iEsto es Esparta!

Madrid

Viajamos en el tiempo con Jacinto Antón para asistir al enfrentamiento entre espartanos y persas en este paraje a 200 kilómetros de Atenas. Es difícil imaginar que este erial fuera el lugar en el que una lluvia de flechas acabara hace dos milenios y medio con Leónidas y los suyos.

Pedimos la ayuda de César Fornis, catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Sevilla, y autor de “El mito de Esparta” (Alianza Editorial). Nos ponemos en situación: 300 espartanos se enfrentan a casi seis millones de persas en el paso de las Termópilas. Jerjes y los suyos exigen “Tierra y agua” a los hombres de Leónidas, quienes no están dispuestos a sufrir tamaña humillación.

Ni tantos, ni tan calvos

Lo cierto es que todas las versiones de estos hechos que nos han llegado han sido escritas por griegos, que, desde Heródoto a Esquilo, tiraron un poco para casa y exageraron la heroicidad de los suyos y la villanía de los contrarios. Ahora sabemos (más o menos) que los espartanos no fueron 300, sino alrededor de siete mil; y que, los persas, lejos de seis millones, probablemente no eran más de unas cuantas decenas de miles.

El cine y la literatura se han encargado también de propagar esos tópicos. La película más famosa sobre el acontecimiento, “Los 300”, de Zack Snyder, nos presenta, por ejemplo, a un Jerjes, rey de los persas, que más que un monarca parece el tercer clasificado en la gala Drag Queen de Maspalomas. Según nos cuentan los historiadores fue un déspota que impuso su tiranía incluso a los suyos y que se creía con origen divino.

iEsto es Esparta!

Es el famoso grito de Leónidas, pero ¿qué era Esparta exactamente? La segunda en importancia de las polis griegas era “una de las sociedades más militarizadas y crueles que han existido, adelantados practicantes de la eugenesia (Hitler los alabó por eso) y la guerra total”.

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¿Por qué se ha idealizado Esparta a lo largo de la historia? César Fornis acude al helenólogo Pietro Janni para dar una respuesta: “Esta es una de las páginas más extraordinarias de la historia de la civilización: una ciudad, de hecho ni siquiera una ciudad sino un conglomerado de aldeas con característica curiosamente arcaicas, nace en un extremo de la tierra griega ya de por sí marginal […] Después de haber desarrollado una política mixta de miopía provincial […] y de maquiavelismo de brutalidad sin velos, desparece de la escena política internacional dejando una herencia cultural de segundo orden y destinada a ser totalmente eclipsada. Y bien, esta comunidad humana que jamás tuvo más que pocos millares de miembros de pleno derecho, deviene protagonista de algo que se ha verificado una única vez en el curso de la historia de Occidente e incluso mundial: su elevación a mito, a representante ejemplar de un modo de vivir la historia humana […]”.