grupo de personas que llevaban, cada una, un sombrero de paja. Él se puso el suyo, subió al coche y se largó. ¿Qué épica hay en un sombrero de paja? ¿Qué mensaje de fondo vino a contar? ¿De verdad pretendía denunciar así que el Supremo no le aplica una amnistía que fue pensada para él? Las cosas son sencillas: vino por la investidura de un socialista que tiene los votos de Esquerra. Quizá pensaba que le iba a seguir mucha más gente. La realidad es que, ahora mismo, quien más le sigue es la policía. Una policía abochornada, según remarcan, por cierto, aquellos a los que Puigdemont se les fugó, por cierto, después del referéndum. Hoy, en todo caso, la vida sigue. Hoy en la Generalitat habrá un traspaso de poderes. Porque eso es lo que está previsto.