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El rastro de Al Assad

La muerte y la tortura es la herencia visible de al Assad en una Siria que ha vuelto a la luz tras la huida del dictador. Ciudadanos en Damasco y en el exilio hablan de su alegría y preocupación por el periodo político que se abre en el país.

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“Las torturas empezaban a las tres de la mañana. Nos daban muy poca comida, una vez estuvimos tres días sin agua, y nos golpeaban con palos, con gomas de coches… Nos torturaban psicológicamente, no vi el sol en año y medio”. Relatos como este, de un prisionero del régimen de Bashar al Assad en Siria, dan cuenta del infierno que ha vivido la población durante los casi catorce años que ha durado la guerra civil, que ha dejado cinco millones de desplazados en el exterior.

El régimen cayó hace una semana tras once días de ofensiva relámpago que acabó con la toma de la capital, Damasco. Allí, el enviado especial de la SER, Nicolás Castellano, ha visto una celebración constante en las calles por el alivio de haberse librado del dictador y de toda su. “Por fin se ha quitado la nube del dictador y ha salido el sol”, celebraba un asistente a la oración del viernes de la Mezquita Omeya, la más multitudinaria que se recuerda en la historia de Damasco.

Sin embargo, la alegría por la huida del dictador se mezcla con cierta preocupación por el futuro gobierno del país. Los rebeldes que han recuperado el poder son una amalgama de grupos de corte yihadista salafista y de ideología radical que en muchos casos han manifestado la intención de imponer la Sharía (ley islámica). Ante esto, muchos ciudadanos temen un retroceso de sus libertades civiles. Castellano ha comprobado esa incertidumbre al hablar con una doctora que expresaba su miedo a que le impusieran el uso del velo islámico, o con un comerciante que ha retirado las botellas de alcohol de su tienda por miedo a represalias.

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El periodista apunta que no será sencillo imponer un modelo unitario por las distintas sensibilidades étnicas sectarias. Y en ese futuro político de Siria, Turquía tiene gran influencia. Su embajada ha sido la primera en reabrir sus puertas. También el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, está aprovechando la debilidad para bombardear Siria más que nunca en la historia hasta haber acabado con el 85% del ejército de Siria. Un Israel que es ya considerado por Reporteros Sin Fronteras el mayor ejecutor de periodistas del mundo y la tercera mayor cárcel, por su ofensiva en Gaza, el territorio del mundo más peligroso para informar. Según sus datos, desde el 7 de octubre de 2023 han sido asesinados por el ejército de Israel más de 145 periodistas, alrededor de un 12%.

57 años de dinastía sanguinaria

La huida del al Assad a Moscú termina con una saga familiar que ha gobernado Siria durante más de medio siglo. Se trata de uno de los clanes más sanguinarios de toda la región, cuyos horrores están emergiendo ahora, especialmente en la cárcel de Saydnaya, en la que llegaron a estar hasta 20.000 presos del régimen y en la que muchos murieron torturados. Ese es el epicentro del horror al que siguen acercándose muchas de las familias de los desaparecidos durante los años de la guerra, unos 130.000 desaparecidos en los últimos 13 años, según Naciones Unidas.

El periodista Miguel Flores ha estado en ese centro, calificado de “matadero humano” por Amnistía Internacional. “Las esquinas siguen oliendo a podrido, hay manchas de sangre en las paredes. En el suelo se ven cosas tan difíciles de entender como piernas ortopédicas”, relata. Los supervivientes con los que ha podido hablar sostienen que no eran parte activa de la oposición a Bashar al Assad cuando los detuvieron arbitrariamente, la mayoría en los primeros años de la guerra.

Uno de ellos cuenta que en los dos años que estuvo encerrado fue constantemente violado por el personal de la prisión. También que sus compañeros fueron quemados, ahorcados y hasta triturados en una prensa hidráulica. Aunque las nuevas autoridades lo niegan, los supervivientes aseguran también que hay celdas selladas en el subsuelo que creen que aún no se han localizado, por eso mucha gente sigue agolpándose en la prisión ante la esperanza de encontrar a sus familiares.

En Daraa, la ciudad del sur de Siria en la que comenzó la primavera árabe, la vida antes de la represión del dictador era tranquila. “Solíamos jugar futbol al lado de nuestra casa todos mis primos y mis hermanos”, rememora Moussa al Jamaat, que llegó a España como refugiado. De aquello no quedó nada, pero ahora Moussa, que es periodista de la revista Baynana, se siente feliz. “No estábamos preparados para ver el fin de Bashar al Assad”, reconoce. Sus padres y sus hermanos han podido reunirse por primera vez después de siete años.

Lo que le preocupa ahora, como al resto de sirios, es el caos en un país en el que hay gente que no ha vivido más que la guerra, gente que no ha estudiado, la falta de gobierno y de control. Espera que la nueva Siria que renazca sea “para todos los sirios”, respetando su mezcla de razas y religiones.

 
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