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Qué ha pasado para que la ultraderecha irrumpa con 24 diputados: la victoria del PSOE no evita que España cruce una frontera

Vox entra en el Congreso y será clave en el bloque de la derecha pese a que hace solo unos meses, antes de la celebración del acto de Vistalegre en octubre, no aparecía en ninguna de las quinielas del poder. Algo se ha roto en España y ha estado cerca de hacerlo más. Analizamos los cambios sociales y políticos, las claves del ascenso y el plan de la derecha radical

Madrid

Hasta aquí, 24 diputados. Una izquierda que salió a votar masivamente puso coto a los vaticinios más agoreros. Pero el buen resultado de los socialistas no puede ocultar que España ha cruzado una frontera y a partir de ella ya no puede reclamar su condición de oasis ante la ola que la derecha radical ha levantado en Europa. Vox entra en el Congreso con 24 escaños, la nueva disrupción en un sistema que ya comenzó a manejar hace unos años los conceptos de fragmentación y volatilidad y que ahora añade nuevos factores a la era de la perplejidad. Porque no se trata solo del resultado de la fuerza de Abascal sino de su capacidad para condicionar a todo el bloque y derechizar el debate público. En su viaje arrastró a Casado, que lo ha pagado caro, pero una parte de España ha abrazado el radicalismo. Dos millones y medio de personas han votado a Vox y es imposible no preguntarse cómo hemos llegado aquí y si existe un camino de regreso.

Durante este tiempo han mudado las lealtades, luchado los cuadros de los partidos, emergido nuevos discursos, se ha disparado la desigualdad, ha estallado la crisis territorial... Y todo junto ha engendrado una sociedad que, bajo el manto oscuro de una complejidad que no comprende, se maneja a tientas. Los partidos se han movido y los expertos intentan explicar qué ha ocurrido con ellos; pero también con el tejido social que ha abierto el cajón donde mantenía guardados, hasta ahora, determinados sentimientos.

Los movimientos en el alma social

En el claroscuro de un mundo viejo que muere y uno nuevo que no acaba de nacer, surgen, escribió el filósofo Antonio Gramsci, los monstruos. Es la tesis que repesca el catedrático de Sociología de la Universidade de A Coruña Antonio Izquierdo, que apunta a cuatro grandes factores, cuatro estallidos en la sociedad. El primero y más transversal es la creciente complejidad.

"La progresiva complicación de las informaciones, los datos, los conocimientos sobre el funcionamiento de la economía española o de la sociedad ha llevado a que una parte de la población renuncie a entenderla", sostiene el catedrático. Lo que es preciso conocer para entender se amplía y enreda a profundidades insondables y no es posible formarse un mapa del mundo conocido.

De algún modo, las cuestiones que antes eran inexplicables, aquellas para las que el ser humano medio reservaba el camino de la fe, vuelven a ser las terrenales. El mecanismo de creer en un dios, cuya solución es prometer el cielo sin necesidad de más pruebas, se extiende a la política. Toda esa gente perdida "se deja seducir por las simplificaciones. Mensajes simples en situaciones muy complejas generan esa renuncia". Por ejemplo, frente a la complejidad de un Estado cuasifederal que no sabe cómo reformarse, "Vox propone abolir las autonomías".

Junto a ella, el profesor Izquierdo señala el desplazamiento hacia posiciones de mayor rebaja de las clases humildes, que quedan al borde del precipicio. No eran necesariamente votantes de la izquierda y muchos reaccionan apoyando posiciones simples y más radicales. "Europa nos ha enseñado que seguíamos siendo periféricos, sector servicios, camareros. Y ese choque en Cataluña genera un fenómeno y en Valencia, zonas del levante a donde se habían desplazado en busca de empleo, vaciando el centro, miles de personas, otro y en Andalucía otro en un contexto de una industria que sufre".

El porcentaje de enfermedades mentales es mayor en países ricos con grandes desigualdades.

El porcentaje de enfermedades mentales es mayor en países ricos con grandes desigualdades. / Fuente: Wilkinson & Pickett, The Spirit Level

Numerosos indicadores apuntan el efecto sobre la política y la vida. La caída de la renta, el crecimiento de la desigualdad, el empeoramiento de las condiciones del ciudadano medio marcan este capítulo. El profesor británico Stephen Jenkins mostraba junto a otros colegas en su estudio sobre la gran recesión y la desigualdad cómo España era el tercer país de la Unión Europea en el que más había crecido la diferencia entre quienes más tienen y quienes menos en los años 2007 a 2012, solo superado por Francia, donde el Frente Nacional ha sido segunda fuerza, y Dinamarca con también una poderosa ultraderecha. Los datos del Instituto Nacional de Estadística muestran, además, que el posterior crecimiento del empleo no ha reducido la desigualdad al mismo ritmo que descendía el paro. Tener trabajo ya no sirve para comerse rápidamente la brecha, el ascensor social se ralentiza.

Los niveles de confianza entre ciudadanos son más bajos en los países desiguales.

Los niveles de confianza entre ciudadanos son más bajos en los países desiguales. / Fuente: Wilkinson & Pickett, The Spirit Level

La desigualdad no viene sola. Otros autores han constatado su influencia en prácticamente todas las variables sociales. En los países con más desigualdad hay mayor mortalidad infantil, más enfermedades mentales (destaca la depresión), un índice de criminalidad más alto, obesidad, deudas, embarazos adolescentes y consumo de drogas. Y a ello suma el economista Tim Jackson una menor confianza y sentido de pertenencia. Allí donde hay más desigualdad las personas confían menos en los demás, en sus iguales, en sus vecinos. La desconfianza reina y construir algo en común se dificulta. En resumen, a la luz de los datos, sociedades heridas y desconfiadas son terreno abonado para propuestas de autodefensa contra el prójimo.

"La democracia tiene una tarea de socialización: generar empatía, compasión, cohesión, no dejar a nadie atrás, escuchar..." afirma Izquierdo, y en el escenario contrario, el del individuo que desconfía, es donde mejor encajan formaciones como Vox. Donde no se construyen mecanismos desde lo común, las responsabilidades públicas se individualizan y tener armas en casa pasa a ser la opción para la legítima defensa.

Los descréditos son los otros dos factores que subraya el sociólogo. El descrédito general de las cifras,"muy peligroso para el futuro, porque cada uno saca su dato y no hay un dato, uno solo y creíble, lo que hará difícil cualquier investigación" y acaba por reducir el valor de lo objetivo en el discurso (según un estudio de la organización cívica Avaaz, casi 10 millones de electores españoles han recibido en su Whatsapp contenido falso, manipulado o que incita al odio en esta campaña); y el descrédito de las élites económicas y políticas. Este último, el de los partidos tradicionales, ha llegado al punto de que para ser aceptado "basta con que alguien sea nuevo, tener experiencia se ha convertido en algo malo" por el efecto de la corrupción, a pesar de que ser nuevo tampoco garantiza la valía.

Mientras en la sociedad las cosas son cada vez más complejas, su democracia que, indica el  profesor, "debería ser también más densa y profunda" para ir acompasada, es cada vez más superficial, ligera, "escuálida", un esqueleto meramente procedimental que se reduce al voto cada cuatro años y al espectáculo, lamenta. En consecuencia, se vuelve más débil.

Los movimientos políticos: los puntos de inflexión para Vox y el PP de las esencias

Las transformaciones sociales, el caldo de cultivo, han sido el resultado de un proceso progresivo, cuyo punto de inicio sitúan la mayoría de investigadores en los años 80. Es entonces cuando la reformulación de la derecha tiene como producto a las administraciones Reagan y Thatcher por un lado y a los nuevos partidos europeos de ultraderecha, como la Liga Lombarda que hoy lidera Matteo Salvini, por otro. Pero no ha sido hasta mucho después cuando España se ha acoplado al fenómeno. Los expertos señalan algunos puntos de inflexión, un corrimiento de tierras políticas.

El profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid Pablo Simón apunta varias circunstancias clave para el crecimiento de Vox. En primer lugar, la fragmentación en la derecha, un fenómeno muy novedoso porque hasta ahora había sido un espacio electoral monopolizado por el Partido Popular. Ese monopolio, la excesiva vinculación de estos grupos con el franquismo y la inexistencia de un eje migratorio sobre el que consturir confrontación habían sido mencionados como motivos de freno a la derecha ultra en en nuestro país. Pero la fragmentación ha aparecido "por la situación de decadencia en que ha entrado el PP", en buena medida fruto de la corrupción.

"En un principio parecía que (esa fragmentación) se concentraba en Ciudadanos, pero puede dar alas a otros emprendedores políticos de la derecha", competidores, explica Simón. El politólogo apunta también como punto de inflexión la moción de censura que aupó a Sanchez. No solo supuso el fin del gobierno de la derecha sino que se produjo "con el apoyo al PSOE de las fuerzas independentistas que, a su juicio, el de la derecha, han dado un golpe de Estado en Cataluña". La crisis catalana ha sido el extraordinario catalizador.

El investigador especializado en la extrema derecha de la Universidad Complutense y licenciado en Sociología y Filosofía, Guillermo Fernández, sitúa ahí el gran cambio, los sucesos de septiembre de 2.017 con la crisis territorial catalana. Pablo Simón puntualiza: el hecho de que el PP fuera el encargado de gestionar la brecha territorial, le provocó una serie de tensiones internas muy profundas. En el bloque de derecha "esto generó una gran polarización y una sensación entre algunos de que el PP no estaba siendo lo suficientemente duro".

Brotó una tensión entre dos almas, un malestar "evidente", dice Simón, porque "de un lado quedó el grupo más tecnócrata y conservador que representaba Rajoy y del otro sectores más ideologizados, los liberal-conservadores," que demandaban más radicalidad.

La cara más visible de esa tensión fue, posiblemente, la de José María Aznar, quien regresó a la primera línea mediática con algunas de sus declaraciones, pese a haber dejado el Gobierno en 2.004. El expresidente censuró abiertamente la política fiscal de Rajoy y endureció y aumentó la frecuencia de sus críticas con el asunto catalán. Pidió la refundación del partido, acusó a su sucesor de "disfrazar" a la derecha y hasta le sugirió que se marchara por "incapaz". Simón sostiene que "obviamente, si la fortaleza y cohesión internas hubieran continuado en el PP, Vox lo hubiera tenido más difícil".

Cuadros del Partido Popular empezaban a mirar hacia otro lado y allí es donde diría situarse Vox. La crisis catalana, además de fraguar descontento, proporcionó dos episodios, escenificaciones, de gran impacto y utilidad política: los hechos ocurridos en septiembre y octubre de 2.017 y la moción de censura. "Así como para la izquierda sociológica la crisis económica marca un punto de inflexión, por ejemplo surge el 15M, y los jóvenes, y no solo jóvenes, abren una revisión del sistema; para la derecha esto ocurre con el proceso catalán", remarca Guillermo Fernández.

Al entender del experto en extrema derecha europea, el mecanismo de uno y otro es similar y produce el efecto en algunos sectores equivalente al despertar de un sueño. Con la gran recesión, la izquierda "se dijo 'oye que ahora nos damos cuenta de que había muchas cosas que estaban mal, no funcionaban, eran mentira, creíamos que sí pero había una burbuja económica y mira'" y añade "la derecha (o una parte de ella) con el asunto catalán se dijo 'lo que ha ocurrido en Cataluña es la demostración de que el sistema de 78, las autonomías, no funcionan. Hay que reformarlo de manera radical'".

Una parte de la izquierda pensó, según Fernández, "que Julio Anguita tenía razón con aquellas cosas que decía y en la derecha de pronto resucitaron discursos contra el Estado de las Autonomías y muchos se dijeron '¿ves?, este otro tenía razón, ya entonces la tenía pero hemos vivido engañados'". La catarsis como mecanismo compartido alumbró, sin embargo, tendencias diferentes; porque la nueva izquierda exigió una ampliación y reforzamiento de derechos y la derecha extrema que afloraba demandó una revisión o reducción de los mismos.

Incluso existiendo este caldo, hubiera sido difícil el estallido definitivo sin los giros de los cuadros del PP. Desde Aznar y otros, que legitimaron un discurso de más fuerza, hasta el propio Pablo Casado, que reconoció su amistad con "Santi" Abascal. El alineamiento de los actores cambió, miembros del partido cuya lealtad baila y que, por ser referencia para algunos electores, abren la puerta a mirar en esa dirección junto a medios de comunicación que compartieron y dieron espacio al nuevo discurso.

Quién es hoy Vox: la fórmula ganadora y comerse al PP. La posibilidad de una democracia iliberal

Si Vox es un partido refugio, un partido nicho en el que los electores se esconden en tiempos de crisis para abandonarlo en la bonanza, es una batalla que se libra desde este momento. Tanto el partido de Abascal como el PP tienen su propio plan al respecto.

El profesor Pablo Simón resalta que Vox no es un partido nuevo, "ya se presentó a las elecciones europeas de 2014 y se quedó cerca de obtener un escaño", logró entonces 244.929 votos y Ciudadanos, que obtuvo 2 escaños, 495.114. La clave no es su número de votos sino que, al no ser nuevo, "ha podido ir tejiendo con el tiempo, poco a poco, redes locales para hacer crecer sus niveles de apoyo", subraya Simón. Y se ha nutrido también de las redes de otros partidos de antigua implantación, a algunos de cuyos integrantes logró captar, el PP y otras organizaciones más radicales e igualmente anteriores como España2000 evitan el vacío total.

Hay en el partido de Abascal una particularidad, en opinión del investigador Guillermo Fernández. Ha sabido ser un partido de un solo tema que "toca asuntos que no tocan otros" y solo con ese atrae a un elector de nicho. Por ejemplo, hizo suya la referencia a padres divorciados y la custodia compartida o a los aficionados a la caza. "Este votante solo tiene ese tema para irse a Vox, pero como es algo fundamental para él, con eso basta. Es una cuestión que deberemos estudair en el futuro". Ahora bien, la intención de Vox va mucho más allá de ser un refugio, afirma Fernández.

"Un cuadro del PP me decía el otro día, a raíz del Día de la Mujer, el 8 de marzo, que le gusta de Vox que es un partido que no se arruga ante nada". La teoría del PP es, cree este especialista, que Vox se acabará agotando; pero por el camino hará la tarea de "disputar la hegemonía intelectual a la izquierda". Hará el trabajo sucio del PP, de dar ciertas batallas sin que el partido clásico tenga que afrontar ese desgaste y, después, "piensan que volverá al PP y esa labor estará hecha". Esta parte del PP piensa que "tal vez lo pasemos mal un tiempo, como el PSOE, pero nos recuperaremos y habremos ganado eso".

El plan de Vox, en cambio, es sustituir al PP "pero no para reemplazarle sino para ser realmente de derechas y no, como dicen ellos, la 'derechita cobarde'. Quieren sustituir a la derecha desde la radicalidad", y mover lo que para la sociedad es lo políticamente correcto más hacia su extremo, a la derecha. Una intención que, a su juicio, es la misma que Marine Le Pen tiene en Francia. Las derechas clásicas, como el PP, en esta estrategia estarían destinadas a consumirse por la presión de alternativas "macronistas" por un lado, en España Ciudadanos, y la presión de los radicales por el otro. Cuando el PP estuviera definitivamente débil, Vox estaría dispuesto a promover la reunificación de las derechas, pero ya desde una posición de liderazgo. La nueva derecha, la resultante, la dominadora, "la buena" y no "la traidora y cobarde" sería la extrema.

La fórmula que han empleado para crecer hasta ahora es la que Herbert Kitschelt describió a mediados de los 90 como la "fórmula ganadora" de la nueva extrema derecha. Allí donde los partidos conservadores clásicos se hacen un poco más progresistas, ellos se vuelven más autoritarios (por ejemplo el aborto); allí donde los socialdemócratas aceptan la economía de mercado y los conservadores son algo más estatistas, ellos se vuelven ultraliberales (en lo económico). Encuentran su espacio en rechazar el entendimiento de los demás, la moderación, y promover las esencias.

Los conservadores anteriores a los 80, que comenzaron a admitir elementos estatistas, por ejemplo una sanidad pública, vieron a la generación de la derecha posterior volver a cortar con esa raíz. Primero dejaron libre ese espacio pero después, al reivindicarlo de nuevo, florecen como un regreso a los orígenes, a la esencia, y con ello relegitiman el discurso que aprovechan los nuevos partidos, más radicales y "los originales" en ese territorio frente a los cobardes.

La Polonia de Kaczynski, la Hungría de Viktor Orbán, la democracia europea que conocíamos se enfrenta a un nuevo desafío que, al entender de los expertos, representa una amenaza más sofisticada de lo que parece. "Para comprender el fenómeno, para enteder qué está pasando, yo creo que no debemos caer en otras etiquetas". El plan por el que parece apostar Vox es el que a finales de los 90 comenzó a teorizar el escritor Fareed Zakaria y que Orbán ya abrazó abiertamente hace unos años: la democracia iliberal.

"No es menos peligroso que la extrema derecha antigua", aunque le llamemos de otra forma, apunta Fernández, porque bajo el manto de unas elecciones que se vacían de verdadero significado democrático, la derecha radical impone sus condiciones. La democracia iliberal celebra comicios pero recorta las libertades, controla fuertemente a la prensa, a las instituciones educativas y no obliga a los gobiernos a ofrecer el grado de transparencia que exige una sociedad informada. Es una suerte de quiebro, una forma autoritaria camuflada con matices, que maneja los recursos del poder para favorecer o censurar con criterio ideológico, y que a Orbán le ha servido para mantenerse durante años dentro del Partido Popular Europeo como un miembro más de la familia, algo que no hubiera sido posible con un partido nazi.

"La democracia exige deliberación, conversación, formación de criterios" y "escuchar. La democracia española escucha poco, quizá por su juventud" pero debe hacerlo. Sentarse, reflexionar, meditar, pide Antonio Izquierdo, para construir juntos en la era de la complejidad y frenar la polarización.

Escribió Stefan Zweig: "En aquellos años, cada uno de nosotros sacaba fuerzas de la prosperidad general de la época y acrecentaba su confianza individual gracias a la confianza colectiva. Quizá, ingratos como somos los seres humanos, no nos dimos cuenta entonces de lo firme y segura que nos llevaba la marea."

 
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