POST 11-S: Cuando el miedo cambió EEUU
La psicosis colectiva tras los ataques terroristas permitieron transformar "el país de la libertad" como nadie podría haber imaginado.
En aras de la seguridad los estadounidenses consintieron el espionaje interno, la anulación de garantías constitucionales y la violación de sus libertades civiles. Lo que EEUU condenaba anteriormente en otros países acabó instaurándolo en su propio territorio.
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Sólo había transcurrido una semana desde los atentados cuando la industria cultural comenzó a notar los primeros síntomas. Clear Channel, la mayor cadena de emisoras en EEUU, en un acto esperpéntico, distribuyó una lista de 166 canciones prohibidas. La obstinación por no herir sensibilidades hizo que el listado de temas no se limitara a títulos violentos, y se incluyeron canciones como "Imagine" de John Lenon, "New York, New York" de Frank Sinatra o "What A Wonderful World" de Louis Amstrong.
La censura tampoco tardó en aparecer en la televisión y en el cine. Las series y las películas anteriores al año 2001 en los que aparecía el World Trade Center, símbolo del poder financiero de EEUU convertido por los terroristas en la imagen de su vulnerabilidad, tuvieron que ser modificadas. En series como Friends o Los Soprano las referencias a las torres gemelas se eliminaron tanto de los títulos de crédito, que las mantenían desde sus comienzos, como de diferentes escenas. También se vieron afectados todos los proyectos que aún no habían sido estrenados, como el caso de Spiderman (Sam Raimi, 2002) cuyo trailer, donde el protagonista intenta atrapar un helicóptero con la ayuda de una tela de araña construida entre las dos torres, tuvo que ser modificado, al igual que todos los elementos promocionales de la película.
La desconfianza a todo lo relacionado con el mundo árabe o musulmán se instaló con gran rapidez en la mente de la gran mayoría de los ciudadanos estadounidenses. Eso sí, gracias a la ayuda directa de Washington. Las peticiones de varias agencias del gobierno para que la gente denunciara todo aquel comportamiento que consideraba sospechoso fueron acompañadas de un aumento de las agresiones contra la población de ascendencia árabe. Según la reciente encuesta realizada entre musulmanes estadounidenses por el Centro de Investigación Pew, el 90% de los encuestados asegura haber sufrido algún tipo de discriminación, el 22% haber sido objeto de insultos, el 21% registrados en los aeropuertos y un 6% atacado o maltratado físicamente.
El carácter mismo de los estadounidenses cambió a un ritmo vertiginoso, comenzaron aceptando las redadas masivas de musulmanes no nacionalizados y terminaron consintiendo las violaciones a sus propias libertades, todo en aras de la seguridad.
La Ley Patriota, aprobada seis semanas después de los ataques, es un claro ejemplo. Amplía la capacidad de control del Estado sobre los ciudadanos, permitiéndole llevar a cabo aquellas medidas de vigilancia y espionaje interno que considere oportunas, como interferir comunicaciones, arrestos ilegales y registros a viviendas o empresas. Según los periodistas de investigación del Washington Post, Dana Priest y William Arkin, los gastos gubernamentales en servicios secretos han aumentado un 250%, superando los 75.000 millones de dólares anuales, y cerca de 30.000 personas ya trabajan en los servicios de escucha telefónica y de seguimiento del terrorismo en otros medios de comunicación.
El gobierno estadounidense creó a partir de 24 agencias federales ya existentes el Departamento de Seguridad Nacional con el fin de proteger el territorio ante amenazas terroristas o catástrofes naturales en la esfera civil. Cuenta con 184.00 empleados y se trata del tercer gabinete más grande del gobierno, sólo superado por el Departamento de Defensa y el Departamento de Asuntos Veteranos.
La seguridad no sólo se convirtió en una obsesión del gobierno sino también de los propios ciudadanos. La industria de la seguridad privada fue una de las mejor paradas en la época Post 11-S, la gente consideraba que estaba necesitada de seguridad y estaba dispuesta a pagar cualquier precio por ella. Muchos analistas se preguntan si tras la muerte de Osama Bin Laden, y la consiguiente percepción de que la amenaza ha disminuido, los estadounidenses comenzarán a mitigar su obsesión por la seguridad y convertirán el miedo en algo del pasado.