Un jardinero contra las concertinas en Santander
El Puerto de Santander prevé instalar 10 kilómetros de concertinas para evitar la intrusión de jóvenes albaneses que viajan como polizones en los ferris a Inglaterra
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Madrid
“Lo que está haciendo el Puerto de Santander con los albaneses es lo mismo que hago yo con los topos: los molesto para que se vayan al prado del vecino”. El símil lo hace el jardinero Javier Soto cuando intenta explicar por qué se instalarán concertinas en las vallas del puerto de su ciudad. Los topos, en este caso, son un grupo de poco más de dos docenas de chicos albaneses que cada noche intentan colarse en el puerto para viajar como polizones en los ferris que salen con destino a Inglaterra.
Allí tienen familia, amigos, contactos. Muchos de ellos hablan inglés y creen que simplemente las cosas les serán más fáciles. Lo difícil, de momento, es llegar. Para evitar las intrusiones, la Autoridad Portuaria ha invertido desde el año 2018 más de tres millones de euros en reforzar la valla. Primero aumentaron su altura, que ahora alcanza cuatro metros. Después colocaron cámaras, detectores de CO2 y pinchos, entre otras medidas de seguridad. Lo último: las concertinas, unas cuchillas de acero galvanizadas que el gobierno español ha comenzado a retirar en Ceuta y Melilla por la gravedad de las heridas que infligían a quienes intentaban cruzar la frontera.
“El intrusismo tiene un efecto muy negativo sobre la actividad que se desarrolla en el puerto”, justifica Santiago Díaz Fraile, director del Puerto de Santander. El responsable de las instalaciones explica que las compañías navieras ponen multas si les llega una embarcación con polizones, además de devolver la carga de los contenedores donde iban escondidos los intrusos. “¿Ese coste quién lo asume?”, se pregunta Díaz Fraile. “Las navieras nos han dicho que las tripulaciones están muy incómodas con este fenómeno porque no saben cómo van a reaccionar estos chicos. De todos modos, de momento no se ha producido ningún problema de seguridad”, aclara. Frente a esta situación, la Autoridad Portuaria ha acordado instalar concertinas con el visto bueno de las autoridades públicas: el Gobierno de España, el autonómico y el Ayuntamiento de Santander forman parte de su Consejo de Administración.
Una vida en el 'Hotel Piojo'
Santander es una ciudad de paso para los jóvenes albaneses. Durante el día, malviven cerca del puerto en un edificio abandonado al que, con particular sentido del humor, le llaman Hotel Morri (piojo, en albanés). Se trata de un bloque que quedó a medio construir durante la crisis de la construcción y que ahora solo conserva su estructura. Allí no siempre viven los mismos: unos van, otros vienen. Con suerte algunos logran llegar a Inglaterra.
Y mientras tanto, Javi, Rosa y Aurora les brindan su ayuda con lo que pueden. Antes de la crisis sanitaria del coronavirus estos vecinos de Santander acudían al Morri una vez a la semana para ofrecerles una ducha, comida y cargar los móviles en sus propias casas.
Los tres vecinos se quejan del fuerte estigma social que recae sobre estos chicos en Santander. "Si te fías de los medios de comunicación, son un grupo de excombatientes peligrosos", cuenta Aurora. A lo que Javier, el jardinero, añade: "No hay como abrir las puertas para que salgan todos los prejuicios".
Valentina Rojo Squadroni
Uruguaya de nacimiento, catalana de adopción y madrileña de acogida. Es redactora de 'A vivir que son...