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De rondar la ruina a petarlo muy fuerte: así se han salvado algunos pequeños productores españoles

El apoyo a productores de queso o cordero lechal se ha viralizado en Facebook y WhatsApp

Las circunstancias han acelerado la venta 'on line', las acciones colaborativas y el consumo consciente

Las 500 tablas de queso se agotaron en 24 horas. / AIRAS MONIZ

Las 500 tablas de queso se agotaron en 24 horas.

Madrid

Suso Mazaira creyó que lo del estado de alarma iba a ser cosa de 15 días y lo afrontó con cierta tranquilidad. Como tenía las cámaras llenas de producto, el 12 de marzo decidió parar la producción de queso, pero aún recibió un último pedido. Con el paso del tiempo, claro, los nervios fueron en aumento.

"Para nosotros, que se aprobara la prórroga del estado de alarma fue todo un shock. La hostelería había cerrado y no recibíamos ningún pedido. Con las tiendas, lo mismo. O estaban cerradas o no vendían nada. Tuve un bajón muy grande y, como me pasaba todo el día viendo la tele, me empecé a rallar. Tuvimos que hacer un ERTE y no sabíamos cómo íbamos a pagar las nóminas de marzo y los 24.000 euros de la amortización anual del crédito", explica por teléfono. "¡Nuestros clientes nos devolvían los recibos! Y además mi mujer es enfermera. Lo pasamos mal".

Mazaira es uno de los responsables de Airas Moniz, una quesería artesanal situada en Chantada (Lugo) que en los últimos años no ha dejado de acumular premios y elogios. Su queso azul, Savel, es sin duda uno de los grandes tesoros de la pletórica despensa gallega. Pero su negocio, como el de tantos otros pequeños empresarios españoles, podía irse al trate en cuestión de días.

Tenían 1.200 kilos en sus cámaras de maduración, pero no podían venderlo y, si el confinamiento se alargaba, todo se echaría a perder. ¿Cómo solventar la situación? Con una buena idea: varias queserías artesanales decidieron unirse para vender 500 tablas de queso a través de tres tiendas especializadas: Cultivo (Madrid), Vida Láctea (Ponferrada) y Marqués de Valladares (Vigo).

"El resultado fue espectacular. En 24 horas estaba todo vendido", explica emocionado. "Varios críticos gastronómicos empezaron a hablar de ello y la gente no paraba de escribirnos para hacer pedidos, pero como no teníamos datáfono ni capacidad para preparar los envíos, llegamos a un acuerdo con Marqués de Valladares para que fuese nuestro único distribuidor on line".

La iniciativa tuvo tanto éxito que la tienda Cava, otra de las referencias en el mundo del queso, decidió organizar catas a través de Zoom, llegando a congregar a más de 100 personas a la vez. "¡Había gente que compraba el pack y luego se conectaba para hacer la cata!", dice ilusionado. "Esto ha removido conciencias".

En cuestión de semanas, Airas Moniz ha pasado de la estabilidad al riesgo de quiebra y, a continuación, a un éxito inesperado. "Mira si soy optimista que vamos a empezar obras de ampliación en la quesería", detalla Mazaira. "Seguiremos con las mismas vacas. Queremos ser sostenibles y nuestros pastos dan para 800 litros de leche, no más. Pero ahora vendemos más queso".

Cordero por WhatsApp

El caso de Lechal Colmenar recuerda bastante al de Airas Moniz, con la diferencia de que esta pequeña ganadería madrileña pasó del miedo a la ruina al desbordamiento con los pedidos gracias a una cadena de WhatsApp que se viralizó a finales de marzo. "¡Fue muy emocionante!", explica Cristina Ruiz.

¡Cordero por WhatsApp!

¡Cordero por WhatsApp! / CADENA SER

¡Cordero por WhatsApp!

¡Cordero por WhatsApp! / CADENA SER

"Tenemos 3.000 ovejas y normalmente vendemos a hostelería, pero como cerraron todos los restaurantes y tenemos registro sanitario porque solemos acudir a un par de mercados de productores, ofrecimos la venta a domicilio a través de WhatsApp. ¡Nunca esperamos tanta repercusión! En dos horas ya habíamos vendido todo y la semana pasada aún estábamos repartiendo pedidos de Semana Santa".

Pero gestionar todo esa ola de pedidos no resultó sencillo. "El teléfono no paraba de sonar y yo, que estoy sola en la oficina, me vi desbordada y no pude atender a más gente. ¡Sufrí tres ataques de ansiedad!", explica.

El Jueves Santo, de hecho, recibió 44.000 mensajes y se le bloqueó el teléfono: "¡Tuve que desinstalar todas las aplicaciones!". La mayoría de los encargos procedían de Madrid, pero también de Andalucía, Castilla y León... e incluso de un español afincado en EEUU que quería mandarle cordero a su madre.

Por supuesto, no fue la única empresa que recurrió a WhatsApp. "Algunas clientas me preguntaban que si también éramos nosotros los de los espárragos".

Mermelada y coches fúnebres

Pero no todo han sido historias de éxito sin matices. También las hay de mucho esfuerzo, mucha conmoción... y resultado agridulce. A María Fernández todo el mundo le llama Cucumi, que es también el nombre de su empresa de mermeladas de autor (mandarina y romero, monovarietales de uva o calabaza y amaretto, entre otras), situada en un polígono industrial de Guadalajara y desde donde surte a una aerolínea que le empezó a anular pedidos en febrero. "Me extrañó, pero no llegaron a nombrar el coronavirus", explica. Luego ató cabos, claro.

Cucumi, de reparto.

Cucumi, de reparto. / C. G. CANO

Cucumi, de reparto.

Cucumi, de reparto. / C. G. CANO

Su producto, absolutamente top, puede comprarse en tiendas gourmet, mercados de productores y grupos de consumo como La Colmena Que Dice Sí. Pero todo ese segmento, a través del cual canalizaba el 80% de las ventas, desapareció prácticamente de un día para otro. Y para colmo, los clientes que le debían facturas le pedían por favor que no se las pasara. "Muchos acaban siendo tus amigos y, claro, ¿qué haces? Pues intentas solidarizarte", explica.

Cucumi solicitó un crédito ICO y volvió a los orígenes, convirtiéndose –otra vez– en la única empleada de su propia empresa, encargándose de producir las mermeladas y también de distribuirlas. "Lo que vi en Madrid era dantesco. La calle Alcalá totalmente vacía y, de repente, 10 coches de funeraria... ¡No paraba de llorar!".

Pese a todo, la situación ha ido mejorando poco a poco. Las tiendas empezaron paulatinamente a reabrir, algunos de sus clientes empezaron a comprarle on line –llenando Facebook y Google Maps de mensajes positivos– e incluso un amigo le propuso una colaboración con dos queserías vascas para vender queso con mermelada. ¡Un negocio nuevo en plena pandemia y vía videoconferencia!

"Económicamente no han sido ventas muy voluminosas, pero cuando ves que el 80% de tus clientes se han ido y no sabes si van a volver a abrir, cada uno de esos pedidos te da energía para seguir. Y cuando la cosa mejore, intentaré reflotar y volver a ir para arriba porque no hay mal que por 100 años dure", explica.

¿Un punto de inflexión?

La experiencia de estos tres pequeños productores indica un camino que, probablemente, no tenga vuelta atrás porque el coronavirus, además de causar miles de muertos y mucho sufrimiento, también ha aportado elementos positivos.

"Hay gente que nunca había comprado queso artesano o que nunca había comprado por internet, pero ahora ha perdido el miedo y ha descubierto un mundo diferente. Mucha gente ha cambiado su mentalidad y ahora quiere saber qué hay detrás de cada producto. Ahí tenemos mucho que ganar", señala Mazaira.

Pero más allá de la compra on line, la crisis ha potenciado los procesos colaborativos –la unión hace la fuerza– y ha acelerado la tendencia del consumo consciente, motivando a muchos consumidores a gastar su dinero en productos nacionales, sostenibles y con valor añadido.

"No soy economista, soy mermeladera, y esto nos ha pillado a todos con el pie cambiado", explica Cucumi. "Pero las colaboraciones con otras empresas me están viniendo fetén. ¡Estamos haciendo piña y eso mola!".

Carlos G. Cano

Carlos G. Cano

Periodista de Barcelona especializado en gastronomía y música. Responsable de 'Gastro SER' y parte del...

 
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