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Cuatro años buscando a los culpables de la quiebra de Lehman Brothers

El cuarto aniversario de la mayor quiebra de la historia llega sin que de momento se hayan presentado cargos penales contra ninguno de sus antiguos gestores

La liquidación de la entidad comenzó el pasado abril para intentar tapar parte de un agujero que supera los 450.000 millones de euros

En todas las historias hace falta un villano y, en este caso, ese es Richard Fuld. El exconsejero delegado de Lehman Brothers es presentado en las crónicas sobre el caso casi como un Gordon Gekko del siglo XXI. Ese personaje creado por Oliver Stone para su Wall Street cinematográfico y que encarna el paradigma de la codicia y la falta de escrúpulos.

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Fuld comenzó a trabajar en prácticas en Lehman en el año 1969 y desde allí llegó a la cúspide. En ese tiempo vio al banco de inversión cuatro veces al borde del precipicio, pero lo de 2008 ya no tenía solución. El mercado inmobiliario se desplomaba y los títulos hipotecarios que la entidad acumulaba a raudales en su balance cada vez valían menos, por no decir que ya no valían nada. Hasta aquí la historia no pasaría de un desdichado ejecutivo que erró el tiro en sus apuestas, pero la historia de Lehman escondía mucho más.

Una investigación realizada por un examinador independiente tras la quiebra de la entidad reveló ciertas maniobras sospechosas, el llamado 'repo 105'. Unos movimientos en el balance, fruto de la ingeniería financiera y que, básicamente, suponían un ejercicio de malabarismo contable para tratar de tapar las debilidades de la compañía.

Días antes de la presentación de los resultados del banco, en los dos trimestres previos a la quiebra, Lehman vendió activos tóxicos que, tras publicar sus cuentas, volvía a adquirir. En definitiva, durante unos días la basura se escondía bajo una alfombra en Reino Unido y ningún foco se fijaba en ella. El examinador fue explícito en una entrevista con la cadena de televisión CBS: "jugaban como trileros", llegó a decir Anton Valukas. Eso sí, la delicada situación del banco de inversión, de 158 años de historia, no se notaba en las retribuciones. En 2007 -el año previo a la caída de Lehman-, Richard Fuld ingresó más de 30 millones de euros, una vez sumado su salario fijo y los incentivos variables.

Desde entonces solo hemos oído la voz de Fuld en dos ocasiones. Primero en 2008 cuando se defendió de todas las acusaciones en una declaración tensa ante el Congreso. Allí sacó los colores a los reguladores. "A lo largo de 2008 los supervisores y la Reserva Federal realizaron una supervisión activa y regular, a veces incluso diaria, de nuestro negocio y balance. Ellos vieron en tiempo real lo que nosotros vimos", respondió el ejecutivo a las preguntas. No le faltaba razón. Falló la monitorización de una entidad en problemas y nadie se percató de lo que ocurría. Tampoco el auditor externo, el gigante Ernst&Young.

Fuld ha negado en numerosas ocasiones conocimiento alguno sobre esos movimientos en el balance de la entidad y eso que suponían hasta 38.000 millones de euros. Ha llegado a afirmar que él "no conocía el tratamiento contable de esos activos, ni el reflejo que se hacía de ellos en los resultados", según una nota emitida por el despacho de abogados que le representa.

La segunda vez que pudimos oír su voz fue en 2010, cuando se hicieron públicas las entrevistas telefónicas que tuvo que contestar a raíz de una investigación federal. Allí relataba su carrera contrarreloj para tratar de salvar el centenario banco, incluída su última conversación con Henry Paulson, el entonces secretario del Tesoro. "Si nos dieras un puente, podríamos volver a levantar Lehman", imploró Fuld. No obstante la paciencia se había agotado en los despachos de Washington. Le reconocieron sus esfuerzos por buscar un comprador pero la respuesta de Paulson, según la versión del ejecutivo, fue tajante: "Te voy a decir una cosa, nunca te rindes, pero no creo que eso sea posible en absoluto". 24 horas después la entidad se acogía a la Ley de Quiebras.

En estos cuatro años decenas de miles de empleados de Lehman Brothers han perdido sus trabajos y muchos de sus ejecutivos buena parte de su patrimonio. El caso más llamativo es el de Joseph Gregory, exjefe de operaciones, y cesado meses antes del hundimiento, cuando ya se veía que el encefalograma del grupo tendía a plano. El que un día fue la mano derecha de Fuld, se ha visto obligado a vender su helicóptero, su apartamento en Park Avenue y su mansión en los Hamptons. También ha puesto a la venta otra propiedad en Long Island. Lo más lujoso en las zonas más exclusivas y valorado conjuntamente en unos 35 millones de euros. Y es que la ostentación era también parte de la seña de identidad de los lehmanitas. Sólo Gregory, y según un reportaje de Vanity Fair, tenía un tren de vida valorado en 11 millones de euros al año.

Otros han tenido más suerte. Su sustituto, Herbert McDade, ayudó a Barclays a absorber la división bancaria de Lehman tras su adquisición, llevada a cabo apenas unas semanas después de la quiebra. A Scott Freidheim, el exdirector administrativo, le fue aún mejor. Ahora es el consejero delegado para Europa de un fondo de inversión radicado en Bahrein.

Mientras tanto los administradores de la entidad comenzaron a liquidarla en abril. Sobre la mesa tenían reclamaciones de acreedores por valor de 340.000 millones de euros, aunque sólo podrán cobrar una pequeña parte después del acuerdo al que llegaron las partes en diciembre: una quita que alcanza el 85% del montante total de la deuda. Según el informe del examinador Valuka "la quiebra de la entidad se produjo por el deterioro de los activos ligados al sector inmobiliario y, de forma menos directa, porque sus rivales le exigían cada vez mayores garantías para concederle los préstamos que necesitaba". Es decir, la autopsia revela que Lehman murió de asfixia, pero queda por resolver la cuestión del maquillaje contable.

Algunos de los antiguos directivos han tenido que encarar procesos civiles, pero nadie ha presentado cargos penales contra ellos. Oficialmente existe una investigación federal en marcha, aunque o avanza a paso de tortuga, o bien permanece en la más estricta discreción. En la ficción el fílmico Gekko termina sufriendo una larga pena de prisión dejando una frase para la historia del cine: "el dinero nunca duerme". Debe de ser cierto porque hasta enero el caso Lehman ya había costado más de 1.600 millones de euros en honorarios de abogados.

Cuatro años buscando culpables en Lehman Brothers

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Javier Alonso

Javier Alonso

Periodista. Licenciado por la Facultad de Ciencias de la Información de la Univesidad Complutense de...

 
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