Ocho historias de comida y dictadores
¿Qué célebre dictador tenía flatulencia crónica? ¿A quién le apestaba el aliento a ajo?
Un libro recoge las debilidades y rarezas gastronómicas de los "tiranos del siglo XX"
Madrid
El banquete de los dictadores (Melusina, 2015) recopila anécdotas gastronómicas de "los perores dictadores del siglo XX" con el objetivo, según sus autoras, de entretener, informar y también recordarnos "lo fina que es la línea que diferencia al hombre del monstruo".
El libro incluye además algunas recetas con las que aproximarse a la cocina africana, asiática o de Oriente Medio. Pero lo más jugoso, sin duda, son las curiosidades sobre el miedo al envenenamiento, el canibalismo o los "problemas médicos embarazosos".
Victoria Clark y Melissa Scott han investigado e ilustrado el currículum gastronómico de 26 dictadores. Ahí van ocho pequeños aperitivos:
- A Mussolini le olía el aliento. Il Duce estaba convencido de que los ajos crudos eran buenos para su corazón y se comía boles enteros aliñados con aceite y limón. Con razón su mujer confesó que por la noche no podía acercarse a él: "¡Le dejaba dormir solo en nuestra habitación y me refugiaba en una de las habitaciones de los niños!".
- Hitler, ¿el primer flexitariano? El Führer ha pasado a la historia como "el vegetariano más infame" gracias a su obsesión por combatir la flatulencia crónica y a que a su compositor favorito, Richard Wagner, se le ocurrió escribir que los humanos fueron vegetarianos hasta un "trágico y negligente cruce con antiguos judíos caníbales". El regimen nazi llegó a prohibir el foie gras, pero A Adolf Hitler también le encantaban las albóndigas de hígado o los pichones rellenos.
- Muamar el Gadafi y la leche de camello. "Durante una visita a Belgrado en 1961 insistió en levantar su tienda delante de su hotel junto con sus camellos, para que pastaran allí y le proporcionaran su intempestivo vaso de leche. Pero se indignó cuando washington le impidió hacer lo mismo en Central Park 20 años después". Con su amigo Berlusconi compartía el gusto por la comida italina y a menudo reivindicó que "la kola es africana".
- Saddam Hussein: miedo al veneno. Analfabeto hasta los 10 años, creció robando huevos y pollos para ayudar a asu familia. Ya de mayor, al frente del régimen iraquí, su obesión fue mantener la línea sin morir envenenado. Hacía que todos los productos fueran investigados por científicos nucleares por si tenían radiación, pero tenía una debilidad: los caramelos Quality Street.
- Los jueves, paella... ¿por Franco? En el verano de 1958 persiguió 60 salmones de más de 15 kilos en Asturias y al año siguiente mató 5.000 perdices. Al dictador español le encantaba "celebrar su virilidad matando a los mayores mamíferos que podía encontrar". Pero, además de cazar y de dejar que los españoles pasaran hambre mientras se le vendía comida a los nazis, Franco ha dejado un "legado culinario" que aún perdura: los jueves salía a comer por Madrid y, como se cree que su plato favorito era la paella, ese día todos los restauradores de la capital incluían este plato en el menú.
- Kim Jong-Il: un gourmet rodeado de hambrientos. El "Querido Líder" de Corea del Norte no escatimaba en gastos: una bodega con 10.000 botellas de vino, un chef japonés para que le hacía sushi de pez globo y hasta un pequeño ejército femenino dedicado en exclusiva a examinar la homogeneidad de sus granos de arroz. Mientras los norcoreanos morían de hambre él también se procuraba sopas de carne de perro o de aleta de tiburón.
- ¿Qué tienen en común Putin y Stalin? Nikita Jruschov dijo una vez: "No creo que nunca haya habido un líder de iguales responsabilidades que perdiera más tiempo que Stalin sentado a la mesa comiendo y bebiendo". Su chef preferido, curiosamente, era Spiridon Putin, abuelo del actual presidente ruso.
- Fidel Castro y la sopa de tortuga. El viejo "líder comunista del mundo occidental" invirtió mucho esfuerzo y dinero "en proyectos empresariales para producir queso francés, foie gras o whisky". Mientras, en el zoológico nacional tuvieron que cambiar el cartel de "no alimentar a los animales" por el de "no comerse la comida de los animales" y, más adelante, "no comerse a los animales". Su hija recuerda que malgastó "el poco tiempo que compartía con ella" explicándole cómo tostar las semillas de calabaza. De joven, según ha revelado su camarada Celia Sánchez, disfrutaba con la sopa de tortuga.
Carlos G. Cano
Periodista de Barcelona especializado en gastronomía y música. Responsable de 'Gastro SER' y parte del...
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