Pastelitos de mandarina y 30 años de cárcel: cuando la cocina funciona como ingrediente para la reinserción
Visitamos el Centro Penitenciario de Burgos para conocer las historias de Ángel y Fran
Reportaje EP108 | Escuela de cocina entre rejas
Madrid
¿Cómo se pasa la Navidad en la celda de una cárcel? "La primera vez, muy mal", responde Ángel. "La segunda vez ya es diferente. Luego la tercera... y con la cuarta te da igual. Pero es que la quinta, la sexta, la séptima y la octava vez ya piensas que, en realidad, son días normales en los que dan mejor comida y suenan villancicos. Te lo tienes que tomar así".
Ángel es de Ciudad Real y tiene 50 y algo. "En 1993 entré por robo con intimidación y violencia. La segunda vez, en 2008, por narcotráfico y secuestro. En total, casi 30 años".
Para hablar con él hemos tenido que acercarnos al Centro Penitenciario de Burgos, que está a las afueras de la ciudad, rodeado de árboles y bastante bien camuflado con el paisaje. El edificio se construyó en 1932, durante la II República, y acoge —más bien retiene— a algo más de 200 reclusos.
Una cárcel bonita
Para pasar de una zona a otra, como en todas las cárceles, hay que atravesar varias compuertas de hierro. Pero sobre el portón que da acceso al patio, donde un interno canta flamenco a todo pulmón, hay escrito un lema que llama la atención de todo el que pasa por ahí: "Estudia el delito y redimirás al delincuente".
"Es una cárcel atípica. ¡Parece un pueblo!", señalan Toño e Isaac, dos de los responsables del proyecto de formación en cocina y panadería que, gracias a la colaboración de Instituciones Penitenciarias con la Funcación Lesmes y la Fundación La Caixa, favorece la reinserción de algunos de los presos.
"Es una cárcel distinta. ¡Es bonita! No es como las de ahora, que tienen estructura radial. Esta la mandó hacer una ministra de la II República. Me suena que Victoria Kent o una de estas. Y esa frase es suya, ¡seguro!".
Recuento de cuchillos
Entre las dependencias del centro destaca la escuela de cocina, montada con material cedido por el antiguo hospital de Burgos, y la panadería, en la que se elaboran barras o madalenas que se consumen en el propio centro y también en los de Soria o La Rioja.
Paco, el profesor de cocina, explica que les enseña cocina básica y que cada día preparan un plato distinto. Pero uno de los momentos más llamativos del curso es el recuento de cuchillos. "Hay que contarlos, claro, porque ellos son 15, pero no hay 15 cuchillos. ¡Hay 5!". También intenta fomentar dos cuestiones muy necesarias en el mundo laboral y que, a menudo, dentro de una cárcel, escasea: el trabajo en equipo y la iniciativa.
Apuntarse al curso de cocina, de todas formas, tiene otras ventajas: "Algunos se quieren apuntar solo por comer algo que no sea el rancho. Nosotros hacemos verdura todos los días y algunos les parece mal. Pero procuramos llevar una dieta saludable y, dos días a la semana, trabajamos con pescado fresco".
Esas caras de felicidad
Ángel pasó por la panadería y dejó huella porque le ponía más pasión que nadie. "Si trabajas en algo que a ti te gusta, ¡coño! Lo haces un poco mejor y te da lo mismo estar unas horas más. Así que, si tenía que ir algunas tardes, ¡iba! Me ponía la ropa de panadería y hacía mantecados, coquitos, pastas".
Al hablar de esa etapa, de hecho, lo hace con mucho cariño. "Es que al final tú lo único que tienes son recuerdos. Recuerdos de aquí dentro, claro, de fuera no. Y hay vivencias que te sacan una sonrisa: personas, situaciones divertidas... Esas manos que aparecen de repente y que se llevan algo de lo que estás cocinando", dice emocionado.
Todo el mundo habla muy bien de Ángel y de su trabajo. Un feedback reconfortante que también ha contribuido al éxito de su reinserción: "Es que, cuando ves la cara de felicidad que ponen al probar algo que has hecho tú... La chica con la que estoy, cuando le llevo cualquier dulce, se le ponen los ojos así".
"Como que te toque la lotería"
Ahora está en prisión condicional, pero lleva más de un año trabajando en una pastelería de la ciudad. "Hice un curso de justicia restaurativa y los que lo daban conocían a los dueños".
Sus jefes están al corriente de su situación desde el principio —"si empiezas mintiendo, empiezas mal"— y, de hecho, le ha han apoyado siempre que la burocracia le ha complicado las cosas un poquito más. En su primer día de trabajo, de hecho, le llamaron diciendo que le retiraban el tercer grado... pero su jefe le dijo que no se preocupara y que le llamase en cuanto volviera a salir.
Ahora tiene varias especialidades: el pastelito de mango y naranja, el de tres trufas, la tarta Sacher... Ángel se siente muy afortunado. Está pasando, de hecho, por uno de los momentos más felices de su vida: "Teniendo en cuenta lo difícil que es para las personas de mi edad, tener trabajo al salir de aquí es como que te toque la lotería".
El himno del Sevilla
Otro caso, con acento sevillano, es el de Fran. "Tenía tres inmobiliarias y una financiera propia. Sabía de números y de negocios, pero de repente se vino todo abajo. Estafé a los bancos para pagar deudas que tenía y cometí delitos que aún estoy pagando. Llevo 15 de los últimos 20 años en prisión", explica.
Ahora, estando en tercer grado, trabaja de camarero en un restaurante de la ciudad. Duerme en un centro cercano a la prisión de lunes a jueves y los fines de semana los pasa en una habitación que tiene alquilada.
"Se están portando conmigo de maravilla. Atiendo las cinco o seis mesas y han visto que a veces consigo que, en vez de gastarse 60 euros, los clientes se gasten 200 porque piden más vino o más raciones. ¡Anoche ya pusieron canciones andaluzas! Hasta el himno del Sevilla... Pero si ponen el del Betis, ¡me voy! No trabajo más", bromea.
Mentiras piadosas
Fran agradece mucho, muchísimo, que personas desconocidas hayan decidido confiar en él. También ha tenido malas experiencias. En un permiso, por ejemplo, se encontró con el que fue su mejor amigo... y le negó el saludo.
"Si es te lo hace un amigo, imagínate el que te acaba de conocer. Porque, si yo te digo que quiero ser tu pareja, ¿qué me vas a decir? Supongo que querrás saber por qué he estado en la cárcel, ¿no? O si te pido trabajo... A veces mientes al principio para que no te cierren una puerta que tú quieres abrir. Pero es difícil. La cárcel marca muchísimo. Una vez me dijeron que es un cementerio de hombres vivos".
Tanto Ángel como Fran han pasado momentos muy complicados en la cárcel, pero al preguntarles por el funcionamiento del sistema penitenciario, hablan bastante bien. Mejor de lo esperado, incluso.
Gente que merece la pena y gente que merece la pena
"Los de corta duración piensan que al salir, la venganza va a ser terrible. Y muchas veces cometen el error de volver a tropezar. Los de larga duración tienes que pensar qué tipo de vida quieres", dice Ángel.
Fran, por su parte, asegura que la cárcel no es como en las películas americanas. Dice que dentro hay gente que merece la pena —por su valía— y también gente que merece la pena —que le impuso el juez—, y que "si quieres lío, tienes lío, pero si no quieres lío, pasas desapercibido".
La cárcel ha sido su mundo durante unos cuantos años. Un mundo en el que los teléfonos móviles están prohibidos, lo cual complica el reto de la reinserción todavía un poco más. Pero lo que sí hay en ese mundo es un periódico: La Voz del Patio. ¡Y tiene sección de recetas! "Hay un chico que publica recetas con productos que podemos conseguir en el economato. Lo último fue un bizcocho hecho con madalenas, Nocilla, naranja de las que nos dan de postre"...
Sueños y orgullo
En la cárcel se sufre la soledad, pero también hay tiempo para soñar. A Ángel, al que le quedan 4 años y tres meses de condicional, le gustaría abrir su propia pastelería: "Ya lo veremos cuando llegue el final del contrato con el Estado", dice. "Pero si te encuentras bien físicamente, nunca es tarde".
Fran, por su parte, le tiene fe al año nuevo: "Espero que sea el año de mi asentamiento total. Recuperar a mi gente, hacer nuevas amistades... y abrir un rincón andaluz con pescaíto frito, que yo creo que a la gente de Burgos le gusta mucho eso".
Sueños que quizá se cumplan gracias a su empeño, y también a que hay mucha gente trabajando para ello. "Por este programa, desde 2011, han pasado unas 200 personas", explica Isaac. "El objetivo es la inserción sociolaboral. Que desarrollen habilidades sociales y competencias transversales que les ayuden en el proceso. Y lo bueno es que muchos de los que están haciendo prácticas, luego se quedan. Yo me siento orgulloso con todos cuando luchan, pelean y ponen empeño por salir adelante. Pero a veces también me siento frustrado cuando alguno recae".
Sea como sea, al ver cómo Ángel y Fran le están explicando a un periodista lo a gusto que están en su trabajo, a los trabajadores del Centro Penitenciario de Burgos se les dibuja una gran sonrisa de orgullo. No es para menos.
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Carlos G. Cano
Periodista de Barcelona especializado en gastronomía...